Por Ricardo Aronaskid La muerte de Juntos por el Cambio Personalmente, no pensé que se podría escribir este título en un tiempo tan cercano.
Ocurrió la muerte acelerada de un espacio político, producto de una debacle electoral que se fue pronunciando a medida que la política argentina tomaba otras direcciones que las previstas en el escenario político lineal que habían imaginado los dirigentes y estrategas de JxC.
Cambiemos logró en su momento disimular el fracaso de la muy mala gestión de Mauricio Macri. A pesar de contar con un respaldo mayúsculo de factores de poder nacionales e internacionales, y de partir de condiciones económicas y sociales que permitían plenamente la gobernabilidad, generó en sólo dos años de gestión una severa crisis económico-financiera, para luego pasar otros dos años de penuria, ajuste y decadencia general.
Pese a esos muy malos resultados de su gestión, fue acompañado por el 41% de los votos en las elecciones generales de 2019, lo que representó un hecho político sorprendente. Parte de esos votos se explicaban por el rechazo visceral a lo que sus votantes percibían como «la vuelta del kirchnerismo».
Se estaba viendo en acción un mecanismo de empobrecimiento de la democracia que sería consustancial al macrismo: un mal gobierno –que había mentido en cuanto a sus promesas de campaña y que había defraudado muy fuertemente las expectativas que sus publicistas habían sembrado en el imaginario de sus votantes- no era castigado como correspondía, ya que su contrincante político representaba «el mal» a priori, antes de cualquier evaluación política o económica realista y sensata.
Ya en el llano, ese espacio continuará bajo el liderazgo del fallido Mauricio Macri. A pesar de que ese espacio supone representar a lo más elevado de la sociedad, no se encaró ningún debate público sobre qué fue lo que no funcionó con el gobierno fracasado, y rápidamente luego de un rebranding (pasó a llamarse Juntos por el Cambio) se volvió al viejo truco de echarle la culpa de todos los males al kirchnerismo y a Cristina Kirchner, y a reposar en el trabajo sistemático que realizaban –y realizan- los principales medios de comunicación en materia de erosión política y distorsión informativa que tanto favorecieron a ese espacio.
Las dificultades objetivas, la falta de personalidad y de ejecutividad política de la gestión de Alberto Fernández en nombre del «Frente de Todos», hacían avizorar a la salida de la pandemia del COVID19, una fácil victoria electoral de cualquier espacio que se pusiera enfrente de un oficialismo tan débil y fragmentado.
A pesar de las evidentes limitaciones de la figura presidencial, de su distanciamiento de cualquier ambición transformadora y de su conflictiva relación con Cristina Kirchner, se insistió en motejar al gobierno como «kirchnerista», tratando de señalar el «mal profundo» que lo corroía y aprovechar esa palabra que tanto rendía en términos electorales.
El tipo de oposición que realizó Juntos por el Cambio durante los años de la gestión albertista fue tan mediocre como reaccionaria. Carente de todo espíritu patriótico, buscó en forma consciente ser obstruccionista y claramente boicoteadora de todo lo que hiciera el gobierno por fuera de la agenda de los factores de poder.
La actitud general de JxC se caracterizó por buscar sin tapujos el fracaso del oficialismo –lo que implicaba inevitablemente nuevas desgracias y sufrimientos para las mayorías- como si esa fuera la tarea que le corresponde a la oposición en democracia.
Era una actitud que deterioraba fuertemente cualquier estándar democrático, degradando todo debate importante al nivel de la chicana y la mentira. Entre los medios de la derecha y JxC se arruinaba cualquier intercambio, llevándolo al terreno de frases efectistas, indignaciones fingidas y combativismos orientados a la destrucción de todo lo que proviniera del gobierno, fuera malo o bueno para el interés público.
