Jueves, 25/4/2024   Paso de los libres -  Corrientes - República Argentina
 
POR TESAN
Bicentenario de la declaración de la Independencia: carta abierta a Mauricio Macri:
Mi nada estimado Presidente:


¿Sabés qué, Mauricio? Esa expresión de estupidez dubitante, ese porte de pollito mojado que tenés a veces, que se acentúa cuando intentás hablar, ese delay entre que pensás una idea y conseguís expresarla, creo que te salvó la vida muchas veces.

Porque en el barrio, un tipo que llama “usurpadores” a los trabajadores a los que nadie les explica por qué hace siete meses que no cobran su salario, y el patrón ni siquiera aparece para explicarles, para oficializar un despido, para intentar un arreglo, en el barrio, el que cree que los patriotas de la Independencia “sentían angustia” por separarse de España, el que hace callar voces, en el barrio, ese tipo "cobra".

Pero a vos no te pegan las balas, y eso te hace sentir protegido. Pero cuidado: cada bala que no te pega, te aleja un poquito más de tus congéneres. Te aparta, te quita la posibilidad de comprender, porque simplemente, no corrés la misma suerte que los demás. Y terminás siendo, paradójicamente, otra cosa, alguien lejano por encima del resto.

No había angustia en Tucumán ese 9 de julio de 1816, sino decisión. Tal vez la hubiera en los Martínez de Hoz -tenés a uno de ellos en tu mejor equipo de los últimos cincuenta años- que habían jurado fidelidad al invasor británico. Ya que lo tenés cerca, -por si alguna vez no lo tuviste cerca- podrías preguntarle.

Alguna vez pensé, Mauricio, que en tu interior guerreaban dos fuerzas. La del garca omnipotente que aprendiste en casa, en esa acristalada seguridad que intentás obtener detrás de vallas y operativos policiales, que ve al necesitado como un perdedor en una carrera que ni siquiera sabe que está compitiendo, que desprecia al que simplemente no pudo o no tuvo oportunidades y ante ese no poder le reclama, para colmo, sumisión: que corra la carrera en la ruedita del hámster, y al que no protegés ni con vallas sociales, y tu impostada misericordia humana, tal vez aprendida luego, la que te hace amar –o decir que amás- al equipo más popular, buscando en el fútbol y su turbio mundo, en alguna idea avispada el barrio que no tuviste, abrazar viejos, y sonreir a medias con esa expresión de ¿qué hago acá? que te persiste en cada aparición.

Porque, como sucede con los que son básicamente bobos, creen que cualquier imposición sobre el otro, es una destreza, justamente porque la ven desde esa bobeza.

Pero no es así, para nada ¿Sabés qué pasa, Mauricio? Es que vos nos odiás profundamente. Nos odiás con toda tu fuerza, con toda tu alma, con todo tu ser. Por eso tartamudeás, porque en ese momento tropieza –no la lengua-sino el Mauricio que nos odia con el que no debería odiarnos, con el que quiere que ese odio no se note, al menos tanto. A tal punto que sos capaz de hacerte presidente para servir a tus ricos amigos, - ¿quién lo dudaría?-, disfrazar esa servidumbre de” maniobras que se hacen para que el país crezca”, pero también, para formatear al pobre, para hacerlo aceptable a tu asco, para que aprenda, para que sepa que si es pobre, que no moleste, que no piense, que no reclame, que no se evidencie a tu desprecio, que salga de tu vista de una buena vez , que comprenda tu desprecio y que se amolde a él ¡Que desaparezca, si es necesario!

Porque te cabe el famoso tuit de Campanella, ese de “manosean, abaratan, menosprecian…”, porque no sos capaz –y eso que ya no sos un nene- de salir de la lógica binaria del neoliberalismo, de su sofismo de jardín de infantes y abuela miedosa. Eso que sólo da la viveza del que vive sin vallas. Ya no se te pide que no seas un neoliberal conservador, ni te reclamo una condición de estadista que está claro no tenés. Simplemente que veas a tu alrededor y comprendas qué herramientas hay que usar. Y así como suponés angustiados a los que declararon la Independencia hace 200 años por separarse de España, imagines la angustia de vivir sin saber si vas a poder pagar las tarifas, si vas a tener trabajo, y que el Estado no sólo no te tire una mano, lo cual de acuerdo a tu concepción (que llamaremos política), es imposible, sino que accione judicialmente en tu contra para lograr esos aumentos, de modo que millones nos transformemos en perseguidos por el Estado que nos debería atender.

Si, Mauricio, la intervención del Estado es algo lícito, salvo que presidas un país que tenga a sus pies sometidos a otros estados soberanos que le piden disculpas por haberlo maltratado.

Pero ojo, que ahí está la gente y cuando tomás medidas, cuando nos tratás como a un país de Rasti en el que se nos enseña cómo se hace una empanada y nos hablás como un nene a sus Playmobil o Antonia a sus Barbies, algo termina por suceder. Tal vez, cuando un dirigente toma medidas en contra del pueblo sólo elige cómo termina, cómo sale del poder. El Isis nos demostró que hay algo peor que el helicóptero.

Porque si la hubiera, cada vez queda menos duda: así como los Reyes son los padres, la herencia recibida sos vos.

Ahí en Tucumán, hace doscientos años había un hombre que vos pudiste ser. Era como vos, hijo de un italiano rico. Pudo como vos, formarse en las mejores instituciones y alcanzar los más altos conocimientos. Tuvo, como vos, el embeleco de dedicarse a la vida pública. Creyó como vos en ciertos ideales. Se llamaba Manuel Belgrano.

Pero Belgrano aprendió a pelear contra el opresor, no a favorecerlo. Belgrano no hizo de sus ideales un lecho de Procusto para el pueblo y lloró con ese pueblo, sangró por ese pueblo, lo alcanzaron las balas y se hizo pueblo. Belgrano no se enriqueció, no habló de túneles ni de segundos semestres, y perdió su fortuna para que nos podamos llamar argentinos. Y no echó culpas. Belgrano se enfrentó con su propia clase social que quería entregarse en Jujuy y espiaba para el enemigo. Y sintió el desprecio de los que se habían dicho amigos. Belgrano fundó escuelas, porque quería que todos accedan a su conocimiento. Donó sus libros, sus sueldos. Cuando Belgrano murió, pobre, dijo “Ay, Patria mía”. Porque tras diez años de lucha no tenía otra cosa más que ¡una patria! Y entendió que su patria no era el dinero, sino el pueblo al que le dio su lucha.

Vos pudiste ser Belgrano, Mauricio. Para la historia sólo serás un Macri escondido detrás de un calificativo –injusto- a tu madre.


Viernes, 15 de julio de 2016

   

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