EL PAÍS Luces y contraluces de Broadway El lanzamiento del Frente Amplio Unen, una liturgia basada en el silencio. Ocho partidos, distintos pesos y expectativas. La oferta electoral, por ahora sin programa de gobierno. Perspectivas nacionales y provinciales, cruces. El juego de Carrió. El antikirchnerismo y la moral como banderas. La memoria de la Alianza. “Lejos de crear las condiciones para una forma más madura y consensual de democracia, el hecho de proclamar el fin de la política adversarial produce el efecto exactamente opuesto. Cuando la política se desarrolla en el registro de la moralidad (...) cuando los oponentes son definidos en términos morales y no políticos no pueden ser concebidos como un ‘adversario’ sino sólo como un enemigo. Con el ‘ellos maligno’ ningún debate agonista es posible, debe ser erradicado.”
En torno de lo político, Chantal Mouffe.
La coalición Frente Amplio Unen (FAU) se presentó en el teatro Broadway. La minuciosa negociación previa derivó en la ausencia de oradores (algo exótico en un acto político), una coreo forzada de protagonistas que subían al escenario con la boca cerrada, aunque sonrientes. Se congregaron candidatos presidenciables, dirigentes de menor volumen electoral y un par de free riders, buenos mozos sin partido ni identidad política.
Luis Brandoni (un actor, gremialista y militante radical de coherente trayectoria) leyó un documento insulso, despojado de tentaciones programáticas, rebosante de autoelogios, amnesias selectivas y diatribas antikirchneristas. Jairo entonó con su habitual afinación y buen gusto el Himno Nacional. La memoria larga asocia al cantante con el alfonsinismo aunque ahora se declare admirador del diputado Hermes Binner. De cualquier modo, mezclando presencias y olvidos, las únicas voces de la velada le dieron una tonalidad boina blanca al color esperanza.
Las apologías que siguieron a la velada del Broadway superaron toda lógica e hicieron mucho centro en una depuración moral. El pasado cercano obliga a ser más cautos.
En estos mismos días, el ex secretario de Seguridad del gobierno de Fernando de la Rúa, Enrique Mathov, se defendía de las acusaciones por la masacre de diciembre de 2001. Ese detalle no rozó la euforia del público en el teatro ni el pensamiento de los panegiristas (ver nota aparte).
Los resultados de las elecciones del año pasado incentivaban que el espacio pan radical-socialista buscara alguna forma coaligada de unidad. Se veía desde el vamos, se consignó en estas páginas por aquel entonces. Ese sería el único modo de potenciar su potencial numérico y de abrir una cuarta alternativa a las ya existentes: el Frente para la Victoria (FpV), el Frente Renovador (FR) y el PRO. Es lógica instrumental, pragmatismo, valores que este cronista no considera perversos ni despreciables en sí mismos.
Parte del mensaje de FAU es distinguirse del peronismo, que en 2015 estará dividido por la exitosa entrada en juego del partido del diputado Sergio Massa. La parte del león de la narrativa es demonizar al kirchnerismo que no se considera siquiera un interlocutor para el diálogo.
Mocionar que los peronistas son todos iguales o que siempre llegan a un arreglo o que sus rencillas destruyen al país son argumentos acumulables, aunque semejen contrariar cierta lógica cartesiana. Explorar y estimular un hastío respecto del kirchnerismo que, por así decir, se contagie a toda vertiente justicialista es una táctica lógica que, desde ya, no está condenada al éxito ni al fracaso de antemano.
Salir a la liza casi renunciando a interpelar a los votantes peronistas y con un bagaje bajo de votos en Buenos Aires son dos déficit genéticos, que están en el inventario.
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Un monumento a las PASO, ahí: desde el año pasado, es factible un escenario electoral con cuatro fuerzas con cierto potencial para llegar a la Casa Rosada. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner, el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, y Massa son líderes de sus respectivos partidos. Cristina no puede ser candidata por imperativo constitucional, lo que desliza al FpV a las primarias abiertas. En el PRO y el FR no harán falta.
El FAU es, en este punto, diferente. Las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) le son imprescindibles para determinar quiénes son los candidatos, ya que no tiene conducción actual. Se dice que existe y es colectiva, se trata de otro mito urbano. La competencia será la que establezca jerarquías, el único acuerdo serio es tratar de llegar a las PASO, que resolverían la dialéctica interna (hibernada y silenciada) y el orden de jerarquías. El buen resultado del mecanismo en la Ciudad Autónoma el año pasado fomenta las ilusiones.