JxC fue todo lo contrario a una oposición democrática y racional. En ese espacio se destacaban los dirigentes que estridentemente competían por la mala intención de sus críticas, el sensacionalismo de sus denuncias mayormente infundadas -pero que continuaban con el argumento ya instalado de la «corrupción K»-, la falta de propuestas que pudieran consensuarse, la nula predisposición al diálogo –se seguía con la tradición inaugurada aún en el período kirchnerista de oponerse a todo, y bloquear todo- y el seguidismo de lo que los dueños de los medios de comunicación instalaban como tema de agenda.
En JxC parecieron creer que eso era suficiente para ganar, porque recordaban que en el último tramo de la gestión de Cristina Kirchner el temperamento discursivo fue el mismo. Omitían que en ese entonces tenían la ventaja de que los macristas nunca habían gobernado.
Rodríguez Larreta, un dirigente más formado y menos extremista que la media de los políticos cambiemitas, por mostrar un espíritu colaborativo en el marco de la pandemia fue hostilizado y caratulado de «tibio». Cedió a la presión derechista y gorila interna y realizó numerosas concesiones al discurso duro y rabioso que emanaba de la cúpula del espacio, hasta el punto de declarar que estaba dispuesto a dialogar con todo el mundo, menos con el kirchnerismo. Seguía así respetando la línea roja fijada por la cúpula del poder: había que destruir al kirchnerismo.
La implosión del espacio derechista se produjo en tramos sucesivos: llegó primero con la eliminación del candidato interno más capacitado, menos extremista y más lúcido –siempre en términos relativos- en las PASO. Dejaban afuera a los más capaces, para elegir a los más brutos y violentos. Bullrich fue la opción preferida del tipo de votantes que construyeron los medios y los cambiemitas a lo largo de su trayectoria en la política argentina.
Una vez consagrada en la interna de JxC, Bullrich se especializó en un discurso violento, denegatorio de Unión por la Patria como espacio legítimo y democrático, al que nuevamente se tildaba con el infamante mote de «kirchnerista». Nuevamente se apelaba al antikirchnerismo rabioso como razón política fundamental.
El fracaso de Bullrich reconoce dos vertientes externas, además de la evidente mediocridad de la candidata:
1) el ascenso sorprendente de Milei como figura aún más extremista y desmesurada que la propia Bullrich, con apelación a sectores más juveniles o más alejados de los espacios políticos convencionales. 2) la persistencia política y personal que mostró el candidato Sergio Massa, evitando ser arrastrado por la crisis económica y el desaliento general. Resistencia a bajar los brazos en un escenario muy duro, que supo complementar desde el Ministerio de Economía en dos terrenos fundamentales: el de las medidas económicas compensatorias a la erosión de los ingresos de la mayoría, y en el plano discursivo, donde se mostró firme a la hora de defender su acción de gobierno y señalar a los actores económicos concretos que dañan a la economía y al bolsillo popular desde el ámbito empresarial.
Para qué nació Cambiemos Vale la pena recordar brevemente cómo y por qué nació lo que acaba de fenecer.
En el contexto de la impensada irrupción del kirchnerismo, como fenómeno a contracorriente del declive neoliberal de la Argentina, sectores de poder domésticos articulados con embajadas de potencias occidentales, buscaron generar una respuesta para revertir ese curso «indeseable».
Era evidente que había que otorgarle a la derecha local -desorganizada desde la catástrofe a la que llevó al país durante los ´90- un instrumento de acción política efectivo.
El objetivo de ese instrumento político electoralmente competitivo era eliminar la autonomía que había aparecido en el ámbito de los principales partidos políticos respecto a las perentorias demandas del alto empresariado. Ese desplazamiento de personal político «rebelde» en el Estado era fundamental para el otro objetivo aún más de fondo: eliminar la autonomía del Estado de las demandas específicas de diversas fracciones capitalistas.
En el mediano plazo, se buscaba castigar a los políticos que se atrevieron a autonomizarse del «consenso» neoliberal noventista, que básicamente asumía que el país era una semicolonia del capital multinacional, que a su vez debía ser gestionada por políticos que asumían como propia esa política del capital.
