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FRANCISCO SE PREPARA PARA VIAJAR A UN MEXICO SOCIALMENTE FRAGMENTADO
Viaje al país de dualidades profundas
El Papa no visita un país, sino varios, y desde dentro de esta multiplicidad también emitirá un mensaje al vecino del norte, hoy inmerso en una repugnante campaña contra los inmigrantes.


Una compleja geometría social hecha de opulencia moderna, pobreza, violencia del crimen organizado, desapariciones continuas, asesinatos, políticas inclusivas, exclusión y corrupción. La visita que el papa Francisco emprende este 12 de febrero en México pone en la superficie la polifónica problemática del país y de un Episcopado que aún lleva en sus entrañas las huellas conservadoras y monárquicas de su predecesor, Benedicto XVI. La propia geografía de la capital mexicana refleja esas dualidades profundas. En los barrios ricos como Polanco, las cabinas telefónicas están decoradas con fotos del papa. En las zonas más pobres, hay muchas menos cabinas, el Papa no aparece pero allí saltan al paso, en el medio de las veredas, los coloridos altares de la Virgen de Guadalupe. “Francisco, el dulce guerrero”, dice el titular del número especial editado por el semanario progresista Proceso. Bella definición. Pero ese “dulce guerrero” tendrá en su entorno guerreros sin piedad.

Francisco no visita un país, sino varios, y desde dentro de esta multiplicidad también emitirá un mensaje al gran y problemático vecino norteamericano, hoy inmerso en una repugnante campaña contra los inmigrantes mexicanos. Pocos viajes papales han acuñado un dramatismo de tales proporciones y abrazado tantas esperanzas: todos esperan del sumo pontífice una palabra salvadora, un resplandor humano entre tantas contradicciones. Cada etapa del viaje es un campo minado: Ecatepec, Chiapas, Michoacán, Ciudad Juárez: violencia urbana, exclusión indígena, narcos y corrupción, desapariciones e inmigración. En Ciudad Juárez, Francisco se aproximará a la Frontera entre México y Estados Unidos y extenderá su mano hacia el otro lado, ese orbe rico y desarrollado desde el cual la imbecilidad racista mundial se encarnó en el candidato republicano Donald Trump y sus continuas diatribas contra los mexicanos. En Chiapas, tierra de la revuelta de los zapatistas liderada hace 22 años por el Sub Comandante Marcos, el papa se inclinará ante la tumba de quien ha sido la figura eclesiástica más comprometida con los indígenas chiapanecos, con su cultura, con sus derechos y con el movimiento zapatista, Monseñor Ruiz, el fallecido obispo de San Cristóbal de las Casas a quien los indígenas apodan Tatic. Ruiz fue, a su manera, la semilla que va de Bergoglio a Francisco y su hoy universal Iglesia para los pobres: Ruiz fue el obispo de los excluidos, el antagonista de las castas católicas y políticas. Para la curia romana y el papa Juan Pablo Segundo, Tatic resultó una suerte de satanás a quien, tantos años después, Francisco rinde un homenaje en un claro gesto de reivindicación de su legado. En Chiapas, el idioma del imperio dejará su sonoridad a otros. El sumo pontífice vendrá a estas tierras con un decreto que autoriza el empleo de los idiomas indígenas en las misas. La suya se escuchará en tres idiomas locales.

Francisco no viene a cambiar a un país, sino a renovar una Iglesia todavía embutida en sus privilegios y silencios, a intentar restaurar una fe en declive. El papa saltó la valla de las tentaciones oficialistas, de los paseos coloridos y balizados por las narrativas oficialistas y del ecumenismo político que proclama que aunque todo esté mal Dios está para salvarnos. Entre un paseo inocente y otro riesgoso y comprometido, eligió zambullirse en el segundo.

Para renovar la Iglesia, el papa necesita de la base pastoral que lo venera en contra de una cúpula acomodada que lo olfatea con desconfianza y temor. Y para llegar a esa base, hay que estar presente allí donde las fracturas son como animales al acecho. Violencia y miseria, esa es la figura geométrica que Francisco encontrará en sus recorridos y evocará con sus palabras. Pero la visita papal a México puede ser mucho más que el mismo México. Este país intenso y fascinante envuelve en su geografía y sus hábitos políticos cada una de las problemáticas que hacen tambalear al mundo:la corrupción, desde luego, con su sistema universal de lavado de dinero y evasión fiscal montado por los grandes bancos globalizados: la inmigración y su drama sin fin que hoy arrincona a la timorata unión europea: el narcotráfico, problema planetario igualmente facilitado por los circuitos bancarios y las complicidades incrustadas en los poderes políticos de cada continente: la pobreza extrema y su aumento mundial frente al estrecho pero infinitamente más poderoso espejo de los ricos. Con su retórica moralista y facilonga, la prensa mundial dirá sin dudas que México es esto o lo otro, pero México es en un sólo territorio nuestro propio mundo.

Las narrativas pastorales de Francisco suscitan en el país un entusiasmo palpable. El Papa del “fin del mundo” viene a extender la esperanza de un mundo prisionero de dramas abismales. Pobres, víctimas de abusos policiales o del crimen organizado, familias de desaparecidos, indígenas, inmigrantes, cada sector espera un milagro. Ese es el secreto de la esperanza:que de la nada, que de las manos vacías, surja algo que trastorne y transforme. En un ámbito más político, los medios locales aseguran que el gobierno mexicano intentó “interceptar” la agenda de Francisco y atenuar su alcance. El intento parece haber tenido resultados.

Nadie ha sido capaz, hasta ahora, de domesticar al Papa. Es lícito reconocer que la agenda papal es una exposición en carne propia a todo aquello que incomoda al gobierno: desaparecidos, corrupción, narcotráfico, asesinatos. No obstante, la presencia del papa es también un éxito para el presidente Peña Nieto. Aunque diste mucho de asemejarse a los bucólicos e intrascendentes paseítos de Juan Pablo Segundo y Benedicto XVI, el viaje del papa legitima a un presidente mexicano que ha comprendido mucho mejor que sus colegas latinoamericanos que, muchas veces, incluso si pueden ser en un momento adversas, lo mejor es dejar que circulen las narrativas de los medios. México es igualmente clave para el papa: se trata del segundo país con mayor presencia de católicos en el mundo –el primero es Brasil. Algunos analistas aseguran que el mandatario mexicano se arrepentirá de haber buscado con tanto ahínco que el papa venga a México. Otros, en cambio, apuestan por el hecho de que las imágenes de los dos dirigentes y el efecto “beatificador de Francisco” suavizará el impacto.

Lejos de esas especulaciones de pasillos reales, la población lo espera, y lo espera sinceramente. Lo necesita porque no hay soledad más desgarradora que aquella de la víctima que no tiene quién la escuche o quién comprenda su dolor. El cielo no responde, el poder no hace justicia. Francisco, al menos, les habla a esas almas que en las complejas situaciones del mundo viven en la periferia del sufrimiento. El las ha puesto en el centro de su geometría.


Miércoles, 10 de febrero de 2016

   

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