Lunes, 10/2/2025   Paso de los libres -  Corrientes - República Argentina
 
POR HORACIO GONZALEZ
"Venezuela en la política Argentina"
Argentina ha decidido, por medio de su gobierno actual, ejercer un derecho no escrito de poner en suspenso o eliminar de la memoria todo hecho de la historia nacional que mostrara un mínimo acento de dignidad y latinoamericanismo. Un azoramiento específico nos invade cuando asistimos a la recepción que hace Macri a una embajadora del gobierno implantado por videoclip, mostrando nuevas facetas de las técnicas golpistas.

Cabe observar, con una irreparable vergüenza, la acción del gobierno argentino contra el gobierno de Venezuela. De nada sirve apelar a cuestiones de legitimidad, invocando artículos constitucionales según los cuales Maduro no está sostenido en ninguna legalidad para ejercer su cargo. Es cierto que hace varios años hay en Venezuela un debate por la institucionalidad, desde el punto de vista legalista, con argumentos esgrimidos por los dos bloques de poder, que son la manifestación visible en las calles de la profunda crisis que el proyecto golpista ha introducido en la sociedad venezolana. Maduro sucedió a Chávez, en una elección que ganó por pocos votos. En otro momento, la Asamblea Nacional obtuvo una mayoría opositora. Maduro respondió con la elección de una Asamblea Constituyente donde con un modificado sistema electoral, obtuvo una nueva mayoría. Luego ganó la elección presidencial ante la abstención de una parte de la oposición (no de toda) y fue avalado por una Corte Suprema del Estado, mientras que otro Tribunal Superior de origen golpista, avala a la Asamblea Nacional, que fuera de todo ámbito legal conocido, autoproclamó un presidente sin que se sepa cuál fue la votación anterior de los diputados para dar ese paso que formaba parte de la planificación desestabilizadora. En las líneas de una reflexión clásica se podría hablar de un “doble poder”.

Ambos proclaman la misma legitimidad, pero esta situación de división en dos, de todo el cuerpo social y político venezolano, no emana de un conflicto inmanente a una sociedad nacional escindida, sino a las actuaciones del gobierno de los Estados Unidos, que avanza implacablemente con sus aliados sudamericanos que han formado un cuestionable pacto a fin de dar aliento al golpe –el grupo de Lima–, donde la Argentina es el país que envía los mayores fuegos contra el gobierno real venezolano, invitando a tomar medidas de una gravedad inusitada, como la incautación de fondos de la empresa petrolífera estatal venezolana que actúa fuertemente en el mercado norteamericano.

Estas medidas económicas y otras que se fueron sucediendo en los últimos tiempos empujaron un desabastecimiento de productos indispensables que fue la “diplomacia del cañón económico” con la que la mayoría de la población fue afectada sustancialmente, en su capacidad de pensar las causas efectivas de tantas penurias. En situaciones como éstas, donde se degrada el ámbito vital, las estructuras cotidianas y el rumbo compartido que propone toda comunidad, aunque sea como carta imaginaria de convivencia, se produce un corte en las atribuciones de culpabilidad por la irritación de amplios sectores de la población, donde se carga al gobierno la consecuencia lejana de las acciones de bloqueo que hace tiempo han empeñado las agencias golpistas del gobierno de Trump. Equivalen a sistemáticas descargas de artillería pesada, pero bajo la forma de las restricciones del comercio exterior, el precio del barril del petróleo, y la inhibición sistemática a la posibilidad de Venezuela de diversificar su producción autónoma.

En el momento actual, la orden de intensificar el golpe dada por las más altas autoridades norteamericanas, han producido una situación de abismo político en toda Latinoamérica. La creación de un presidente artificial, mínimo presidente proclamado en medio de las calesitas de una plaza, enrarece todas las relaciones entre los países y hace entrar la viga corrida de la ilegalidad revestida de “legalidad”, tanto en el Parlamento Europeo como en el seno de las principales naciones latinoamericanas.