En otro plano, también muy importante, se trataba de desplazar a un gobierno que se había mostrado favorable a una política exterior autónoma de Estados Unidos y la Unión Europea, y que generaba por su propia presencia, y por otras afinidades políticas, inercias autonomistas en toda la región sudamericana. Ese comportamiento internacional favorable al multilateralismo, creaba las condiciones para el establecimiento de vínculos con actores de la política mundial que los norteamericanos consideraban conflictivos con sus propios intereses globales.
Para concretar estas metas estratégicas de los factores de poder, absolutamente ignoradas por el gran público, se logró canalizar el voto de un electorado numeroso, que no se identificaba con el kirchnerismo, y crear un espacio electoral competitivo, en base a un programa difuso, envuelto en una estética que aludía a lo novedoso y a lo «no conflictivo». La verdadera agenda neoliberal y de negocios comenzó a expresarse desde el primer día en la propia gestión macrista.
En términos de la misión política de ese espacio, puede ser considerado como un éxito el gran triunfo simultáneo en las elecciones nacionales, en Provincia de Buenos Aires y en CABA en 2015.
Luego del fracaso gubernamental, fue importante el accionar de JxC en el desgaste del gobierno de Alberto Fernández, quien realizó una apuesta vana a una convivencia democrática y colaborativa con el macrismo. Este espacio continuó en la misma línea trazada por la derecha desde el intento de golpe blando contra Cristina Kirchner en ocasión de la Resolución 125.
No importó lo que hiciera el dialoguista Alberto Fernández, se sostuvo el hostil discurso anti kirchnerista forjado durante el gobierno de CFK, con sus tradicionales tópicos acusatorios como corrupción generalizada, políticas anti empresarias que espantan la inversión, creación de pobreza y subsidios a la misma con criterios clientelares, medidas antidemocráticas y autoritarias para acallar el pluralismo, y chavismo anti occidental en materia de relaciones exteriores. Se llegó a acusar a Alberto Fernández de levantar el dedo (SIC) en el debate presidencial previo a su elección.
Si ya durante el gobierno de Cristina Kirchner esas acusaciones no tenían ningún fundamento serio, y más bien respondían a una mirada de derecha extremista e ideologizada que había puesto al gobierno en el lugar del enemigo jurado, en el gobierno moderado y timorato de Alberto Fernández esos epítetos llegaron al ridículo, separándose completamente de la realidad, pero manteniendo cohesionado, sin fisuras, a todos los adherentes y componentes de Juntos por el Cambio.
No se pudieron observar disidencias públicas, ni dirigentes, ni intelectuales, ni figuras de relevancia que salieran a condenar las prácticas antidemocráticas y la falta de espíritu de convivencia que mostraba la fuerza. El desplazamiento a la derecha incluyó un discurso que en el borde se tocaba con el de Revolución Federal, el grupo derechista lumpen que con la colaboración financiera y política de personas vinculadas a JxC, atentó contra la vida de la Vicepresidente de la Nación.
Volvemos a resaltar un punto: contra un kirchnerismo -que en la práctica del gobierno del Frente de Todos no existía-, se justificó una práctica discursiva derechista que dejó de lado todo componente liberal democrático, o de centro, o socialdemócrata, prevaleciendo más un estilo confrontativo, de bajísimo nivel y auto satisfactorio.
El descarado lobby realizado por JxC durante la pandemia a favor del gigantesco laboratorio norteamericano Pfizer, es una muestra de lo colonizado que estaba ese espacio por intereses particulares. No se escuchó a nadie alineado con el macrismo que se escandalizara por la insólita posición de boicot a la correcta política de adquisición de todas las vacunas posibles por parte del gobierno nacional.
La irracionalidad y el bajo nivel argumentativo fue usado cada vez más por JxC, a medida que el espacio kirchnerista se debilitaba en la sociedad y el gobierno del FdT era incapaz de presentar sus propios argumentos con una voz clara y comprensible. Casi solo en el espacio público, con el acompañamiento masivo de los medios de comunicación, JxC exhibió toda su pobreza y su falta de objetivos nacionales, más allá del consabido odio y desprecio al kirchnerismo.