Dirigentes y partidarios del FAU deberían hacerle un monumento o por lo menos un desagravio a las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO). Vituperaron esa iniciativa del Gobierno que les sirvió de mucho en 2013 y a la que supeditan buena parte de sus expectativas futuras.
El Frente de Izquierda y los Trabajadores también se ingenió para beneficiarse con la herramienta y crecer en el espacio parlamentario. Las instituciones democráticas razonables funcionan así en el mundo real, máxime si promueven el voto popular masivo. No son propiedad de su inventor, sino un recurso sujeto a la inventiva de los protagonistas y a la voluntad de los votantes.
La reforma política del kirchnerismo es, en promedio, saludable, porque ordena el panorama y habilita una nueva instancia de participación ciudadana. Nadie lo dirá, claro, pero es interesante a la hora de hacer balances de la década (que han proliferado en estos días a partir del guante que arrojó la Presidenta).
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Escenarios y horizontes: la mayoría de los dirigentes opositores imagina un escenario que es posible hoy día, aunque para nada inexorable. A grandes trazos tiene dos vigas de estructura: a) nadie se impondrá en primera vuelta; y b) el kirchnerismo no puede llegar al cincuenta por ciento más uno de los votos en la segunda. Así las cosas, llegar al ballottage es un objetivo tentador, máxime si el FpV es el contendor.
La mesa de arena, pues, incluye una competencia férrea con las otras vertientes de la “opo”. El juego de la silla no calcula sólo el segundo puesto, sino el anhelo de jugar la final contra el kirchnerismo que sería, en el imaginario opositor, el único que “no puede” ganar.
Con ese cuadro, un 25 por ciento del padrón o un cachito más podría ser suficiente para llegar a la final con chances. En esas especulaciones, cree este cronista, se subestima un aspecto que seguramente tendrá su influjo a la hora señalada, cuando el soberano vote para elegir presidente. En la primera vuelta se dirime quiénes integrarán el Congreso nacional. Quien se conforme con un acumulado pequeño, se arriesga a tener bloques parlamentarios muy menguados, lo que embretaría la gobernabilidad si llega a la Casa Rosada. La efímera Alianza fue débil, con un capital mucho mayor. La memoria alecciona o debería hacerlo (ver recuadro aparte).
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Lo nacional y lo local: esta columna será avara en predicciones. Su autor desconfía de los pálpitos, en particular de los propios. Y el horizonte que se vislumbra no tiene precedentes cercanos, que podrían orientar (siempre, ay, precariamente) los pronósticos.
Sí pueden consignarse tendencias e intuiciones, cuya certeza es relativa. Los radicales cuentan con un despliegue territorial superior al de sus aliados-contendientes, que incidió lapidariamente en la interna de la Alianza. Claro que las PASO son diferentes a esa contienda por su carácter obligatorio y universal, que por ahí reduce el peso relativo de las estructuras partidarias.
Los socialistas fundan sus expectativas en el desempeño del diputado Hermes Binner en 2011. En la cancha fue el mejor candidato. Hay quien especula con que el ex gobernador santafesino podría replegarse a su territorio para conservar el Ejecutivo, que está jaqueado por el diputado de PRO Miguel Del Sel. Parece un repliegue excesivo y un cuasi suicidio en lo nacional, que también le restaría encanto a la interna de FAU. Habrá que ver.
El ejemplo acaso valga para internarse en una tensión entre las lógicas electorales nacional y provinciales. Córdoba es el ejemplo más resonante, que dejó huellas en el plató del Broadway. El intendente radical de Córdoba, Ramón Mestre, es considerado un buen prospecto para pelear por la gobernación. Uno de sus adversarios, que le cuenta las costillas y lo denuncia a diario, es el senador Luis Juez. El conflicto, por ahora, se disimula pero habrá que ver cómo evoluciona. Mestre podría pensar en su destino propio como prioridad, hacer cuentas acerca de qué le da y que le quita estar en Unen. Massa lo ronda desde hace meses para sumarlo al FR, en estos días tendrá que rehacer su discurso pero no el fondo de su prédica.
Otro detalle interesante es la escasa importancia que le dieron los frenteamplistas, y sus correligionarios en particular, al único gobernador radical en ejercicio, el correntino Ricardo Colombi. La legitimidad provincial es un recurso potente de los candidatos a presidente, tal vez las aguas se muevan más adelante al calor de las encuestas. Tal vez, sólo tal vez.