Un azoramiento específico nos invade cuando asistimos a la recepción que hace Macri a una embajadora del gobierno implantado por videoclip, mostrando nuevas facetas de las técnicas golpistas. En los años 30, el libro de un dudoso personaje Curzio Malaparte había analizado los golpes y putsch ocurridos en Europa desde Napoleón III a la toma del palacio de invierno en 1917 en Rusia. ¿A que se llamaría golpes? Esta gráfica acepción (no un lento proceso sino una razón inmediatista o un proceder fulminante, pero planificado) no tiene ninguna posibilidad de verse a la altura de los procedimientos democráticos o republicanos. Pero toda estabilidad social siempre admite el rayo súbito proveniente de fuerzas oscuras de la política, de corte conspiracionista y motivos de restauración de una autoridad central o imperial que se ve dañada por diversas manifestaciones colectivas de los derechos sociales, políticos o económicos. El golpe crea su propia juridicidad y expropia derechos populares. Por eso comienza por negar la legitimidad inserta en las leyes vigentes.

Malaparte estudiaba a los golpes, como acciones tecnológicas que incluían la preparación sigilosa, la conquista de la población con noticias falsificadas, la creación de estigmas a la manera de un bastonazo semiológico acusando de corrupción a todo el ciclo político anterior, y todo ello sin pruebas, para hacer más y no menos verosímil el ataque final. Este sería apenas un hecho estético, pues el verdadero control de Estado podría hacerse con “mil técnicos” –militares, periodísticos, judiciales, alianzas secretas con otros gobiernos, con especialistas en la diplomacia de las tinieblas– y queda la noticia dada a la población con un visible movimiento de tropas final que tome los palacios gubernativos a la luz del día. Trotsky, al leer el libro de Malaparte, le cuestionó que el concepto de revolución era superior al de golpe. Es cierto, el golpe es la creación de una crisis artificial con procedimiento secreto donde lo que se hace público es también una pieza técnica del desgaste de las conciencias y de los legados de legitimidad laboriosamente conquistados en la etapa anterior.

Lo que ocurre hoy en Venezuela, con el cerco diplomático que avanzó hasta fronteras inauditas –solo excluyendo a países lejanos como China y Rusia, y los neutrales México y Uruguay–, no es nuevo respecto a los acontecimientos que se verificaron hace más de un siglo, en 1902, cuando Inglaterra, Alemania e Italia ponen en sitio marítimo a los principales puertos venezolanos demandando el pago de deudas por construcción de ferrocarriles y otros servicios. Llega a haber combates, donde a la inutilización de la precaria flota de Venezuela por la Armada Inglesa, le suceden algunos episodios de la artillería costera en Maracaibo, donde las aguas bajas del lago permiten inmovilizar una fragata inglesa, al alcance de la artillería venezolana de la costa. Estados Unidos se declara neutral, a pesar de la Doctrina Monroe, pero interviene como mediador interesado, para regular el pago de la deuda aminorada, pero agregar a la doctrina oficial norteamericana la posibilidad de un nuevo tipo de intervencionismo del propio Imperio que sustituía a los europeos, si sus intereses se veían amenazados. Era la esencia final del monroísmo, ahora a cargo del primer Roosevelt. Lo que más puede destacarse de estos episodios es la reacción de la Argentina a través de Luis María Drago, ministro de relaciones exteriores de Roca, perteneciente a la “generación roquista” que sostenía los principios del positivismo jurídico y médico. En esencia la Doctrina Drago dice que no puede haber acciones bélicas motivadas por obligaciones de las deudas nacionales.

