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ELECCIONES MUNICIPALES EN BRASIL
¿El principio del fín de la antipolítica?
En la primera vuelta, la mayoría de los electores optó por candidatos conocidos y dejó de lado la antipolítica que encumbró a Jair Bolsonaro. Su candidato quedó cuarto en San Pablo y además cosechó malos resultados en Recife, Belo Horizonte y Manaos. El avance de la centroderecha y la renovación de la izquierda, los datos a tener en cuenta.

A pesar de você, amanhã há de ser outro dia…
Chico Buarque

Los resultados de la primera vuelta en las elecciones municipales permiten aventurar tres conclusiones con relación al escenario que se vislumbra. La primera es que los candidatos apoyados por Jair Bolsonaro en las capitales estatales y en las principales ciudades del país fracasaron y que la tendencia señala que los que consiguieron pasar a la segunda vuelta – como el metodista Marcelo Crivella en Rio de Janeiro y Capitán Wagner en Fortaleza – no obtendrían los votos necesarios para ganar en función de las articulaciones en marcha entre sus adversarios. En San Pablo, por caso, Celso Russomanno, apadrinado por Bolsonaro, quedó en un lejano cuarto lugar con poco más del 10 por ciento de las adhesiones [1].

Una segunda constatación es que los partidos del llamado centrão ganaron en un número significativo de municipios dispersos por todo el país, aunque – como ya hemos señalado en columnas anteriores – el apoyo de este sector al ex capitán es meramente instrumental y fisiológico, razón por la cual no es esperable que el gobierno pueda sustentarse sobre una plataforma tan endeble y caprichosa como la que ofrece este amorfo conglomerado de partidos.

La tercera comprobación es que la izquierda y los sectores progresistas experimentaron una recuperación en las capitales y en los centros urbanos de mediano tamaño, en gran medida impulsados por una agenda que levanta los temas de la diversidad sexual, la identidad racial y la equidad de género [2].

A pesar de la incesante campaña promovida por los sectores más retrógrados del gobierno que combaten la llamada “ideología de género”, muchas de las alcaldesas y concejalas electas son mujeres negras con amplio trabajo en sus respectivas comunidades. Un caso emblemático es Mônica Benício – la ex compañera de Marielle Franco, asesinada en marzo de 2018 -, que fue electa concejal en Rio de Janeiro con más de 22 mil votos por el Partido Socialismo y Libertad, el mismo al que pertenecía Marielle al momento de ser ultimada por los sicarios del bolsonarismo [3].

La cuestión central que se desprende a partir de este escenario es que el ciclo de la antipolítica – que le permitió a Bolsonaro navegar en la marea ultraderechista que emergió en 2018 – parece estar llegando a un punto de agotamiento. Candidatos truculentos que montaron sus campañas en torno a un discurso de odio y mentiras fueron penalizados por la mayoría de los electores. Perdieron y perderán en el segundo vuelta del 29 de noviembre, como lo constatan diversos sondeos de intención de voto [4].

Otro factor que afectó el apoyo de la población a candidaturas cercanas al gobierno se asocia con el desprecio de Bolsonaro por el uso de barbijos y por el distanciamiento social como actitudes elementales para prevenir el contagio en plena pandemia. Un estudio efectuado por la Universidad de Brasilia muestra que muchos de los electores del ex capitán le están retirando su apoyo en función del papel displicente e irresponsable que ha tenido el gobierno para enfrentar el Covid-19, ya sea mintiendo sobre posibles remedios para curar o mitigar sus efectos o bien mediante el trato vejatorio que ha tenido al sentenciar que frente al virus los brasileños se han comportado como “un país de maricones” (sic).

La banalización de la muerte y la visión necropolítica impuesta por el bolsonarismo posee un límite en la subjetividad ciudadana y, a pesar de todos los males históricos que aquejan a los brasileños desde la época del Imperio y la República atrofiada, un fulgor de lucidez emerge al final, cuando parece que la deshumanización de los más pobres, de los excluidos, de los indígenas, de los negros, de los invisibilizados es ya una tarea concluida y sancionada por un orden natural.

El negacionismo de Bolsonaro, del gabinete y de su grupo ideológico, desconociendo la gravedad de una pandemia – que ya ha infectado a casi 6 millones de habitantes y ha causado la muerte de más de 166 mil personas – sólo puede generar un crecimiento del malestar que se viene incubando en la población, a lo cual hay que sumar los altos índices de desempleo, el aumento de la pobreza y la arremetida de la criminalidad urbana que no cesa de acumular víctimas, especialmente entre los más vulnerables.

Al igual que otras naciones de América latina, Brasil se encuentra en una dura lucha por recuperar la dignidad pese a la herencia nefasta dejada por la esclavitud y la desigualdad acumulada. Sobre el mito de la democracia racial, Brasil ha montado una estructura socioeconómica perversa que no ha hecho más que penalizar a los sectores más explotados y fragilizados históricamente. Esta es su marca de nacimiento y su trayectoria secular, su relato aberrante y su tragedia, la cual debe ser reescrita nuevamente por las fuerzas mayoritarias que siendo traicionadas y sucumbiendo a los intereses patrimonialistas de unos pocos se deben levantar una vez más para consolidar sus derechos y su calidad de ciudadanos con la legitima esperanza de un futuro mejor.


Por Fernando De la Cuadra


Lunes, 23 de noviembre de 2020

   

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