Sábado, 20/4/2024   Paso de los libres -  Corrientes - República Argentina
 
POR MOCCA
Después de las PASO
El montaje publicitario al que asistimos en la noche del pasado domingo revela que, tal como muchos adelantaron, las elecciones legislativas de octubre son las de la provincia de Buenos Aires. Hemos asistido a un monumental fraude comunicativo producido por el gobierno nacional dirigido a un solo objetivo: impedir que la noticia principal en el día de las primarias abiertas fuera el triunfo de Cristina Kirchner.


Un objetivo, hay que decirlo, que es principal desde la única área en la que el discurso oficialista adquiere algún sentido: el de la publicidad, el del efecto psicológico sobre la población. Había que evitar que los guarismos bonaerenses –aún cuando inesperadamente reñidos– empañaran la conclusión que las oficinas del marketing oficial habían preelaborado para las primarias abiertas. “El gobierno triunfó en el orden nacional” era el veredicto de ese dictamen. Un triunfo que existía políticamente antes de que el pueblo votara: la alianza Cambiemos es la única marca nacional que logró colocar detrás de sí los votos en todos los distritos del país. De hecho, el peronismo no compitió ni podía competir en esa porfía porque carece de una línea política y de un liderazgo nacional unificado.

Justamente las primarias se constituyeron en un escenario de disputa en la resolución de esa línea y ese liderazgo.

La propia noción de “primera minoría” razonablemente reivindicada por el oficialismo es el producto de esa disputa no cerrada; si los votos directa o indirectamente atraídos por el justicialismo en sus diversas variantes pudieran ser sumados esa condición ganadora resultaría refutada. De todos modos, lo que se jugaba en las primarias no era un ganador. La importancia de las elecciones legislativas de octubre consiste, según este punto de vista, en dos factores. Uno es el clima político resultante y su efecto en el curso de la lucha entre quienes quieren crear condiciones favorables para la intensificación del ajuste neoliberal y quienes se organizan para enfrentarlo, el otro es el de la constitución de un mapa de relaciones de fuerza políticas con vistas a la elección presidencial de 2019.

Del lado de la oposición quedaron las dos terceras partes del electorado. Esa afirmación suele ser un recurso argumentativo de la derrota, ciertamente esgrimido con abundancia por las derechas durante los años del kirchnerismo. En este caso, la novedad consiste en que buena parte de esa proporción venía votando de manera unificada durante los últimos años. Lo que hay que indagar, entonces, es la suerte corrida por cada una de las facciones en que esta antigua mayoría se disolvió. Aquí rápidamente aparece la sensación de un prematuro ocaso de la “avenida del centro”. Sergio Massa, referente principal de esa apuesta pasó de ser el ganador bonaerense de 2013 y el referente de una gran elección que resistió la polarización de 2015 en el dirigente de un frente provincial que cosechó el 15% de los votos en ese territorio. No es muy arriesgado el pronóstico de un temprano ocaso de la aventura política del tigrense que a punto estuvo de perder en su propio municipio. En este punto ya se advierte el signo de un problema que el resultado provisorio trae para el proyecto del establishment local y sus sostenedores globales. La previsibilidad del régimen político instalado está en jaque.

No avanzó su pretensión de construir un dispositivo político estable y duradero para la reestructuración neoliberal en marcha en el país. Como se sabe, la previsibilidad consiste en que el “sistema de partidos” esté montado sobre el pacto implícito de que, gane quien gane, funciona el pacto implícito de las democracias neoliberales: los intereses del gran capital no se tocan.

Diluida la avenida del centro, la disputa se desplaza, desde el punto de vista del sistema político, a la suerte de lo que ha dado en llamarse el panperonismo. Está claro que en la dilucidación del significado de las primarias para el futuro de esta incógnita se abre un parteaguas principal.

Están quienes miran al peronismo como una etiqueta poderosa a la hora de disputar posiciones electorales. No se puede negar que la cuestión tiene mucha importancia y para nada queda refutada por la experiencia de estas primarias abiertas. Pero también es válida y está lejos de estar refutada la idea de que el peronismo es también una memoria política, una tradición popular, transformadora y rebelde contra los planes de las fuerzas más poderosas del país. Metodológicamente, conviene no dejar a un lado ninguna de estas dos perspectivas. Es cierto, como se insiste mucho en estos tiempos, que la sola memoria histórica puede conducir a un irredentismo sectario. Pero es cierto también que el sueño de un peronismo aggiornado a los vientos mundiales del neoliberalismo ya condujo al movimiento hace no mucho tiempo –a principios de este siglo– a un estado de agonía del que solamente lo rescató el liderazgo de Néstor y Cristina Kirchner. El pragmatismo de la gobernabilidad facilita buenas relaciones con el poder de turno pero es muy dudoso como proveedor de legitimidad histórica.

