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CÓMO ESCRIBIR SOBRE LA CÁMPORA
Por Miguel Russo
Allá por lo que parece ya un lejanísimo 2012, desde estas mismas páginas, una nota sobre la aparición del libro La Cámpora, de la periodista Laura Di Marco, arrancaba recordando que antes de la invención de la imprenta, reunirse para oír leer era una práctica necesaria. Y como para reafirmarlo, se recurría a una apreciación del analista Alberto Manguel volcada en Una historia de la lectura: “No eran muchos los que sabían leer y escribir, y los libros, propiedad de los ricos, eran el privilegio de un reducido número de lectores. Las personas que deseaban conocer determinado libro o autor tenían más posibilidades de oírlo recitado o leído en voz alta que de disponer del inapreciable texto”. Luego, se aclaraba que el siglo XX (y su consecución en el XXI) trajo la derivación del antiguo leedor en una nueva e insana manía: la del explicador de textos.

La reciente aparición del libro de Sandra Russo, Fuerza propia (del cual se reproduce, con autorización de la editorial Debate, un fragmento a partir de la página siguiente), hace que la recurrencia a aquella nota no sea ociosa. Ni a aquella nota, ni a aquel libro, ya que si bien el objeto de estudio –la agrupación La Cámpora– es el mismo, todo lo demás, desde los datos recopilados y las fuentes consultadas hasta el resultado, son absolutamente opuestos. Hasta los subtítulos así lo indican: el de Di Marco fue un tenebroso y vendedor “Historia secreta de los herederos de Néstor y Crista Kirchner”; el de Sandra Russo, un correcto y periodístico “Cómo surgió y hacia dónde va la agrupación que se ubica en el corazón del kirchnerismo”. Los explicadores mencionados en la nota de 2012 siguen existiendo, son casi casi los mismos. “Los trovadores agoreros que pueden verse por los canales de televisión hegemónicos aprovecharon la nochecita de sus programas para contarle a la sociedad argentina –como si el argentino fuera una suerte de chico aún no alfabetizado que necesita un cuento antes de dormir– las conclusiones de una investigación que, palabras más, palabras menos, desnudaba las menesundas de un grupo de muchachos/as que habían trepado hasta lo más alto del Ejecutivo para dar rienda suelta a sus más bajas pretensiones: dinero, cargos, influencias. Poder, la construcción del poder para ejercer el daño, en el liso y llano relato de los cuentos apocalípticos”, se denunciaba en Miradas al Sur por entonces. Hoy, las columnas de Carlos Pagni desde La Nación –y las consecuencias destiladas por cuanto programa periodístico o seudo deambule por Canal 13, TN, Mitre o Continental– juegan exactamente a lo mismo: “El rol central que juega La Cámpora en la estrategia de Cristina Kirchner para intervenir en la campaña electoral y más allá de 2015 exigía con urgencia un blanqueo. Sandra Russo, versión rediviva de Manuel Penella, viene a prestar ese servicio con su libro. Todas las encuestas indican que la agrupación que conduce Máximo Kirchner es susceptible de ser demonizada con facilidad porque combina un inmenso poder con una poco aconsejable despersonalización. Algo parecido a lo que sucedía con La Coordinadora en las postrimerías del gobierno de Raúl Alfonsín”, escribió Pagni, aclarando, no tan de paso, que el libro “se supone, son conversaciones de Russo con el hijo de la Presidenta”. (N. de la R.: más allá de ese patético “se supone”, como para entender la asimilación pagniana de Sandra Russo con Penella, es necesario aclarar que Manuel Penella es el biógrafo del fundador del Partido Popular de España, Manuel Fraga Iribarne ).

Es una costumbre de muchos politólogos, sociólogos o periodistas utilizar de manera irremediable, justamente para sus conjeturas de la actualidad, el respaldo analítico de situaciones pasadas, confundiendo memoria con conveniencia. Al tratar de explicar algo de lo que tienen escasa o ninguna idea recurren a las herramientas que conocen, aunque hayan quedado en desuso. De ese modo, analizan La Cámpora evaluando Montoneros o la Coordinadora radical, del mismo modo que consideran a los sucesos que ocurren en Ucrania bajo el vetusto paraguas de la Guerra Fría. El acomodamiento político-ideológico, las necesidades de oponerse o las ganas de que los sucesos (hechos, discursos, relatos, libros, lo que sea) sean lo que ellos necesitan que sean los conducen sin vueltas por esos caminos. Así, La Cámpora reflejada por Laura Di Marco era la verdad, mientras que La Cámpora reflejada por Sandra Russo es el engaño.

Poco importa a los explicadores que Fuerza propia destrabe la equivocación de repetir los paradigmas pasados y analice la creación de una nueva organización bajo un nuevo paradigma. Poco les importa, por ejemplo, que el relato de ese libro arranque cuando, en pleno menemato, los desocupados hicieron estallar la lógica de la sindicalización y crearon organizaciones nuevas. Poco les importa, también, el buceo entre los trabajadores desocupados que, tornados militantes, comenzaban a organizarse en sus propios barrios, de los cuales no salían ante, justamente, la ausencia de trabajo. La mascarada es ahondar, como ahonda Pagni, en recursos y estigmatizaciones que hasta el más principiante de los reseñadores de libros dejaría de lado: “Es muy difícil calibrar la calidad intelectual de un Kirchner a través de los textos fervorosos de Sandra Russo. Los párrafos publicados revelan que el hijo de la Presidenta puede expresar con bastante claridad ideas para nada originales. Si algo sorprende de sus declaraciones es la fidelidad con que transmite las concepciones a las que el público está acostumbrado por los discursos de su madre. Con la verticalidad de un talibán, Máximo Kirchner expuso los artículos fundamentales del canon kirchnerista: El mundo se divide entre ‘ellos’ y ‘nosotros’, y ‘nosotros’ son las víctimas. La disidencia, incluso la del electorado, es traición”.

El multimillonario estadounidense de la cosmética Leonard Lauder (nacido en 1933, bajo los efectos del Crack del ’29) dijo, acerca de su generación: “Pueden sacar al niño de la depresión, pero no pueden sacar la Depresión del niño”. Parafraseándolo, podría afirmarse, ante los predicadores del malestar nacional, que se puede sacar a una sociedad del fascismo, pero se hace más complicado sacar el fascismo de una sociedad.
Aquella nota de Miradas al Sur de 2012 terminaba diciendo que “por suerte, acaba de aparecer otro libro, uno de Marcelino Cereijido, de fantástico y prometedor título (Hacia una teoría general de los hijos de puta), que refresca en sus primeras páginas una de las tantas frases/puñalada de Montaigne: ‘Nadie está libre de decir idioteces, lo grave es enfatizarlas’”. Es triste comprobar que, aunque parezca lejanísimo, algunas realidades de aquel 2012 estén tan cerca.



Martes, 11 de marzo de 2014

   

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