Viernes, 26/4/2024   Paso de los libres -  Corrientes - República Argentina
 
Por Facundo Di Vincenzo
Cuatro impresiones de Jauretche sobre la reforma universitaria
Como todos años en el mes de febrero la Universidad Nacional de Lanús se sacude con el curso de ingreso.


I. Introducción

Cientos de aspirantes pueblan la Universidad en su búsqueda por ingresar a las carreras de: Audiovisión / Ciencia Política y Gobierno / Ciencia y Tecnología de los Alimentos / Diseño Industrial / Diseño y Comunicación Visual / Economía Empresarial / Economía Política / Educación / Enfermería / Gestión Ambiental Urbana / Justicia y Derechos Humanos / Música de Cámara y Sinfónica / Nutrición / Planificación Logística / Relaciones Internacionales / Seguridad Ciudadana / Sistemas / Tecnologías Ferroviarias / Trabajo Social / Traductorado Público en Idioma Inglés / Turismo / Educación Física / Gestión Educativa / Música de Cámara y Sinfónica / Planificación Logística / Seguridad Ciudadana / Tecnologías Digitales para la Educación y Trabajo Social.

Una de las materias del ingreso, La Universidad en Argentina, recorre la Historia y los Proyectos de Universidad en Argentina. Una Historia que comienza en 1613, cuando en la Ciudad de Córdoba los jesuitas abrieron el Colegio Máximo, en donde sus estudiantes recibían clases de filosofía y teología, hasta las características que en la actualidad tiene la Universidad en general, y el proyecto de la Universidad Nacional de Lanús, en particular.

Entre los diferentes temas a tratar en la materia de La Universidad en Argentina se menciona el caso de La Reforma Universitaria de 1918. Un hecho problemático para el campo historiográfico argentino, ya que no hay una lectura única sobre el acontecimiento, incluso, hay impresiones antagónicas respecto a los logros, alcances y perspectivas que tuvieron los reformistas de 1918.

II. Presentación de problema.

La Reforma y sus lecturas
Como ocurrió desde su nacimiento, la disciplina histórica en Argentina estuvo marcada por intereses de facción, ideológicos, personales y económicos. La Reforma Universitaria de 1918 canalizó divisiones preexistentes en los ámbitos académicos, políticos y sociales, qué visiblemente han viciado las lecturas sobre el acontecimiento: Los laicos, masones y agnósticos, encontraron el suceso para embestir a los católicos, los simpatizantes y compañeros de ruta de la reciente Revolución Bolchevique de 1917 alzaron las banderas rojas para intentar encender la chispa de la Revolución, los radicales intentaron (y claramente lograron) tomar cargos jerárquicos en las instituciones universitarias nacionales y, finalmente, los jóvenes universitarios de los sectores medios y altos, en una suerte de lucha generacional, vociferaron contra “los viejos profesores enclaustrados en las aulas.”

Una primer lectura sobre la Reforma Universitaria de 1918, que llamaré hegemónica, por su difusión en textos como por su vinculación con instituciones y corrientes político culturales sólidamente posicionadas en los espacios académicos argentinos (UBA, CONICET, FUBA, AHRA), es la que realizaron autores como Gabriel del Mazo1, con su monumental obra de 1957 en tres tomos, Jorge Orgaz (1970), José Luis Romero (1956) o Luis Alberto Romero (2012), en sus diferentes trabajos (1956, 1976). Estos autores destacan que la Reforma de 1918 consiguió la emancipación en estructuras, contenidos y fines, respecto de la Universidad clerical y “medieval” anterior. Señalan la importancia de la autonomía y el cogobierno logrado por la Reforma. Hacen una comparación con el momento anterior a 1918, y focalizan en demostrar la importancia de establecer una Universidad sin afecciones políticas, sociales y culturales. Subrayo, la disociación entre política y problemas sociales es considerada por estos autores, como un desencuentro positivo y lógico para el desarrollo del conocimiento universitario.

Otras lecturas, de autores como Dardo Cuneo (1978) o Alberto Ciria y Horacio Sanguinetti (1983), han matizado esta perspectiva, remarcando la heterogeneidad de posturas entre los reformistas a lo largo de Latinoamérica. También encuentro trabajos como los de Juan Carlos Portantiero (1978) y Hugo Biagini (2000), que han estudiado la Reforma destacando especialmente las repercusiones o efectos en materia de ideas y pensamiento que ha generado la Reforma para la historia de los movimientos juveniles en América Latina.

Luego, encuentro una serie de trabajos con visiones profundamente diferentes a las desarrolladas por la lectura hegemónica. La realizan otros académicos, políticos e intelectuales vinculados a corrientes del pensamiento nacional y popular latinoamericano, como el caso de Arturo Jauretche (1957), Rodolfo Puiggrós (1974), Hernández Arregui (1973), Jorge Abelardo Ramos (1973), Ana Jaramillo (2018) y Aritz Recalde (2007, 2018). Estos autores, se detienen en estudiar los logros alcanzados en materia de estructuras, contenidos y fines luego de 1918. Si bien reconocen la importancia de haber logrado motorizar una serie de perspectivas fundamentales: el anti imperialismo, anti positivismo como el desarrollo de un movimiento estudiantil a nivel continental, en todos los casos, discuten y polemizan con la lectura “hegemónica”. En líneas generales, consideran que una verdadera Reforma Universitaria debería implicar una función de compromiso y acción por parte de la comunidad universitaria (autoridades, docentes, alumnos, graduados, no docentes) sobre los problemas de la sociedad en donde se encuentra situada.