Si de lo que se habla es del panperonismo y del futuro de ese aglomerado, la votación del domingo trae muchos datos. En cumplimiento de un libreto prefabricado hay quien ha salido a proclamar como resultado del veredicto soberano, el hecho de que el kirchnerismo ha quedado “refugiado” en el conurbano bonaerense. De por sí, ese no es un mal refugio para un movimiento popular transformador. Pero para el peronismo conservador, la movida del frente ciudadano, encabezada por Cristina, constituye un abandono del peronismo y la adopción de una línea centroizquierdista y de minorías. Ninguna lectura de los resultados autoriza esa interpretación. ¿Dónde estuvo el peronismo en la provincia de Buenos Aires? ¿En la etiqueta que sacó el 5% de los votos o en la fuerza que ganó con más del 34%? ¿Cuáles son las fuerzas mayoritarias y las apuestas de secta? Ahora la artillería del peronismo conservador se desplaza a la “política comparada”. Es decir, se compara el porcentaje obtenido con otras votaciones de Cristina y con otras votaciones del peronismo bonaerense. La mirada elude la comparación de las situaciones políticas, de los recursos de la campaña. Abstrae con extraña habilidad de prestidigitador la realidad de una campaña en la que la cadena de medios dominantes y la política dominante colocaba en el centro de su programa la proscripción y la prisión de la ex presidenta. Extraño método comparativo.

Cristina ganó en el principal distrito del país. Si la metodología que proponemos consiste en poner en el centro el mensaje que deja el voto popular para el futuro de la conflictividad social y para la correlación de fuerzas políticas con miras a la presidencial en 2019, hay que observar qué pasó con el resto de la oposición y particularmente con la que gira en torno de la pretensión de representar al peronismo. Ya vimos qué pasó con la avenida del centro y con la etiqueta justicialista bonaerense. Falta mensurar el desempeño de Schiaretti, uno de los que jugó su suerte a la cercanía de Macri y el repudio del liderazgo de CFK: fue uno de los grandes derrotados de la jornada. Sumemos a Urtubey, el acompañante de Macri en su viaje a Davos para presentar a la nueva Argentina en la nueva sociedad global en el festival de Davos. Ganó. Obtuvo casi 240.000 votos. Está bien, pero da la impresión de que para liderar al peronismo de provincias le va a hacer falta un poco más de brillo y de fuerza. Al peronismo le fue bien en Santa Fe. Ganó una de las principales provincias del país, encabezado por Agustín Rossi, después de superar otro fraude del aparato publicitario de Macri, que muy temprano se declaró ganador en esa provincia. Parece que el “refugio” del kirchnerismo en el conurbano se extendió considerablemente. No se puede dejar de decir que la idea de que el peronismo va a resolver su futuro en una mesa de gobernadores y caudillos locales, en forma deliberativa y caballeresca es otra de las zonceras neoliberales. Nunca fue así. No fue así como se gestó el liderazgo de Perón.

Tampoco el de Néstor y Cristina. El liderazgo peronista se construyó siempre desde la legitimidad que da el apoyo popular. Así Cafiero le ganó a Herminio. Así Menem le ganó a Cafiero. Así fue siempre y así parece que seguirá siendo.

Pero lo principal es que lo que se está jugando en la Argentina no es la suerte de una etiqueta, de una sigla, de una estructura política. Eso, claro, es lo principal en la mirada de la clase política, usada la expresión con el máximo respeto. Pero para el país, para el pueblo, para los que se quedaron sin trabajo y tienen miedo de perderlo. Para los que perdieron salario y derecho. Para los que están amenazados por la reforma laboral de las grandes patronales y con la reforma jubilatoria de los grandes grupos financieros. Para los que ven cómo en el país se avanza contra la libertad, cómo se mantiene ilegalmente presa a Milagro y a otros luchadores sociales.

Para los que ven cómo reaparece en el cuerpo de Santiago Maldonado la práctica del terrorismo estatal. Para todos esos la cuestión no es cómo sigue la historia de una estructura política. Para todos ellos la cuestión es cómo se construye una fuerza con ambición de mayoría y con un claro compromiso con la recuperación del trabajo, de la industria, de la educación, de la ciencia y de la libertad política. No hay duda que ese camino quedó claramente abierto después de las primarias abiertas del domingo.


Miércoles, 16 de agosto de 2017

   

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