Vieja y nueva derecha Que la derecha, en sus diversas formas, haya acumulado un 60% de los votos en las elecciones primarias, abiertas y obligatorias, debería generar una profunda reflexión y posterior acción política en múltiples niveles en todos los espacios que se oponen al neoliberalismo en todas sus vertientes.
No se trata simplemente de un viraje hacia la derecha en la opinión pública, producto de complejísimas causas epocales universales, sino que también responde a acciones políticas específicas realizadas en los últimos 15 años.
Con una mirada histórica más abarcativa, muchas de las ideas que afloran hoy fueron sembradas en la opinión pública durante el monopolio comunicacional de derecha en la dictadura cívico-militar de 1976. Mitos y razonamientos falaces que se expandieron bajo los sucesivos gobiernos que precedieron al estallido de 2001, y que nunca terminaron de ser discutidos a fondo ni cuestionados dentro del sentido común de la mayoría social.
Hubo un combate de ideas parcial en los años kirchneristas, pero no cabe duda que la victoria macrista se asentó en los elementos sembrados en los años previos y posteriores al estallido social de 2001.
En esa expansión de una afinidad social con posiciones de la derecha, hay también elementos vinculados al efecto de la pandemia en los comportamientos e ideas de diversos grupos sociales, fenómeno no suficientemente conocido en toda su extensión.
También debe ser considerada en la irrupción de una nueva derecha, el impacto de las tecnologías de la comunicación, el uso del celular y la circulación de ideas, o de proto-ideas, en las redes sociales. Todo ese universo dista mucho de ser «espontáneo», tanto por el achatamiento y primarización de ideas que promueve el sistema de difusión que se ha popularizado, como por la intervención consciente que determinados actores políticos hacen para incidir en segmentos jóvenes de la opinión pública.
Tampoco deben ser perdidas de vista las causas estructurales, universales, vinculadas a la incapacidad general que muestra el capitalismo global de proporcionar a las mayorías los bienes que promete a todo el mundo, y las tensiones culturales que eso provoca en las sociedades y los individuos.
Todos estos elementos que hemos señalado precedentemente están, y deberemos ir ponderando su incidencia específica, pero no nos parecen suficientes para entender plenamente el caso argentino.
La mentira fundante Hay específicamente causas locales, que deben ser estudiadas en mayor profundidad para determinar las acciones políticas y culturales que se deben encarar para revertir estas tendencias retrógradas.
Específicamente, entendemos que esta facilidad con la que la derecha política está pudiendo captar el voto de una parte de la ciudadanía –a la cual objetivamente perjudica en forma muy significativa cada vez que gobierna- está asentada en un retroceso creciente en la capacidad de pensar en forma crítica, serena, desapasionada, de una parte creciente de la población.
Y esta dificultad en relación a ejercer con plenitud el pensamiento, no ha sido centralmente producto de procesos globales, objetivos e ineludibles, sino de una acción política-comunicacional y educativa, emprendida con sistematicidad para crear una determinada subjetividad política, y una tendencia por la negativa a definir la orientación de la elección de figuras y partidos a apoyar en el momento eleccionario.
Siempre vale aclarar que estamos hablando de tendencia, no de situaciones que pueden ser pensadas en términos binarios, «todos votan opciones populares / todos votan opciones reaccionarias». Son tendencias que a veces configuran el elemento decisivo de una elección presidencial, y por lo tanto, determinan rumbos políticos y nuevas dinámicas sociales, políticas y culturales.
Sostenemos que parte del retroceso cultural y en materia de capacidad de ejercer el pensamiento, fue inducido explícitamente en la sociedad argentina para tratar de contener un fenómeno político que los sectores dominantes consideraron y trataron como un enemigo interno a destruir.
La batalla política en la que entró la derecha argentina en 2008 contra lo nacional y popular no ha hecho sino dañar al país en forma grave, afectando capacidades de pensamiento básicas de la sociedad.