II. Cuatro impresiones de Arturo Jauretche sobre La Reforma Universitaria de 1918

La Reforma Universitaria estalla en Córdoba el 15 de junio, día en el cual un grupo de estudiantes impidieron que se consumara la elección del Rector de la Universidad. A este episodio le siguió la huelga estudiantil, llegando a su pico de tensión el 9 de septiembre, cuando la Federación Universitaria de Córdoba asumió la dirección de la Universidad. La primera respuesta del gobierno fue ordenar que el Ejército reprima la ocupación. Durante el curso del conflicto, y por pedido de los estudiantes, el presidente Hipólito Yrigoyen (Buenos Aires, 1852-1933) intervino dos veces la Universidad para que se reformaran los estatutos y se realizaran nuevas elecciones de sus autoridades. El acontecimiento rápidamente llega a la Capital Federal y luego a la Provincia de Buenos Aires. El Pensador Nacional, escritor y político Arturo Jauretche (Lincoln, 1901-1974), en esos momentos se encontraba en Chivilcoy cursando los estudios secundarios, él mismo se recuerda como antiyrigoyenista, cercano a los caudillos conservadores de la zona. En ese sentido, como otros jóvenes conservadores de Chivilcoy, consideraba que la Reforma era un intento por parte de los radicales de Yrigoyen para “copar” las Universidades y Colegios Nacionales, de hecho, desde fines de agosto de 1918 en el Colegio Nacional al que iba Jauretche cesan en sus cargos más de quince docentes interinos y se designan docentes titulares nuevos. Los estudiantes, entre los que se encontraba Jauretche, rodean el edificio, hay corridas, escaramuzas. Los jóvenes arrojan piedras que terminan destruyendo los vidrios de las aulas. Dice el principal biógrafo de Jauretche, el historiador Norberto Galasso (Buenos Aires, 1936): “El escándalo de Chivilcoy adquiere, entonces, proporciones nacionales e Yrigoyen, sensible a los reclamos, otorga una audiencia a los estudiantes para informarse personalmente del problema. Así, el 12 de septiembre de 1919, una comisión de nueve jóvenes ingresa en la Casa Rosada a discutir, mano a mano, con el Presidente de la Nación, los problemas del Colegio [Nacional de Chivilcoy]. (Galasso, 2003p.73)”

Llegamos a la primera impresión que tiene Jauretche de los reformistas: la hipocresía. Dice Jauretche: “Ahí empecé a desconfiar. “La Nación” y “La Prensa” dedicaron la primera página, entera, durante dos días, a una huelga del colegio de Chivilcoy porque habían sido echados los profesores conservadores. Ahí empecé a darme cuenta como se maneja el periodismo. Porque un asunto que era para dos columnas, en páginas cuatro o cinco, lo ponían en primera página, dándole enorme resonancia al asunto. Y nosotros nos creíamos que éramos muy importantes y que el país giraba alrededor de la huelga que habíamos hecho contra Yrigoyen…Y vinimos a Buenos Aires con otros dirigentes reformistas, a hablar con Don Hipólito y de eso salió una versión bastante deformada para dejarlo en ridículo a Yrigoyen, que se publicó en “La Nación”, donde nos llevó Julio V. González, porque es la cosa curiosa de la Reforma Universitaria y de la inteligencia de nuestro país. Yrigoyen hacía la Reforma y los reformistas andaban bien con los diarios antireforma. (Citado en: Galasso, 2003, p.73)”.

La segunda impresión que tiene Jauretche, refiere sobre el modo de ser antiimperialista de los reformistas, un antiimperialismo particular, “que le comía los hígados al águila americana” pero que era ciego a la dependencia de Inglaterra. Dice Jauretche: “Fui antiimperialista al estilo de la época y le comía los hígados al águila norteamericana que andaba volando por el Caribe. Los ‘maestros de la juventud’ nos tenían buscando el plato volador en el cielo, mientras el león británico comía a dos carrillos sobre la tierra nuestra… ¡Qué fácil era entonces hacer antiimperialismo! […] Por supuesto que todo ello con el beneplácito de la Royal Dutch Shell, de los ferrocarriles y de los abogados argentinos al servicio del capital inglés… Recién luego, con Scalabrini Ortiz, descubrí que el antiimperialismo puede ser también un instrumento del imperialismo. (Jauretche, 1972, p. 9)”

