POR HALPERIN “Cuidarse es peronista: rompan todo” “Ladrona de la nación”. “Se robó dos PBI”.
Esos exabruptos son propios del reino de los mitos urbanos, un territorio donde se creen y circulan las historias más descabelladas, y, sin embargo, cristalizaron en conductas judiciales (un fiscal usando excavadoras en la Patagonia para buscar “el tesoro de los K”), y también en los medios y en las redes (últimamente una plataforma mundial acusando a la expresidenta).
El componente irracional interviniendo en los mundos judiciales, mediáticos y virtuales.
¿Qué lo impulsa? Piénsese que estas acusaciones se lanzan en un país donde por primera vez en la historia una mujer es la que acumula el mayor apoyo político --esto no sucedió ni en los tiempos de Evita--. Después de cuatro años de macrismo rápido y furioso, Cristina Fernández, la enemiga, consolidó su liderazgo valiéndose de un perfil bajo, y logró desbancar a una fuerza política que ha contado con un bloque de poder como pocas veces en la historia.
Y, en un país en el que la violencia de género es algo cotidiano, esta mujer cedió, digamos, su capital político a un hombre para que gobernara el país.
Es absolutamente inédito.
La vicepresidenta inició juicio contra la plataforma planetaria Google por presentarla como ladrona de la nación: una más de la catarata de terribles agresiones que Cristina Fernández viene sufriendo desde hace 13 años, aun antes de asumir como presidenta. Y lo señalo porque cuando Cristina fue votada por primera vez y yo trabajaba en Radio Mitre, enviamos a un productor a hacer encuestas en Recoleta y Once sobre el triunfo, y muchos testimonios fueron tan violentos que en algunos casos clamaban para que los militares “echaran pronto del poder a esa mujer” (sic).
Aquellos exabruptos de furia y el ataque de los medios fueron tan intensos que alguien como yo, que, lo reconozco, no me he caracterizado por ser tan sensible a los temas de género, escribí junto a Diego Tomasi en 2009 un libro que últimamente mi hija, releyéndolo, me lo describía como “feminista” (“Las muchachas peronistas: Eva, Isabel y Cristina; ¿por qué desatan odios las mujeres en el poder”).
Esto que vemos es el exabrupto y el patoterismo incorporado a la escena cotidiana de la política.
Pero es útil no ceñirnos a la violencia de género. Complementemos la imagen.
El hombre elegido por Cristina y ungido por casi la mitad de los votantes es un moderado.
Nos gobierna un profesor universitario, que es autocontenido (¿ejemplo de autocontenido?, que haya retirado el proyecto de intervención a Vicentin ante las reacciones de algunos sectores; ¿otro ejemplo?, que reciba a los periodistas de todos los sectores y responda a todo. ¿otro ejemplo? Que no haya dado lugar a un “6,7,8” en los medios públicos --yo puedo desear que haya un 6,7,8 , pero enfatizo que Alberto evita la confrontación--).
Gobierna, entonces, un profesor universitario moderado y dialoguista que eligió a un ministro de Economía que es un experto en negociación de la deuda. Y el presidente enfrenta la pandemia asesorándose con infectólogos y científicos.
Es decir que el gobierno tiene la marca de la racionalidad y la moderación.
¿Y cómo actúa la oposición? Un sector que incluye al jefe de gobierno de CABA, Rodríguez Larreta, a intendentes de JxC en la provincia de Buenos Aires y gobernadores --es decir, los que tienen gestión-- se alínea en general con el presidente en la gestión de la pandemia y baja sus críticas en otros temas.
Pero otro sector con mucha mayor repercusión, porque está fogoneado por Clarín y los grandes medios, hacen oposición exactamente con la cara inversa de la racionalidad y la moderación.
Con exabruptos, violencia verbal e irracionalidad.
Si Macri gozó de su tiempo de tregua de la oposición y los medios (en realidad los medios lo cuidaron hasta hoy), al gobierno de los Fernández le niegan la tregua desde el primer día, como lo hicieron desde 2007 con Cristina presidenta.
Exabruptos, violencia verbal e irracionalidad.
Lo vivimos desde el principio de la cuarentena, cuando se propagó y creyó el rumor de que el gobierno dispuso que comandos de asesinos y violadores soltados de la cárcel patrullarían las ciudades y cuando ante la intervención de Vicentin se escuchaba de los caceroleros “Vuelve el comunismo”.
Y lo vivimos en estos días en que una promocionada presentadora de televisión bebe en cámara dióxido de cloro, y Lanata se burla del cuerpo de la vocera del ministerio de Salud, Carla Vizzotti, y Pergolini trata de imbéciles e hijos de puta a quienes votaron la ley de teletrabajo, y Carlos Rodríguez, gurú de los economistas ultraliberales, postea en Twitter “No quiero más empleadas domésticas con gobierno peronista”, y Baby Etchecopar dice que Cristina es un cáncer, y Fernando Iglesias retuitea un mensaje que llama a armarse con ametralladoras, y presuntos intelectuales del macrismo denuncian que el gobierno impone una infectadura, y proliferan en la televisión los mensajes anticuarentena y antivacuna.
Quiero decir: no son sólo los ciudadanos comunes desobedeciendo la cuarentena y juntándose en los cacerolazos cuando aumentan los contagios y muertes, y gritando barbaridades como “prefiero morirme antes que escuchar a Alberto Fernández”.
Son personajes públicos compitiendo para ver quién es más convincente con la consigna de romper todo.
Frente a un gobierno que enfatiza la racionalidad y la moderación, tenemos este fenómeno de la vereda de enfrente cuyos líderes de opinión dicen: “Ellos van por la racionalidad y la moderación; muy bien, seamos irracionales y violentos. Nos lo podemos permitir porque ellos son los negros peronistas y nosotros los republicanos”.
Si hubo 18 años de proscripción al peronismo, si se intentó en los cuatro años de Macri convertir al kirchnerismo en una fuerza ilegal, ¿por qué respetar las reglas ahora que ellos volvieron al poder?
El ensayista Jorge Alemán habla del fenómeno de la No política, cuya novedad, la paranoia, el odio y la sospecha querellante que la acompaña crecen exponencialmente a través de los vínculos sociales en un mundo donde cada vez más hay sujetos que, más que demandar sus derechos democráticos, lo que piden es que sus delirios sean reconocidos. Y reaccionan descontrolados ante miedos que ellos mísmos se inventan.
Dijimos antes que hay dos clases de oposiciones al gobierno peronista, y una de ellas se mueve con racionalidad y moderación parecida a las del gobierno.
Pero, ¡ojo!: como lo señala Alemán, este capitalismo apuesta cada vez más al juego delirante y al estado de excepción. Y, por lo que se ve en el entorno de Argentina, su apuesta le está dando resultados.
Lunes, 10 de agosto de 2020
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