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El Faunen y la flora: ocho partidos componen la entente, pero como la política no siempre comulga con la aritmética, en verdad son dos y pico. La Unión Cívica Radical es la segunda fuerza a nivel nacional, a buena distancia del FpV. El socialismo da apenas la talla, gobierna Santa Fe, he ahí su bastión. Pero en otras provincias navega entre la fragilidad y la inexistencia.
El cronista intuye que si se hiciera una trivia entre los lectores de este diario, politizados y bien informados, les costaría horrores consignar la totalidad de los partidos restantes sin echar mano a Google. No sería su culpa: son pequeños, algunos apenas trascienden a una provincia, otros fungen de carrocería de un referente conocido. La diputada Elisa Carrió, por caso, cambia su entorno partidario como quien cambia de auto, sin preocuparse mucho por cuántos compañeros de ruta se quedan al costado del camino.
Radicales y socialistas tienen concepciones comunes, conciliables en una coalición. Sus aliados Libres del Sur o Proyecto Sur provienen de otras tradiciones, levantan banderas distintas. A sus líderes ya les está costando (medido en el terreno simbólico y en deserciones) justificar los coqueteos con Macri, el juglar que les canta a los culos.
Por ahora son divagaciones que “el ala izquierda” del FAU puede responder en aparente paridad. Pero, dada su falta de volumen político y aptitud para competir con sus aliados, si más adelante se llegan a pactos con el PRO, deberán afrontar el duro dilema de seguir participando o de irse al descampado, defendiendo su identidad.
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Que no decaiga, que no naufrague: embarcados todos en la misma nave, quieren que llegue a las elecciones sin naufragar y sin deserciones. Solapar cualquier discusión que no sea operativa es una herramienta de doble filo pero da la impresión de ser la favorita.
La unidad para ganar es siempre buena oferta electoral que seguramente conjuga con el deseo de muchos votantes: relevar al oficialismo. Carrió es la más disruptiva de los referentes del espacio, quien más mueve el barco y más condiciona a sus pares. No hay paradoja sino una lógica cruel para sus aliados: retener a quien más dificulta la igualdad y la unidad es una especie de prueba de fuego para el FAU. Si Lilita se fuera, probaría a los ojos de muchos ingenuos la intransigencia de sus sufridos correligionarios.
Carrió “conduce” a sus pares desde la provocación y hasta el desdén. Dice que no votaría a muchos de ellos, que sonríen aunque (porque) saben que es verdad. Los radicales la detestan, casi unánimemente. Es díscola, rompió con la UCR, reniega de la organicidad, la pertenencia, las prácticas que un partido histórico privilegia y hasta exalta. Binner la padeció en varios armados y abomina de ella, no siempre en silencio.
En la coyuntura, Carrió sabe que callarán y les arma la agenda. Sincera el afán de confluir con Macri, una jugada que tensionaría al espacio y cuyo rinde en las urnas es incierto. Los dirigentes confluyen (sobre todo si han renunciado a la ideología en aras de un dispositivo electoral) pero a veces los votantes tienen más prejuicios. De momento, Lilita maneja los ejes y empioja el lanzamiento, tan pautado por lo demás.
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Roscas y exclusiones: la rosca política es imprescindible, sólo los profanos o los cualunquistas niegan su importancia y hasta su gracia. Tratar de limitar la dispersión de la oferta electoral es, en principio, un aporte al sistema democrático. Maximizar la opción opositora forma parte de las reglas del juego.
El lado flaco de FAU es constreñirse a eso. No proponer un haz de medidas congruentes ni qué decir un programa de gobierno. Las menciones al consenso y al diálogo son una falacia si excluyen de movida a la fuerza que fue entre primera minoría y mayoría desde 2003. Viene a cuento la cita de Chantal Mouffe que encabeza esta nota. La autora la redondea diciendo que sindicar al antagonista como padeciendo “un tipo de enfermedad moral” lleva a “no intentar brindar una explicación de su surgimiento y triunfo”.
El antikircherismo acérrimo puede ser una buena bandera de campaña, quién sabe. Para gobernar la Argentina hace falta mucho más. Por ahora, FAU no explicita su propuesta, posiblemente porque no la tiene.
Las PASO, aunque los números por ahora no dan, quizá puedan lanzarlo al ballottage, pero no resolver ese desafío.
Por Mario Wainfeld.
Domingo, 27 de abril de 2014
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