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A TRECE AÑOS DE LA VOLADURA DE LAS TORRES GEMELAS, LA LUCHA CONTRA EL JIHADISMO SIGUE
Menos derechos, más vigilancia
El unilateralismo practicado por Washington y la militarización de su política exterior a partir de la era Bush representan una herencia pesada para Obama, que fracasó en su estrategia de acercamiento con los países de Medio Oriente.


A trece años de los atentados del 11 de septiembre, Estados Unidos sigue empantanado en su lucha contra el jihadismo. Los ataques de 2001 en territorio norteamericano dieron inicio a la llamada “guerra contra el terrorismo”, liderada por el entonces presidente George W. Bush. Su sucesor, el demócrata Barack Obama, debe lidiar ahora con el Estado Islámico y la expansión de los grupos jihadistas más radicalizados en Medio Oriente. “La intervención occidental en Irak ha contribuido a crear más anarquía que orden, cuando lo que se pretendía era garantizar una mayor estabilidad en la región. Por políticas y percepciones equivocadas, por falta de conocimiento, se terminó contribuyendo a estimular el caos”, aseguró a Página/12 Juan José Vagni, doctor en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y especialista en el mundo árabe-islámico.

El unilateralismo practicado por Washington y la militarización de su política exterior a partir de la era Bush representan una herencia pesada para Obama, que fracasó en su estrategia de acercamiento con los países de Medio Oriente. “Hubo una gran expectativa con la asunción de Obama, con el famoso discurso de El Cairo, donde afirmó que Estados Unidos y el Islam no estaban en guerra; pero la bomba caliente que tenía en Irak no se iba a solucionar retirando tropas. La retirada anticipada, y no me quiero poner del lado de la derecha republicana más extremista, produjo el surgimiento de estos grupos islamistas y una mayor desestabilización en la zona. Estados Unidos generó un caos que luego tuvo que administrar y cuando no quiso más, se produjo esta situación”, indicó Vagni.

La guerra en Afganistán primero y la de Irak más tarde transformaron dramáticamente el escenario en la región. Una de las consecuencias inesperadas fue el enfrentamiento entre las distintas ramas del Islam y el ascenso de Irán como potencia regional. “Ocurre que estos zigzagueos que se producen con Irán lo perfilan como un aliado necesario de Estados Unidos, cuando hace seis meses atrás era el enemigo. Hay una falta de racionalidad en el diseño de políticas y en la perspectiva. Con la intervención de Irak en 2003 se le dio más poder a Irán. La política norteamericana no ha tenido la perspicacia para ver los frágiles equilibrios regionales. Por eso tampoco se cuestiona hoy al régimen de Bashar al Assad. Se prefiere que siga, porque una mayor de-sestabilización de Siria significaría terminar de exacerbar más el caos”, sostuvo el experto de la UNC.

Vagni también descartó la teoría del choque de civilizaciones de Samuel Huntington, que sirvió a la Casa Blanca para llevar adelante la invasión a Irak. “Lo del Estado Islámico no es un síntoma de eso. Cuestionaría además las nociones de Oriente y Occidente. Vivimos en un mundo mucho más integrado. El mundo árabe-islámico es parte de nuestra civilización y de las problemáticas contemporáneas. No creo en esta diferencia esencialista. El islamismo político en su faceta más violenta, etiquetada bajo rótulos como ‘jihadismo’, no es producto de la realidad árabe-islámica, sino de una realidad global. Muchos de estos grupos son absolutamente transnacionales, con militantes y voluntarios que vienen del propio corazón del mundo occidental”, explicó.

Pero las revueltas que comenzaron entre fines de 2010 y principios de 2011 en el mundo árabe constituyeron otro golpe para los planes de retirada de Washington. Según Vagni, la primavera árabe puso al gobierno de Obama en una disyuntiva: apoyar a los líderes autoritarios o promover la democracia en esas latitudes. “Muchos de los líderes autocráticos que cayeron con la primavera árabe fueron aliados de Estados Unidos en la lucha antiterrorista, como el mismo Khadafi. Esos líderes, que en la retórica interna eran quizás antiestadounidenses, en el plano global colaboraron con la política de Washington. Hoy tenemos un escenario radicalmente distinto, con la emergencia de los países del Golfo, sobre todo Qatar y Arabia Saudita, que están liderando la región. Han contribuido a la desestabilización de Siria, porque son los viejos actores conservadores que están tratando de acabar con la vieja figura del mundo árabe heredada de los ’60 y ’70”, advirtió.

En tanto, la contracara interna de la guerra contra el terrorismo fue el Acta Patriótica, una ley aprobada en octubre de 2001 por la gran mayoría de los legisladores republicanos y demócratas. La legislación recibió cuestionamientos por violar algunos derechos constitucionales, especialmente porque permitía a los servicios de inteligencia espiar a ciudadanos “sospechosos”, alegando que la seguridad era prioridad nacional.

“El 9-11 alteró drásticamente los derechos de los estadounidenses, no sólo a través de cambios en la ley, sino mediante cambios en las expectativas. El Acta Patriótica modificó una serie de protecciones legales estatutarias: se rompió el ‘muro’ entre la recolección de los servicios de inteligencia en el extranjero y las fuerzas de seguridad domésticas. Además se le dio explícitamente al FBI cada vez más autoridad para vigilar. Más sutilmente, el 9-11 desplazó las expectativas de los estadounidenses acerca de la cantidad de vigilancia o control que podía ser tolerada para proteger a la sociedad de otro ataque”, dijo a este diario Mark Rumold, abogado por la Universidad de California y experto en libertades civiles digitales de Electronic Frontier Foundation, organización dedicada a la protección de las garantías individuales en la red.

Luego de las filtraciones de Edward Snowden en 2013, Obama prometió revisar los programas de inteligencia y pidió al Congreso reformar el Acta Patriótica para dotar de mayor transparencia el sistema de espionaje de su país. El ex “topo” de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense había revelado una inmensa red de vigilancia que espiaba a millones de personas en todo el mundo. “No hay duda de que algunas partes del Acta Patriótica deben derogarse. La ley fue aprobada en una cultura de miedo que era comprensible, donde parecían necesarias medidas drásticas para proteger al país. A trece años del ataque –señaló Rumold–, es evidente que algunas de esas medidas fueron demasiado lejos.”


Viernes, 12 de septiembre de 2014

   

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