El retroceso colectivo generado por la «guerra» comunicacional, política y cultural lanzada por la derecha local contra el kirchnerismo –en el que vieron la encarnación de un impulso popular y patriótico completamente ajeno a su agenda de acumulación- es también el caldo social en el que se cultivó el mileísmo.
Se había decidido que el kirchnerismo debía ser definido y anatematizado como autoritario, hegemonista, que había entrado «en la fase expropiatoria», que era anti-empresario, anti-mercado, que aislaba al país del mundo, que era insólito y aberrante en su política económica, que era populista y demagógico, y que se alineaba con los países comunistas o con liderazgos populistas autoritarios, etc. Nada de eso era estrictamente cierto, o en todo caso merecía una complejización mucho mayor, pero no era precisamente la verdad lo que importaba.
En esa guerra político-comunicacional se bajó conscientemente el nivel cultural y moral de la sociedad, y específicamente de sus sectores medios y profesionales, para que pudieran acompañar en cualquier instancia a las maniobras de la derecha, incluso si contradecían todos los valores y principios que se suponía estaba defendiendo. Se los fidelizó presentándoles un mal absoluto en cuya realidad creyeron, y contra el cual militaron. Se ejerció violencia sometiendo a la población a un bombardeo sistemático de imágenes e informaciones falsas sobre la realidad.
El otro elemento específicamente local en el que creció el mileísmo es el retroceso económico-social generado a partir de las reformas neoliberales de los ´90, retomadas por la gestión macrista. Ese proceso de deterioro estructural no fue revertido durante la actual gestión del FdT. Alberto Fernández pudo haber asumido una actitud de protección sobre una sociedad asolada por el neoliberalismo, la pandemia y otras vicisitudes objetivas. Pero prefirió no asumir ninguna confrontación importante para equilibrar la situación social. La inacción albertista reforzó la continuidad de un modelo excluyente, muy polarizado, en el que el crecimiento económico que existe es completamente apropiado por poco más de un tercio de la población. Ese modelo de fondo no es otro que el del neoliberalismo, es decir, la economía al servicio de las corporaciones.
Es difícil que la mayoría de la población pueda distinguir entre un modelo anti popular de fondo y un gobierno débil o vencido que no se atreve a modificarlo.
El negocio político del corralito mental anti-k El «anti kirchnerismo» fue la gran garantía disciplinadora de la derecha hacia adentro y hacia afuera. Fue la traba para que no se pudiera pensar. Fue un límite al pensamiento y a la reflexión. Fue un cerrojo que aún hoy pesa en la sociedad para petrificar una escala de preferencias donde lo anti k era la prioridad absoluta. Es el corralito en el que metieron a gente muy diversa y a expresiones políticas muy distintas, y que recién ahora empieza a romperse.
El anti kirchnerismo furioso tiene sentido y se comprende en un reaccionario profundo, en un procesista o en un troglodita social extremo.
Pero se extendió mucho más allá de ese selecto grupo reaccionario.
Alguien podía legítimamente reírse, burlarse del kirchnerismo, decir que no era en serio, que era un falso progresismo, que no cambiaba nada, etc., pero nadie democrático y con un poco de sentido común podía decir que era una amenaza a la democracia o que era lo peor que le podía pasar al país. Sólo un tremendismo impostado podía hacer que el «anti» justificara cualquier cosa, cualquier acción, cualquier ilegalidad. Pero eso fue lo que finalmente ocurrió.
El macrismo nunca debió haber existido si se hubiera ponderado el mal que el neoliberalismo de negocios le podía hacer al país en todas sus estructuras. Pero hubo gente que prefirió pensar que se podía hacer un capitalismo más decente y eficiente, más serio. Lo que podía entenderse como una expectativa ex ante. Pero eso mismo no se podía seguir sosteniendo luego de observar en qué había consistido la gestión concreta de Mauricio Macri y su entorno. ¿Por qué la gente que se vio defraudada no rompió con ese espacio? Probablemente haya sido el cepo ideológico-emocional anti-k lo que los mantuvo allí adentro.
