Domingo, 24/11/2024   Paso de los libres -  Corrientes - República Argentina
 
El frustrado regreso de San Martín a su patria
Por Felipe Pigna
Para Rivadavia y sus partidarios, la memoria de San Martín no era un motivo de orgullo sino una permanente fuente de desconfianza. No dejaron de desacreditarlo, mientras que una red de espías seguía de cerca sus pasos por Europa: “La desconfiada administración de Buenos Aires [...] me cercó de espías, mi correspondencia era abierta con grosería, los papeles ministeriales hablaban de un plan para formar un gobierno militar bajo la dirección de un soldado afortunado, etc.; en fin, yo vi claramente que me era imposible vivir tranquilo en mi patria ínterin la exaltación de las pasiones no se calmase y esta certidumbre fue la que me decidió pasar a Europa. Mi admiración no es poca al ver que me dice usted no haber recibido más cartas mías que una desde el Havre y otra de Bruselas del 3 de febrero de 1825, es decir, que se han extraviado o, por mejor decir, han escamoteado ocho o diez cartas más que le tengo escritas desde mi salida de América; esto no me sorprende, pues me consta que en todo el tiempo de la administración de Rivadavia mi correspondencia ha sufrido una revista inquisitorial la más completa. Yo he mirado esta conducta con el desprecio que se merecen sus autores. Rivadavia me ha hecho una guerra de zapa sin otro objeto que minar mi opinión suponiendo que mi viaje a Europa no ha tenido otro objeto que el establecer gobiernos en América; yo he despreciado tanto sus groseras imposturas como su innoble persona.”
El 20 de septiembre de 1824, Rivadavia le escribe a su amigo, el inefable Manuel J. García: “es mi deber decir a ustedes, para su gobierno, que es un gran bien para ese país que dicho general esté lejos de él.” 2

El general vivía atento a lo que le pasaba a su patria y en cuanto se enteró del inicio de la guerra con el Brasil, tomó la decisión de volver a prestar sus servicios. Pero el país estaba en manos de su enemigo Rivadavia y sólo cuando asumió su compañero del Ejército de los Andes, Manuel Dorrego, decidió embarcarse hacia Buenos Aires.

“Ya habrá usted sabido la renuncia de Rivadavia; su administración ha sido desastrosa y sólo ha contribuido a dividir los ánimos. Con un hombre como este al frente de la administración, no creí necesario ofrecer mis servicios en la actual guerra contra el Brasil, por el convencimiento en que estaba de que hubieran sido despreciados; con el cambio de administración he creído mi deber hacerlo, en la clase que el gobierno de Buenos Aires tenga a bien emplearme: si son admitidos me embarcaré sin pérdida de tiempo, lo que avisaré a usted.” 3

En febrero de 1829 llegó al puerto de Buenos Aires y pudo saber la infausta noticia del derrocamiento del gobernador Dorrego y de su trágico fusilamiento a manos de los unitarios de su ex subordinado Lavalle. Muy a su pesar, el general decidió no desembarcar. Muchos oficiales le enviaron cartas al barco y lo fueron a visitar con la intención de que se hiciese cargo del poder. San Martín se negó. Tomase el partido que tomase, tendría que derramar sangre argentina y estaba claro que no era hombre para esas faenas.

Triste y decepcionado se trasladó a Montevideo desde donde escribía el 6 de febrero de 1829: “A los cinco años justos de mi separación del país he regresado a él con el firme propósito de concluir mis días en el retiro de una vida privada, mas para esto contaba con la tranquilidad completa que suponía debía gozar nuestro país, pues sin este requisito sabía muy bien que todo hombre que ha figurado en la revolución no podía prometérsela, por estricta que sea la neutralidad que quiera seguir en el choque de las opiniones. Así es que en vista del estado en que se encuentra nuestro país y por otra parte no perteneciendo ni debiendo pertenecer a ninguno de los partidos en cuestión, he resuelto para conseguir este objeto pasar a Montevideo, desde cuyo punto dirigiré mis votos por el pronto restablecimiento de la concordia.” 4

Así se sinceraba con su querido amigo Tomás Guido: “Si sentimientos menos nobles que los que poseo a favor de nuestro suelo fuesen el Norte que me dirigiesen, yo aprovecharía de esta coyuntura para engañar a ese heroico, pero desgraciado pueblo, como lo han hecho unos cuantos demagogos que, con sus locas teorías, lo han precipitado en los males que lo afligen y dándole el pernicioso ejemplo de perseguir a los hombres de bien, sin reparar a los medios. Después de lo que llevo expuesto, ¿cuál será el partido que me resta? Es preciso convenir que mi presencia en el país en estas circunstancias, lejos de ser útil no haría otra cosa que ser embarazosa, para los unos y objeto de continua desconfianza para los otros, de esperanzas que deben ser frustradas; para mí, de disgustos continuados. Suponiendo que la suerte de las armas me hubiese sido favorable en la guerra civil, yo habría tenido que llorar la victoria con los mismos vencidos. La presencia de un militar afortunado es temible a Estados que de nuevo se constituyen.” 5

El mismo día de su partida definitiva le decía al oriental Fructuoso Rivera: “Dos son las principales causas que me han decidido a privarme del consuelo de por ahora estar en mi patria: la primera, no mandar; la segunda, la convicción de no poder habitar mi país, como particular, en tiempos de convulsión, sin mezclarme en divisiones [...]. Mi carácter no es propio para el desempeño de ningún mando político [...] y habiendo figurado en nuestra revolución, siempre seré un foco en que los partidos creerán encontrar un apoyo [...]. Firme e inalterable en mi resolución de no mandar jamás, mi presencia en el país es embarazosa. Si éste cree, algún día, que como soldado le puedo ser útil en una guerra extranjera (nunca contra mis compatriotas), yo le serviré con la lealtad que siempre lo he hecho.” 6

El general se iba para siempre de la patria que algún día lo nombraría padre, pero para eso faltaba mucho tiempo y mucha sangre.



Jueves, 5 de septiembre de 2013

   

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