EL MUNDIAL EN UNA FAVELA Así se vivió el partido de Brasil RIO DE JANEIRO (De un enviado especial).- "Tranqüilo", dice un oficial que está sentado en su móvil, a pocos metros de la Unidad de Policía Pacificadora Santa Marta, en uno de los puntos más altos del morro homónimo, en el corazón de Botafogo, al sur de esta ciudad. La vista es adictiva, inspiradora y, por momentos, de completa paz. La respuesta de aquel policía fue la llave de ingreso a un mundo diferente, que respira humildad y amabilidad, fútbol y patriotismo. Un mundo que merece ser recorrido, admirado, analizado o, simplemente, disfrutado.
Durante el segundo partido de Brasil en el Mundial 2014,canchallena.com visitó la favela San Marta, donde viven más de cuatro mil personas, según el último censo realizado en 2010, aunque desde al comunidad aseguran superar los seis mil. Aquí, hace ya seis años, la policía encargada de pacificar estos barrios se instaló y recibió una rápida aceptación, convirtiéndose en una de las favelas más visitadas de Río de Janeiro. Pero su popularidad, en realidad, estalló en 1996, cuando Michael Jackson la eligió para grabar su clip They Don't Care About Us.
15 minutos nos separan del inicio del encuentro. La primera larga escalera, decoradas con pinturas de varios colores sobre los muros -algo que se repetirá en todo el camino-, desemboca en una canchita de fútbol, lo que conocemos popularmente como potrero. Pero ojo, no es de tierra, sino que tiene césped sintético y una red que la envuelve para evitar que las casas, construidas casi encima, deban sufrir los pelotazos. Los niños corren de un lado hacia el otro, con un inentendible grito a cuestas. Las explosiones que se escuchan están lejos de ser disparos. Se tratan de fuegos artificiales que los brasileños tiran para luchar contra la ansiedad por el partido de la seleçao.
El camino es en descenso y muy estrechos. Con o sin escalones. De amplia vista o entre la cerradez de las mismas casas. No muy lejos del ingreso, un ténder con ropa cubre el living de una pequeña vivienda, que luce con la puerta y las ventanas abiertas. Sólo se llega a ver un televisor LCD gigante, donde se proyectan los saludos de los equipos. El partido está por empezar y este medio logra ingresar. "Para mí, siempre fue muy tranquilo. Yo hace 28 años que vivo aquí y lo vivo con mucha naturalidad", confiesa Gabriela, la anfitriona del hogar, mientras se apresura para lavar los platos y, así, evitar las cámaras. Ella vive con sus dos hijos de entre seis y ochos años, Diego y Diogo. El paquete de figuritas del Mundial, aunque algo incompleto, decora la escena. No les importa que tengan varios blancos en los casilleros, porque poseen la del jugador que más les gusta: "Messi". Inicia el partido y "los dos minutos solicitados" se acabaron. Es hora de seguir.
Las pequeñas ruas, todas señalas por carteles, lucen en soledad. Alguna mujer u hombre mayor, cansados del partido, se apoyan en sus puertas o ventanas para disfrutar de la puesta del sol, un momento único desde este lugar, con la imagen del Cristo Redentor sobre un cielo anaranjado. Algunas vuvuzelas suenan de lejos, pero los sonidos que más se escuchan desde el interior de las casas son el relato en portugués y algún que otro uhh, não o Jesus.
Sobre los escalones, en algún que otro bar sobre la vereda o con un televisor portátil son otras de las alternativas para seguir de cerca a la verdeamarela. Lo que suele repetirse en cada espacio es la cerveza. En lata, botella o vaso, lo importante es acompañar el mal trago del equipo por las atajadas de Ochoa. Las parrilladas, aunque con frango (pollo) en lugar de la tradicional carne argenta, también se repitan a lo largo del camino. Aunque esta favela, como tantas otras, tampoco queda ajena a los reclamos sociales por la Copa. "FIFA go home" o "+Escola, -Estadi" se pueden leer sobre el piso o las paredes de las casas.
Francisco mira preocupado a su seleccionado.No es la soledad de su local, decorado con decenas de banderas brasileñas, la que lo tiene así, sino el rendimiento del equipo. "Este fútbol de Brasil no me gusta", asegura. Aunque dice no perder la ilusión de ganar la Copa, reconoce que "está muy difícil, puede pasar cualquier cosa". Más optimista suena Luis, algunos escalones más abajo.
-¿Quién gana el Mundial?
-Por supuesto- contesta y abre los brazos-, la selección brasileña.
Da inicio al entretiempo. Los 15 minutos de prórroga son suficientes para que los senderos vuelvan a colmarse de niños o de hombres y mujeres que salen en busca de algunas bebidas. La música se enciende. Los petardos retumban. La ilusión de un triunfo sigue viva.
Con el segundo tiempo en marcha, también es hora de emprender el regreso. en subida. La altura de los escalones invitan a un cansancio prematuro y permite entender por qué los locales subían con tanta lentitud. Algunos descansos de por medio, se alcanza otro de los puntos más altos de Santa Marta. Allí se encuentra la estatua homenaje a Michael Jackson y una tienda de recuerdos, con una insistente y perturbadora vendedora que logrará su cometido. "Muchos, muchos turistas pasan por aquí a diario, más con el tema del Mundial. Hoy fue terrible", narra la mujer, que no vive en el barrio.
El reloj marca 27 minutos del segundo tiempo. En el bar de esa plazoleta, una decena de hombres y algunas mujeres vibran con las emociones del encuentro. Cualquier ataque verdeamarelo, por más insignificante que sea, es motivo suficiente para poner de pie y hablarle al enorme televisor. Las cervezas de litro, que cuestan ocho reales, se multiplican sobre las mesas. No así los goles de Brasil, que nunca llegarán.
La ilusión de los habitantes de este maravilloso lugar se fundió con el pitazo final. Con la oscuridad como protagonista, todo vuelve a la normalidad. Las charlas son enérgicas y las parrilladas continúan acompañando la velada. En la canchita de fútbol, justo antes de salir de la favela, los niños corretean , mientras que no menos de cinco pelotas son el centro de atención. Pese al resultado, la alegría es sólo brasilera. Tranqüilo.
Fuente: Canchallena.
Miércoles, 18 de junio de 2014
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