La tercera impresión de Jauretche se relaciona con el derrotero de la Reforma en las Universidades, en parte por la ausencia de lucha de quienes la habían comenzado, en parte por el acomodamiento de muchos reformistas a sus cargos, cediendo y traicionado todos sus principios durante el gobierno radical y pseudoconservador de Marcelo T. de Alvear (1922-1928). El historiador de la Reforma, Horacio Sanguinetti afirma que: “Durante el gobierno de Don Marcelo, las fuerzas reaccionarias recuperaron gran parte del terreno perdido durante la Reforma […] muchos viejos profetas reformistas se entregan sus armas y bagajes al adversario. Horacio Váldes en la docta, ya había marcado el camino…El Presidente de la Universidad de La Plata, Benito Nazar Anchorena, elevado a ese cargo por la Reforma, se vuelca a una arbitraria dictadura, secundado por tránsfugas, entre ellos Somnmariva. Saúl Taborda, joven cordobés que había ensayado novedosos sistemas pedagógicos desde el rectorado del Colegio Nacional de La Plata, es exonerado…En Buenos Aires, el lock out profesoral derriba a Sáenz y entrega la Universidad, encabezada por Arce, a la reacción que reforma sus estatutos retaceando la injerencia estudiantil. (Sanguinetti y Ciria, 1983, p. 45).

Escribe Jauretche: “La deformación de la reforma universitaria, del reformismo en fubismo2, generó una especial forunculosis, que tal vez humorísticamente, podría ser correlativa de esa tendencia a los granos propia de los adolescentes. Los “maestros de la juventud3” y los “arieles4” convertidas en fijaciones que los afectados llevaron y llevan, en algunos casos hasta su muerte física. Empezaremos por los primeros. La Reforma, al divorciarse de su base de sustentación original, que era la presencia del pueblo en el Estado, fue creándose una mitología de dioses y su liturgia. Desvinculada del movimiento general que la había originado centró sus objetivos en sí misma y terminó en un culto esotérico que la hizo medio y fin al mismo tiempo. Este aislamiento de los movimientos reales del país le permitía un enfrentamiento teórico con la oligarquía y el coloniaje en el campo de las ideas generales, mientras que prácticamente marcaba su incontaminación con la grosería y vastedad de los movimientos populares incompatibles con el narcisismo del estudiante, ya señalado. Así, en lugar de incorporarse a las corrientes nacionales vino a constituirse en parte de la “intelligentzia5” proveniente de la izquierda política de importación, que disentía en el terreno ideológico abstracto con la llamada derecha, pero formaba parte en común frente al intelectual contra toda irrupción de lo popular como expresión de autenticidad. Así, casi todos los dirigentes estudiantiles fueron socialistas, comunistas, demócratas progresistas, hasta alvearistas cuando se trató de política nacional. De ninguna manera yrigoyenistas y mucho menos, peronistas. (Jauretche, 1957, pp. 205-206)”


La cuarta y última impresión refiere a lo que nos dejó la Reforma Universitaria de 1918. Jauretche en una entrevista realizada para “El Nacional” concluye lo siguiente: “La Reforma Universitaria en que hemos sido combatientes fue producto del acceso al poder del pueblo, en la primera presidencia de Yrigoyen. Un movimiento de renovación, paralelo al que se operaba en el campo político y social, reclamando la adecuación de la cátedra a una realidad histórica, un enfrentamiento a la oligarquía colonialista y una ubicación dinámica del estudiante para contrarrestar las tendencias pasatistas de los técnicos, sustituyendo programas y hombres…La Reforma fue frailuna en Córdoba porque la oligarquía en la universidad cordobesa era frailuna y fue antiliberal en Buenos Aires porque aquí la oligarquía liberal era masonaza. Y hubo que voltear a las dos porque las dos eran el régimen, que es como Yrigoyen llamaba a la oligarquía…Aquélla, la Universidad de antes de 1918, continuaba en la cátedra con una mentalidad sin vigencia, ni en el mundo, ni en el país. Una burocracia conformada con selección oligárquica y cuyas primeras figuras habían muerto o sobrevivían con los oídos tapados a la realidad inmediata y por sobre todo, a la renovación profunda operada en el país que había sacado el timón del mismo de la vieja clase gobernante, ya en plena decadencia, para entregarlo a fuerzas nuevas. Un nuevo mundo, además sacudido por la guerra del 14 y por el avance, al primer plano, del hecho más trascendente de este siglo: la Revolución Rusa, cualquiera sea el juicio que sobre ella se tenga. Todo eso era ajeno para esa universidad, ajena por completo también a toda crítica al sistema de fondo imperante en lo económico y social. En esta materia, la cátedra católica coincidía con la liberal y los debates entre ultramontanos y masonazos eran debates entre dos teologías y la sangre no llegaba al rio…La renovación operada políticamente en el país tenía que llegar a la Universidad. Abrirla a las nuevas corrientes que actuaban en el mundo y sobre todo vincularla a la presencia del pueblo en el Estado, que volvía, desde 1916, a ser actor en una escena de la que había sido arrojado con los caudillos federales. (Jauretche, 1972, p. 12).”



Miércoles, 1 de marzo de 2023

   

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