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CAMPEONATOS
Por Luis Bruschtein
Cada vez que juega la Selección se respira un sentido de identidad que sobrevuela diferencias. Los cantos de aliento hermanan a pobres y ricos, a izquierda y derecha, a oficialistas y opositores. Se disfruta esa forma de pertenecer y formar parte, es la gran familia que se muestra y es reconocida, aplaudida y envidiada por el mundo. Es una comunión fácil, no tiene costos, ni compromete. Argentina jugó el miércoles en Brasil. Ese mismo día y el siguiente jugó en otros dos mundiales. El miércoles, el G-77 más China (133 países, de los 197 que integran la ONU) emitió una durísima protesta contra el fallo del juez Griesa, que se sumó al chorro de declaraciones que emitieron organismos de las Naciones Unidas, gobiernos y organizaciones internacionales de todos los colores. El jueves, en otro partido mundialista en el Comité de Descolonización de la ONU, el canciller Héctor Timerman logró el respaldo unánime para reclamarle a Gran Bretaña que inicie negociaciones con Argentina por las islas Malvinas.


Fueron tres mundiales. Al primero se lo festejó, es fácil ponerse la camiseta y salir a gritar los goles. La deuda externa y Malvinas implican más compromiso, la camiseta pesa más, hay que pelearla en un país donde se habló del osito winnie pooh o de relaciones carnales, donde hay periodistas tan “independientes” que escriben cartas abiertas al juez Griesa ofreciéndole ayuda y otros más independientes todavía que exaltan la honestidad y la independencia del juez. Para ellos, favorecer a las corporaciones es ser independiente.

Estas expresiones de mentalidad colonizada que mostraron periodistas “independientes” quedaron patéticamente expuestas cuando las protestas contra el fallo de Griesa se extendieron por todo el planeta. El conservador Financial Times usó la palabra “extorsión” que tanto le criticaron esos periodistas a la presidenta Cristina Kirchner cuando calificó con ella a las pretensiones de los fondos buitre. El discurso de “periodista independiente” queda descolocado cuando no puede usar una supuesta complicidad implícita de los ciudadanos civilizados e incorruptibles en contra del gobierno. Usan la ironía para dar a entender que su desprecio está avalado por esa pretendida y excluyente masa ética. Esta vez fueron irónicos con la reacción del gobierno argentino y reivindicaron al juez de pacotilla, pero quedaron descolocados y muy en evidencia cuando al poco tiempo la opinión pública e institucional de todo el planeta salió a respaldar masivamente la posición del gobierno argentino. Fuera de Argentina no hay demasiadas dudas ni respaldos al fallo de Griesa. Todos coinciden en la irresponsabilidad de este juez distrital de la ciudad de Nueva York que está poniendo al mundo al borde del cataclismo, condenando a la miseria a millones de seres humanos.

No fueron solamente los gobiernos populares de América latina los que respaldaron a la Argentina en ese partido. Desde el mismo FMI hasta el gobierno de los Estados Unidos y de otras potencias occidentales expresaron su inquietud por el fallo desmedido de Griesa. The New York Times y la publicación Foreign Affairs advirtieron contra las consecuencias mundiales que podría tener.

Este anciano que nació hace más de 80 años en la ciudad de Kansas City, capital de la América profunda, republicano y de derecha, al borde del retiro y que se pone de mal humor porque un gobierno latinoamericano que tiene jaqueada su economía se atreve a retrasar sus vacaciones, conmocionó con su fallo la de por sí frágil ingeniería del sistema financiero internacional. Si se cierran todas las puertas a las reestructuraciones de deuda, los países en crisis preferirán el default y nadie cobrará nada. El fallo de Griesa es el negocio financiero llevado a su extremo, que es matar al deudor. Es llevar al máximo la ganancia, aunque el negocio se acabe. Estas coartadas están abiertas en el actual sistema y los Estados y los mismos organismos financieros han prendido la luz roja al advertir el callejón sin salida en el que pone el fallo de Griesa a la Argentina.