Juntos por el Cambio nunca debió haber existido si la gente que se autodenominaba republicana hubiera tomado nota de la relación promiscua con el Poder Judicial y los servicios de inteligencia, que permitieron fabricar causas y perseguir opositores, además de amenazar a propios. Una de las causas más famosas, la de los «cuadernos», se estudiará en el futuro como una de las más irregulares y turbias que existieron jamás. La perforación del suelo patagónico en busca de PBIs escondidos, será también un cita tragicómica sobra la Argentina macrista.
En dónde quedaba el declamado apego a la democracia, supuestamente afectada por las prácticas kirchneristas, con la reiteración de las escuchas probadas a familiares de la AMIA, del ARA San Juan, a políticos opositores y propios, etc. Y con el uso posterior de los frutos del espionaje con fines de manipulación política.
En dónde quedó el «repudio a la corrupción» luego del DNU presidencial en el que violó la ley que reglamentaba el blanqueo para incorporar allí a sus familiares. A dónde quedaban las prácticas económicas transparentes luego de que Macri apareciera en los Panamá Papers, sinónimo universal de prácticas evasoras. ¿Y el escándalo de los parques eólicos? ¿En dónde quedaba la preocupación por la cosa pública con el escandaloso caso de la deuda del grupo Macri con el Correo Argentino?
Todo eso debían omitirlo, simplemente negarlo, para poder sostenerse en ese espacio.
Pero ¿por qué sostenerse en ese espacio, que no era moderado por sus prácticas persecutorias, que no era democrático salvo en un sentido muy formal, que no era socialdemócrata, que no era desarrollista sino más bien crony capitalism, que tampoco era productivista sino promotor de la timba financiera internacional con nuestro país?
¿Qué es lo que se sostenía, en qué principio se creía, cuando se persistía en el enrolamiento en el macrismo, luego de la gestión concreta de Cambiemos?
La simetría imposible Con la partición de JxC y la irrupción del espacio de Milei se produjo un fenómeno asombroso, especialmente para quienes vimos cómo el espacio macrista mantuvo un increíble monolitismo acrítico tanto durante las tropelías institucionales realizadas durante su gobierno, como durante la oposición salvaje y desconsiderada durante la actual gestión albertista.
Se trata de la toma de distancia de personalidades y sectores del espacio macrista, en relación a diversos aspectos –tenebrosos- que encarna Javier Milei y su candidata a vicepresidente.
Una sana reacción en figuras con formación y conocimientos, que ahora ponen en juego para cuestionar al líder libertario y a todo lo que representa esa candidatura extremista.
Si esa reacción no puede generar sino esperanza en un recuperación de la sensatez en sectores de la política y la sociedad que debieron haber tenido un rol moderador que aportara calidad al debate democrático, la conclusión a la que llegan muchos frente al actual dilema electoral «O Massa o Milei», nos devela las limitaciones que aún pesan de la guerra que libraron los poderes fácticos contra el kirchnerismo, y que todavía pesa fuertemente en la consciencia colectiva de los sectores medios y medios altos.
Se trata de la «simetría» que establecen entre Massa y Milei: los dos serían igualmente malos, lo que justifica una equidistancia que desemboca en el voto en blanco.
No hay simetría posible entre ambos candidatos desde una perspectiva democrática, desde una perspectiva republicana, desde una perspectiva nacional o de una mera perspectiva de responsabilidad por la cosa pública. No hay comparación posible, y cualquier persona «de centro» debería poder formular rápidamente su opción por Sergio Massa, ya que el otro candidato encarna un peligro económico, social y cultural extremo para la Nación.
¿Pero, cómo es posible entonces, que haya sectores «esclarecidos», «moderados», «democráticos», «institucionales» que establezcan una simetría tal entre figuras y proyectos tan diferentes, que los lleve a abstenerse.
La respuesta es porque continúa, increíblemente y contra toda prueba de realidad, el envenenamiento antikirchnerista generado en la «guerra» anti-k, que sigue vigente e incorporado como una especie de «marca de calidad» republicana.
