EN EUROPA, FRANCIA SE HA CONVERTIDO EN EL PRINCIPAL BLANCO DEL TERRORISMO ISLAMISTA Lobos solitarios jihadistas dispuestos a todo Activa en el plano internacional y militar, sobreexpuesta ante la amenaza, Francia es vista como una potencia poscolonial y como el país de la laicidad, conocido por el debate sobre el velo integral y las caricaturas de Mahoma.
Hace apenas nueve meses, Abu Mohammed al-Adnani, el portavoz del Estado Islámico, colocó a Francia en la lista de los objetivos predilectos de este grupo radical sunnita. En septiembre de 2014, el dirigente dijo: “Si quieren matar a un no creyente norteamericano o europeo, en particular a los malos y sucios franceses, cuenten con Alá y mátenlo de cualquier manera”. Cuatro meses más tarde, en enero de 2015, los hermanos Kouachi cometían el atentado contra el semanario satírico Charlie Hebdo. En sus tiempos al frente de Al Qaida, Bin Laden había también designado a Francia según la retórica del enemigo mayor. París figura desde hace mucho en el centro de la argumentación jihadista como un adversario de excepción. El voto de la ley que prohíbe el velo integral y el uso de signos religiosos ostensibles en las escuelas, la presencia de Francia en la guerra de Afganistán, la ofensiva en Mali contra los movimientos extremistas o la última inclusión de París en la coalición que combate en Irak al Estado Islámico han puesto al país en la lista de blancos prioritarios. En una entrevista publicada por el vespertino Le Monde, Yves Trotignon, ex agente de la Dirección General de la Seguridad exterior (DGSE, servicios secretos) y especialista de la lucha contra el jihadismo, explica que en esa disputa “Francia está muy activa en el plano internacional y militar. Es un factor de sobreexposición ante la amenaza. Nos ven como una potencia poscolonial y como el país de la laicidad, conocido por el debate sobre el velo integral y el tema de las caricaturas (de Mahoma). Por consiguiente, en Europa Francia es el principal blanco de los jihadistas”. El ministro francés del Interior, Bernard Cazeneuve, reconoció que Francia estaba “frente a un riego terrorista extremadamente elevado”. Para los radicales sunnitas, el hecho de haber integrado la coalición que batalla contra el Estado Islámico se traduce por un apoyo explícito de Francia a los chiítas que gobiernan Irak y cuyo principal respaldo es Irán. Ni Gran Bretaña, un aliado histórico de los Estados Unidos que participó plenamente en la segunda guerra de Irak (2003) que desembocó en el derrocamiento de Saddam Hussein, ni Alemania, un país muy activo en el desmembramiento de células sunnitas radicales, tienen la importancia que se le confiere a Francia. La reactualización del modo operatorio complica también el trabajo de los servicios de inteligencia. Los terroristas se han disuelto en el anonimato de la multitud. Son lobos solitarios, concientizados y dispuestos a todo. Yassin Salhi, el hombre de 35 años que el viernes 26 de junio decapitó al gerente de la empresa en la que trabajaba, Air Products, había sido objeto de un señalamiento y de un seguimiento por sus lazos con la esfera salafista de Lyon, pero no se le encontró ningún antecedente o prueba de que fuera violento. Para cometer su crimen se sirvió de un cuchillo y de un auto con el que quiso hacer explotar las bombonas de gas de la empresa. Como ya ocurrió antes con Mohamed Merah (asesinato de 7 personas en Toulouse y Montauban en 2012), con Mehdi Nemmouche (cuatro victimas en el Museo Judío de Bélgica en 2014), con los hermanos Kouachi y Amedy Coulibaly (atentados de enero de 2015), o con Sid Ahmed Ghlam, francés de 24 años y autor de un frustrado intento de atacar iglesias católicas en París, estos individuos son a menudo indetectables. Salhi nació en Francia y se educó en colegios franceses. El Estado parece impotente para anticipar actos terroristas cometidos por personas de nacionalidad francesa, sin vínculo jerárquico con los grupos radicales a cuya ideología dicen responder. La orden parte en general mediante mensajes difundidos por YouTube y, luego, cada uno la aplica a su tiempo y su manera. A parte de las autorreivindicaciones o de literatura radical, los servicios de seguridad no encontraron nunca pruebas directas de un plan ejecutado según indicaciones jerárquicas.