El fallo de Griesa y la reacción del gobierno argentino tuvieron la virtud de reanimar una conciencia internacional sobre los peligros de un sistema financiero planetario absolutamente desregulado, sin siquiera las mínimas leyes que encuadren los procesos de reestructuración de deudas soberanas. Seguramente la consecuencia será que para el futuro habrá un ordenamiento distinto al actual para prever situaciones como las que genera este fallo judicial absurdo. Pero Argentina debe afrontar las consecuencias ahora y no en el futuro.

En el plano internacional la situación es bastante más clara que en el interno. Mauricio Macri, que fue a ver la Selección con camiseta y todo, dijo, en cambio, que había que sentarse con Griesa y hacer lo que el juez dijera. Ni se le pasó por la cabeza la idea de negociar o buscar alternativas. Aceptó la superioridad de Griesa de la misma forma que lo hicieron varios exponentes del llamado “periodismo independiente”. Este mecanismo de apropiarse de la superioridad ética, de “lo civilizado”, que usan para criticar los intentos del Gobierno para atenuar las consecuencias de un fallo injusto, es el mismo que usan los países centrales para asegurar su preeminencia sobre los países en vías de desarrollo. Se trata de una forma “colonial” de pensar, en un caso, y “colonizada”, en los otros. El que se ufana de “civilizado” en este caso, es “colonizado”. Lo contrario, “la barbarie”, estaría representada por los que se atreven, desde esta “republiqueta”, a cuestionar el fallo de un gran juez de la gran democracia del Norte. Bueno, las críticas no provienen solamente desde esta “republiqueta” –que tiene un gran seleccionado de fútbol–, sino de todo el mundo. El pensamiento colonizado en Argentina funcionó en automático y terminó siendo más papista que el papa.

La decisión del juez Griesa de frenar los pagos a los bonistas que entraron en la reestructuración les da un respiro de un mes a los negociadores argentinos. Si Argentina es puesta contra la pared y no se le abre ninguna puerta de negociación, siempre estará en el horizonte la posibilidad de default y resignarse al bloqueo financiero. En caso de negociación, Argentina necesita impedir que el fallo de Griesa desate una cascada de presentaciones judiciales similares. La fortísima campaña internacional en contra del fallo de Griesa tiene un impacto en ese flanco que es el más difícil. También tiene que evitar romper la reestructuración que logró con el 92,4 de los bonistas. Hasta fin de año no puede pagarles más a los buitres que a estos bonistas. Y además, tiene que buscar un plan de pago –bonos y plazos– que no sea oneroso para las arcas nacionales.

En este campeonato mundial, donde la Argentina está jugando un partido de cuartos de final, donde se decide la calidad de vida de millones de argentinos y de ciudadanos de otros países, la hinchada se escucha menos que en los partidos que se disputan en Brasil, aunque lo que está en juego es mucho más importante. Son formas de asumir esa argentinidad, una identidad que contiene, da raíces y sentidos. Para algunos solamente se trata de ir a la cancha, para otros también tiene un sentido de soberanía y verdadera independencia. Y en ese contexto también se encuadra la presentación en el Comité de Descolonización de la ONU, donde el canciller fue acompañado por Fabiana Ríos, gobernadora de Tierra del Fuego y autoridad sobre las islas Malvinas. El gobierno kirchnerista confronta en el plano internacional por deudas, verdaderas ruinas, que han dejado gobiernos anteriores. Tiene que rehacer la autoridad moral y el marco de alianzas que destruyeron la dictadura y el menemismo con relación al reclamo de soberanía en las islas Malvinas y tiene que afrontar una áspera y complejísima negociación internacional por la deuda escandalosa que dejaron los gobiernos anteriores, desde Jorge Rafael Videla en la dictadura hasta Fernando de la Rúa con la Alianza. Lo mejor sería que estos partidos que está disputando Argentina en la primera división de la política planetaria tuvieran la misma hinchada que tienen los de la Selección. Sin embargo, al enfocar estos planteos argentinos que tienen un consenso tan amplio en el plano internacional, en el plano interno hay quienes creen que apoyarlos está mal visto en el exterior porque están impulsados por el sector de argentinos que no son “democráticos” ni “civilizados”.


Sábado, 28 de junio de 2014

   

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