Esa virulencia anti-k, atornillada en el pensamiento de sectores auto percibidos bienpensantes, es la que impide ver algo tan evidente como que Sergio Massa no es kirchnerista, que tiene su propio espacio y sus propias ideas, y que además convocará a radicales y liberales a su propio gabinete. Pero nada importa, porque la capacidad de pensar de ciertos sectores sociales ha sido arrasada en la confrontación llevada por los poderes fácticos contra los gobiernos 2003-2015 y sus protagonistas.
La «neutralidad» ante una confrontación electoral fundamental para el destino del país sólo puede ser pensada como fruto de un razonamiento que continúa vigente, a pesar de ser profundamente errado. Se sigue partiendo de la mentira fundante establecida por el poder fáctico: todo es válido contra el kirchnerismo, que es el MAL SUPREMO.
O quizás debamos corregirnos y decir: no hay razonamiento detrás del anti kirchnerismo fanático, como no hay razonamiento detrás del voto «neutral» en la actual disputa. Hay emociones tan fuertes, tan acendradas, que anulan la posibilidad de una evaluación política meditada sobre el panorama electoral que enfrentamos.
La aparición de personas que son capaces de bajarse del anti- kirchnerismo y salir del circuito cerrado de pensamiento controlado por la derecha más rabiosa, es un hecho auspicioso que merece ser observado con atención.
Sobre el futuro La partición de JxC puede dar lugar a diversas trayectorias políticas.
La separación del polo inescrupuloso encabezado por Macri -caracterizado por un pragmatismo amoral subordinado al principio único de los negocios particulares-, del polo más institucional y con mayor grado de responsabilidad política y social, liberará a ambos espacios que habían convivido en una rara fusión, logrando quizás una clarificación política mayor.
¿Puede haber una dinámica de «vuelta a los principios» de una parte de JxC?
La «centro derecha» más moderada que surge, ¿podrá recuperar algo de ese espacio social necesario en un democracia más operativa, de ser un centro político apegado realmente a las instituciones y la ley, custodio de las libertades y derechos públicos, genuinamente democrático y republicano? Ese espacio, de un liberalismo económico moderado, podría sí ser un buen complemento de gobiernos más progresistas, haciendo aportes constructivos o correcciones a problemas que pueda presentar una gestión de ese tipo.
La aparición de un espacio de ese tipo podría enriquecer la agenda pública, si fuera capaz de hacer una lectura crítica de la trayectoria macrista. La supuesta ética de Cambiemos fue que la ley sólo existe y se respecta si favorece a los intereses concentrados, y la corrupción sólo se encuentra en los gobiernos populares.
¿Es posible una reconversión de ese tipo, que acercaría la verdadera práctica política al discurso que siempre sostuvo Cambiemos/JxC? El tipo de público que fue construyendo la derecha local a través de sus medios de prensa y sus comunicadores en los últimos 15 años es un público fanatizado, «anti», acrítico frente a los cuentos de la derecha, irracional y orientado básicamente por el rechazo y el odio –especialmente hacia los sectores sociales subalternos-; ¿estará dispuesto a acompañar en parte a este nuevo perfil…?
Creemos que hay un público potencial que podría acercarse a una opción menos alienada de la derecha, y aún más si la situación económica-social se encausara progresivamente y se desmontaran los aspectos más irritantes que afectan cierto horizonte de previsibilidad para los ciudadanos medios.
En todo caso, hay aún un largo camino de desintoxicación de los venenos ideológicos inoculados a la sociedad desde la derecha. Y hay que advertir que esa desintoxicación no ocurrirá sola, sino que requerirá de un gran esfuerzo político colectivo para sanar a la sociedad de la distorsión ideológica autoritaria, irracional en la que la derecha la ha metido para sostener su proyecto neocolonial de subdesarrollo.
Por lo pronto, es importante que prevalezca la racionalidad sobre la barbarie.
Buenos Aires, 14 de noviembre de 2023.
Jueves, 16 de noviembre de 2023
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