Proyectada como sombras chinescas sobre la aciaga realidad actual, la doctrina Drago tendría la consecuencia inmediata de impedir todas las acciones en las que está empeñado el gobierno norteamericano. El señor Furie debe conocer la doctrina Drago, pero la Argentina ha decidido, por medio de su gobierno actual, ejercer un derecho no escrito de poner en suspenso o eliminar de la memoria todo hecho de la historia nacional que mostrara un mínimo acento de dignidad y latinoamericanismo. Incluso ha puesto a disposición de la operación golpista los medios de comunicación que pertenecen al anillo de protección del gobierno, donde se escucha el relato de los exilados venezolanos respecto a las carencias y privaciones que existen en la economía popular venezolana. Esto es absolutamente cierto y tiene graves consecuencias, pero la deliberada omisión de las causas generales de este descalabro es sustituida por una apelación a la solidaridad ante el modo en que se ha estrechado la vida social. Si bien nadie puede ser ajeno a los sufrimientos populares, tampoco es justo no analizar las maniobras de los golpistas, responsables de grado último de toda la situación, que ahora consiguen acusar al gobierno legal –víctimas también de la situación–, de victimario. Este retorcimiento de la argumentación ocurre en todo el mundo y es el más sofisticado producto espiritual o intelectual del golpismo, se actúe o no dentro de ámbitos donde instituciones democráticas siguen en funcionamiento precario. Todos los días escuchamos acusaciones a Maduro por hechos que solo se entienden remontando el filamento complejo de sus causas. La responsabilidad de la agresión y aflicción del pueblo venezolano está en otro lado.

Llama la atención en nuestro país, que debido a que la lógica general de la estigmatización a la que está sometida toda la sociedad, los que saben bien qué significa esta intromisión internacional con toda una artillería económico-financiera en bloque, amenazas militares, acciones comunicacionales ya perfectamente tipificadas en su lenguaje antidemocrático, se cuidan de decirlo o lo dicen muy moderadamente, por el temor electoral a que se resientan candidaturas ante la asimilación de la política nacional al arquetipo bien construido de una “amenazante venezuelización”. Pero lo que nos asegura una opinión efectiva, éticamente construida en el magma de la autodeterminación de los pueblos, es reconocer en las dificultades del proceso bolivariano, un campo efectivo de reflexión política que se debe realizar junto a la reafirmación de la legitimidad del gobierno de Maduro. Sin temor a ser puestos en los primeros lugares en la tabla de la estigmatización, convirtiendo a personas o corrientes políticas en fuerzas diabólicas que contagian inéditas pestes a quienes tocan esos cables eléctricos o se acercan a ellos. ¿Cómo pensar así, bajo la coacción de caer en las mallas del estigma platónico de los “chavistas”? Que, por otra parte, forma en primera fila de los procesos populares latinoamericanos, que se ofrece a la mirada de las fuerzas populares argentinos de muy diversas maneras. En primer lugar, porque el papel de las fuerzas armadas adquiere una singularidad que no es la misma que se verificó en nuestro país. Cualquiera sea la prevención que se tenga sobre la participación militar en la vida política más amplia de un país, el caso de Venezuela reviste un tenor específico de politización y de expresión atípica de un poder popular, que debe verse con interés redoblado, en la medida que hace al nudo de cohesión militar al que apunta la tarea golpista en sus manifestaciones más deterministas. En un mundo desideologizado como en el que vivimos, la cuestión de Venezuela es vital para Latinoamérica. Esta debe ser resuelta con un ojo puesto en la pacificación sin hegemonía de los golpistas y con la capacidad de retomar los hilos del poder nacional autónomo, como horizonte de rechazo de la “macrización” de nuestros países. Este es el lamentable tono general de las vestiduras de épocas que hay que rasgar con la movilización popular, la agudeza intelectual y la capacidad de seguir generando símbolos de resistencia democrática.

* Horacio Luis González (Buenos Aires, 1944), sociólogo, docente, investigador ensayista argentino. Nació en Buenos Aires en 1944. Es profesor de Teoría Estética, de Pensamiento Social Latinoamericano, Pensamiento Político Argentino y dicta clases en varias universidades nacionales, entre ellas las de la ciudad de La Plata y Rosario. Entre 2005 y 2015, se desempeñó como director de la Biblioteca Nacional.


Martes, 5 de febrero de 2019

   

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