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Por Francisco José Pestanha
Raúl Scalabrini Ortiz: Un penetrante resplandor en medio de la opacidad
"Yo tengo una fe muy grande en mi pueblo y la voy expresando, simplemente, en el correr de los años. Tengo una devoción inextinguible en los hombres de mi tierra y la voy desgranando en palabras. ¿Puede darse algo más simple, sencillo y sin mérito en sí?"
Raúl Scalabrini Ortiz

El joven Raúl Scalabrini Ortiz manifestó tempranamente una expresa afición por la ciencia, especialmente por la geología. Tal inclinación lo impulsó a publicar en 1918 un trabajo titulado “Errores que afectan a la taquimetría”. Sin embargo, sus enormes interrogantes sobre las “esencialidades” humanas lo conducen por disímiles derroteros. “He sido, sucesivamente, campeón de box, peón en Huaytiquina, obrajero, cuidador de cerdos, barredor de nieve en París, donde pasé hambre y descubrí que nosotros éramos más fértiles y posibles, porque estábamos más cerca de lo elemental…1” detalla en algún relato autobiográfico. Agrimensor, crítico teatral y literato, Scalabrini se descubrirá finalmente como uno de los más grandes impulsores de la autoconciencia nacional.

Su personalidad literaria e intelectual se irá reforzando en las interminables tertulias en lo de los Gleizer (sus editores), en el Tortoni, en la Brasileña y en otros tantos bares de la ciudad de Buenos Aires, pero su consagración definitiva sobrevendrá con la publicación de El hombre que está solo y espera (1931).

Iniciada la década del 30 asume hasta el tuétano el drama de la patria y el periodismo político es su arma más certera. Así, junto a otras almas indómitas como la de Manuel Ortiz Pereyra, Amable Gutiérrez Diez y Arturo Jauretche -desde el periódico Señales–, dispara infatigables municiones contra los cimientos de un orden económico, político, mediático, académico y simbólico que garantiza el latrocinio y la entrega de los recursos de la patria.

Ya en plena década infame un sótano ubicado en la calle Lavalle casi esquina Callao cobija sus más recónditas aspiraciones libertadoras; al mismo tiempo, se instituye en tribuna desde donde se difunden los legendarios cuadernos de FORJA, el primero de ellos editado en 1936. Al año siguiente, su conferencia “Los ferrocarriles, factor primordial de la independencia nacional” editada por el Centro de Estudiantes de Ingeniería de La Plata, es el puntapié inicial de una batalla inclaudicable.

Entre otros tantos hallazgos, Scalabrini acredita fehacientemente que el sistema ferroviario del país no está diseñado en función de nuestras necesidades de desarrollo sino que, muy por el contrario, ha sido diseñado para facilitar y satisfacer los intereses británicos en la región. Consecuente con tal diagnóstico, ya en pleno peronismo Scalabrini defiende a capa y espada su nacionalización. Así, mediante un memorándum fechado en 1946 alerta a Perón contra quienes se oponen a “la compra de hierro viejo” con estas palabras: “los ferrocarriles son efectivamente hierro viejo de poco valor. Pero adquirirlos equivale a adquirir soberanía, es decir, comenzar a tener un dominio real y efectivo sobre nuestro propio suelo. Una vez adquiridos podremos modernizar su material o levantar las vías y sustituirlas por caminos, si así conviene al desarrollo del país”. La compra era la única manera de terminar con el “sistema británico”, puesto que las concesiones carecían de término2.

Sobre su legado, quién mejor que él mismo para definirlo: “Un día me sentí hombre de acción y desperté en revolucionario. Aquel golpe ‘entregado’ del año 1934 contra el Justismo hizo dar con mis huesos en la Central de Policía”, sostuvo3. Es en ese mismo año cuando empieza su hora más gloriosa en cuanto a lucha se refiere4. Ya en el exilio publica en el Frankfürter Zeitung su ensayo “la tragedia argentina”, también aparecido en Le Monde de París y en Living Age de Nueva York. El inolvidable Fermín Chávez dirá sobre él: “Compañeros: Raúl Scalabrini Ortiz perteneció a un orden de escritores que en nuestra patria tiene una larga y clara tradición nacional: al de los que siguen el mandato hernandiano de ‘cantar opinando’, y que cuenta en sus filas con nombres excelsos como los de Guido y Spano, Evaristo Carriego, Olegario V. Andrade, Rafael Hernández, Ovidio Lagos, Agustín de Vedia, Laurindo Lapuente y muchos otros”5.

Su vida se apagó tempranamente en 1959, y un miserable manto de opacidad recayó durante décadas sobre su obra y su espíritu. Afortunadamente las verdades históricas emergen perforando inexorablemente los fétidos muros del coloniaje.

**Publicada en Caras y Caretas octubre de 2013


Viernes, 1 de noviembre de 2013

   

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