El atentado cometido por Yassin Salhi que inauguró la jornada sangrienta del viernes 26 de junio que azotó a tres continentes posee sin embargo una característica alarmante: se trató de una decapitación, la primera en el continente europeo. La metodología es la misma que el Estado Islámico u otros extremistas islámicos emplean en Siria o Irak para ejecutar a sus prisioneros, imágenes que luego irrigan siempre a través de Internet. A este respecto, Yves Trotignon explica al diario Le Monde que “esta decapitación revela la evolución del modo de operar de los terroristas. Antes cometían sus atentados con explosivos”. Pero ya no. El experto observa que, desde hace un año, “la tendencia pesada que trastorna los espíritus de Occidente es la decapitación”. De esta forma, los “terroristas hacen durar sus atentados el mayor tiempo posible a fin de obtener un efecto político permanente. Eso es lo que ocurrió en París en enero (Charlie Hebdo y la toma de rehenes en el supermercado judío del Este de París). Es el fin del atentado suicida inmediato”.
El impacto y las reacciones que desencadena son consecuentes con el horror. La polarización política y las medidas de seguridad extremas siguen siempre estos hechos. La extrema derecha, por ejemplo, aprovechó para sacar su recetario de respuestas: expulsión de los extranjeros sospechosos, control de las mezquitas, cierre de las fronteras. La líder del partido de ultraderecha Frente Nacional, Marine Le Pen, salió a exigir rápidamente “medidas fuertes para eliminar el islamismo”. El Estado, desde luego, respondió con un perfil de “en pie de guerra” pero, al mismo tiempo, salió a apaciguar el debate. El presidente francés, François Hollande, afirmó la necesidad de “encarnar los valores y no ceder al miedo”. Para los musulmanes de Francia, la hora vuelve a ser grave. Anouar Kbibech, uno de los dirigentes del Consejo Francés de Culto Musulmán (CFCM) observa que “la situación era ya dramática. La imagen del Islam está muy degradada. Lo que acaba de ocurrir es otro golpe más”.
Los actos terroristas casi simultáneos en Francia, Túnez y Kuwait multiplicaron su impacto, y no sólo por la cantidad de víctimas que provocaron. De hecho, ocurrieron un viernes, el día de la plegaria musulmana y uno de ellos, el de Kuwait, arrasó con una mezquita llena de fieles. No son frutos de la mera casualidad. De una u otra forma, retórica u operativa, detrás de ellos está la misma organización, multiforme, inédita, rica en recursos financieros y sin límites en los actos de barbarie que expande. El Estado Islámico. El pasado 23 de junio, Abu Mohammed al-Adnani, el portavoz del EI, había exhortado a sus seguidores a convertir el mes del Ramadán en una “calamidad” para los cristianos, los chiítas y los aliados sunnitas que actúan bajo el amparo de la coalición liderada por Estados Unidos. Cumplió con tres atentados, dos de ellos de masas (Túnez y Kuwait). Cada acto terrorista incrementó el efecto del siguiente para dejar al mundo con una espada de Damocles sobre el cielo global.
En Túnez, el primer ministro, Habid Essid, tomó une medida extrema, de consecuencias incalculables. Luego del atentado en el complejo turístico de Susa (38 muertos) Essid decidió cerrar alrededor de 80 mezquitas salafistas. Según declaró a la prensa, esas mezquitas controladas por religiosos salafistas hacen “propagada para promover el terrorismo”. El jefe del gobierno acusó a esos clérigos de “expandir veneno”. La confrontación se ha tornado doble: contra el mundo occidental y contra otra corriente del islam, siempre en nombre de Dios. Pero su origen hay que buscarlo en gran parte en las aventuras militares occidentales en Medio Oriente, en la irresolución de conflictos como el israelí-palestino y en las ambiciones geopolíticas de las monarquías del Golfo Pérsico respaldadas por los mismos occidentales que bombardean Irak. Se está desplegando una guerra más allá de la guerra. Las herencias coloniales y los garrafales errores de las potencias de Occidente no lo explican todo. Los dirigentes de Medio Oriente y de las monarquías del Golfo también mueven los hilos detrás del telón. A la expansión militar o política de unos, los otros responden expandiendo la barbarie terrorista a escala multiterritorial.
Domingo, 28 de junio de 2015
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