Por Felipe Pigna Cuando Mahoma se mudó al Paraguay Pedro de Mendoza, a poco de instalarse en lo que hoy es Buenos Aires, envió a un grupo de sus hombres a buscar lo que era el principal interés de su expedición, la mítica “Sierra de la Plata”, que esperaba que lo hiciera definitivamente rico y poderoso. Capitaneados por Juan de Ayolas, esos expedicionarios llegaron a comienzos de 1537 a cercanías de la confluencia del río Paraguay con el Paraná, donde formalizaron una alianza con los payaguaes, que confiaban en que las armas de los recién llegados serían una interesante contribución a la guerra que libraban contra otras parcialidades guaraníes de la zona. Esta alianza se formalizó de la manera que era habitual entre los guaraníes: mediante la “entrega” de mujeres. A pesar de que todos los cronistas intentan transmitirnos que era una “bárbara costumbre”, el principio era muy similar al que se aplicaba por entonces entre las casas reales y señoriales europeas: se conformaba una “alianza de sangres”, uniendo linajes familiares que tendrían descendencia emparentada; era un reaseguro de los acuerdos. Gracias a esa alianza, Ayolas pudo penetrar en lo que hoy conocemos como la región del Gran Chaco, mientras dejaba a Domingo Martínez de Irala en lo que hoy es territorio paraguayo. Con otro contingente llegado desde Buenos Aires poco después, capitaneado por Juan de Salazar, estos hombres fundaron Asunción el 15 de agosto de 1537, adonde tres años después fue llevada toda la población europea sobreviviente de la fracasada expedición de Mendoza tras la famosa “hambruna” y la derrota inflingida por los dueños originarios de aquel territorio, los querandíes.
La posesión de mujeres en grandes cantidades les garantizaba, además placer, una vida holgada a los conquistadores del Paraguay quienes estaban convencidos de que debían ser mantenidos sin amagar siquiera a trabajar ni a nada que se le pareciera. A esto se sumará rápidamente y por los peores métodos el sometimiento de sus hijos y maridos al trabajo forzado en beneficio teórico de Dios y del Rey. El método era muy práctico para aquellos extraños polígamos difusores de los valores cristianos, como la monogamia, defendidos antorcha en mano por la Inquisición.
Así denunciaba la situación de Asunción del Paraguay, en 1545, uno de sus vecinos, Alonso Aguado, ex alcalde del “Santo Oficio”, quien por lo menos tiene la honestidad de incluirse entre los culpables: Verdaderamente no vivimos como cristianos sino peor que los de Sodoma, porque después que a esta tierra llegamos procuramos de haber mujeres de los indios so color que las queremos para servicio y los indios nos las daban como por mujeres. Así nosotros las recibimos dellos llamándolas mujeres y a sus padres suegros y a los hermanos y parientes cuñados, con mucha desvergüenza y poco temor de Dios y en escándalo del pueblo cristiano. Y no nos contentamos con imitar a la secta de Mahoma y su Alcorán que mandaba que pudiesen tener siete mujeres, y hay algunos entre nosotros que tienen veinte y a treinta y a cuarenta y de ahí en adelante hasta sesenta.
A poco de comprobar que los españoles no venían en plan de establecer alianzas con ellos sino a someterlos a servidumbre y esclavitud, los guaraníes comenzaron a rebelarse y ofrecer resistencia.
Curiosamente, la historia conquistadora registra que una de las mujeres de Juan de Salazar le avisó de la rebelión guaraní en marcha en la flamante ciudad de Asunción, pero omite mencionar que tras esa rebelión frustrada, luego de que los españoles pasaran a cuchillo a gran parte de sus parientes masculinos, las “indias” guaraníes procedieron a hacer lo mismo con sus “amos”. La historia registra el nombre de una guaraní bautizada como Juliana, que fue la iniciadora de este acto de retribución. La muchacha se hartó de ser abusada junto con sus hermanas por Nuño Cabrera, el español a quien había sido entregada, y decidió cortarle la cabeza el jueves santo de 1539. El ejemplo cundió peligrosamente, y los “católicos-mahometanos” del Paraguay encontraron consuelo en el recién llegado segundo adelantado del Río de la Plata, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, quien hizo torturar y ahorcar a la heroica y rebelde Juliana y a sus compañeras.
Al adelantado Álvar Núñez Cabeza de Vaca, el primer español que pudo ver nuestras maravillosas cataratas del Iguazú y portador de una vida de película, no le iría muy bien intentando desterrar a sus compatriotas de aquel paraíso de Mahoma. El 25 de abril de 1544 fue víctima de una revuelta organizada por aquellos privilegiados encabezados por Domingo Martínez de Irala y Alonso Cabrera, que lo encarcelaron por un año y lo mandaron encadenado a España, donde fue juzgado y desterrado a Orán.
Jueves, 14 de noviembre de 2013
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