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POPULISMO
Por Ernesto Laclau.
Cualquier definición presupone un marco teórico que dé sentido a lo que es definido. Este sentido solamente puede ser establecido sobre la base de la diferenciación entre el término definido y algo que la definición excluye. Esto presupone un terreno dentro del que dichas diferencias son pensables. Éste es el terreno que no es inmediatamente obvio cuando llamamos populista a un movimiento, a una ideología o a una práctica política. En los dos primeros casos — movimientos o ideologías — denominarlos populistas envolvería diferenciar ese atributo de otras caracterizaciones en el mismo nivel de definición, tales como “fascista”, “liberal”, “comunista”, etc. Esto nos involucra inmediatamente en una tarea complicada y últimamente contraproducente: encontrar aquel reducto último donde encontraríamos populismo “puro”, irreductible a aquellas otras caracterizaciones alternativas. Si intentamos hacer esto entramos a un juego en el que cualquier atribución al populismo de un contenido social o ideológico es inmediatamente confrontada con una avalancha de excepciones. En consecuencia, nos vemos forzados a concluir que cuando hacemos uso del término, algún significado real es presupuesto por nuestras prácticas lingüísticas, pero tal significado no es, sin embargo, traducible en ningún sentido definible. Además, a través de este significado, ni siquiera podemos señalar un referente identificable (que agotaría ese significado).
¿Qué ocurriría si pasamos de los movimientos o ideologías como unidades de análisis a las prácticas políticas? Todo depende de cómo concibamos ese paso. Si es gobernado por la unidad de un sujeto constituido en el nivel de la ideología o en el del movimiento político, obviamente no hemos avanzado un solo paso en la determinación de lo que es específicamente populista. Las dificultades para determinar el carácter populista de los sujetos de ciertas prácticas no pueden sino reproducirse a sí mismas en el análisis de tales prácticas, en la medida en que esto simplemente expresa la naturaleza interna de los sujetos. Hay, sin embargo una segunda posibilidad — a saber, que las prácticas políticas no expresen la naturaleza de los agentes sociales sino, por el contrario, las constituyen. En tal caso, las prácticas políticas tendrían algún tipo de prioridad ontológica sobre los agentes — quienes serían meramente la condensación histórica de ellas. Para ponerlo en términos sutilmente diferentes: las unidades primarias de análisis serían las prácticas más que el grupo — esto es, el grupo sería solamente el resultado de una articulación de las prácticas sociales. Si este acercamiento es correcto, podríamos decir que un movimiento es populista no porque en sus políticas o ideología presente contenidos verdaderamente identificables como populistas, sino porque muestra una lógica particular de articulación de esos contenidos — cualquiera que sean estos.

Una última acotación es necesaria antes de que entremos en el núcleo de nuestro argumento. La categoría de “articulación” ha tenido una trayectoria en el lenguaje teórico en los últimos treinta o cuarenta años — especialmente dentro de la escuela Althuseriana y su área de influencia. Deberíamos decir, sin embargo, que la noción de articulación que el Althuserianismo desarrolló estuvo limitada principalmente a los contenidos ónticos, desplazando al proceso de articulación (el económico, el político, el ideológico). Hubo alguna teorización ontológica en relación con la articulación (las nociones de “determinación en última instancia” y “autonomía relativa”), pero como estas formas lógicas aparecían como derivadas necesariamente del contenido óntico de algunas categorías (por ejemplo: la determinación en última instancia correspondería solamente a la economía), la posibilidad de proponer una ontología de lo social estuvo estrictamente limitada desde el principio. Dadas estas limitaciones, la lógica política del populismo era impensable.

En lo que sigue, formularé tres propuestas teóricas: 1) que pensar la especificidad del populismo requiere empezar el análisis de unidades más pequeñas que el grupo (sea al nivel político o ideológico); 2) que el populismo es una categoría ontológica y no óntica — es decir, su significado no será encontrado en algún contenido político o ideológico que se adentre en la descripción de las prácticas de cualquier grupo particular, sino más bien en un modo particular de articulación de contenidos sociales, políticas o ideológicas; 3) que esta forma de articulación, independientemente de sus contenidos, produce efectos estructurantes que primariamente se manifiestan al nivel de los modos de representación.


Martes, 20 de agosto de 2013

   

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