Martes, 26/11/2024   Paso de los libres -  Corrientes - República Argentina
 
Por Felipe Pigna
Brown y Bouchard la pesadilla de los españoles del Pacífico
En 1815 comenzó la campaña de corso dirigida por Guillermo Brown con el objetivo de hostigar a la armada española. El marino irlandés armó por su cuenta la fragata Hércules y el gobierno aportó el bergantín Santísima Trinidad, que estaría a cargo de Luis Brown. Completaba la flotilla la corbeta Halcón comandada por Hipólito Bouchard. Brown y Bouchard acordaron un punto de reunión en la isla de Mocha, en el Pacífico Sur frente a las costas chilenas. La reunión cumbre se produjo justo a tiempo y ya en octubre de 1815 pudieron apresar varias naves españolas 1 y lanzarse hacia su objetivo, atacar y bloquear el centro del poder español en América del Sur: el puerto de El Callao. Hacia allí fueron aquellas dos naves contra la flota española anclada en las cercanías de Lima. La encarnizada defensa de los españoles los esperaba desde los castillos del Real Felipe, San Miguel y San Rafael, con sus 150 cañones. Desafiando ese enorme poder de fuego, Brown y Bouchard bloquearon el puerto por tres semanas y capturaron nueve buques enemigos. Entre sus prisioneros se hallaban el gobernador de Guayaquil, el duque de Florida-Blanca y su sobrina, la condesa de Camargo.


Con la flota engrosada por las capturas, siguieron viaje hacia el Ecuador y atacaron las fortificaciones cercanas a Guayaquil.

La nave de Brown, la Santísima Trinidad quedó varada por una bajante, fue atacada desde tierra con un saldo de varios muertos. El enemigo comenzó el abordaje. El irlandés intentó una acción desesperada, arriando la bandera nacional y arrojándose al agua. Pero, rodeado de caimanes amenazantes y en medio de un feroz tiroteo, debió volver al buque, donde los españoles estaban fusilando y pasando a degüello a todos los sobrevivientes. Brown, hombre de pocas pulgas, encendió una antorcha y con cara de pocos amigos amenazó con arrojarla a la santabárbara. 2 Los españoles no quisieron convertirse en los primeros astronautas del nuevo mundo y prefirieron suspender los asesinatos. Sólo cuando se le garantizó efectivamente el fin de la matanza y el respeto por la vida de los sobrevivientes, Brown se entregó a las autoridades españolas.

Al enterarse de la captura de su compañero, Bouchard comenzó a preparar su rescate. Mandó a Mariano Insúa con cincuenta hombres en una avanzada para tomar la fortificación de Punta de las Piedras. Luego llamó a su cabina a los rehenes españoles y les propuso canjearlos por Brown y sus hombres, aclarándoles que era su última oferta porque el ataque sobre Guayaquil ya había comenzado. Florida-Blanca escribió a las autoridades españolas de la ciudad suplicándoles que aceptaran el canje. La nota fue llevada por el teniente Somers acompañado por diez marinos. Los hombres de Bouchard fueron recibidos “inamistosamente” por el teniente de gobernador, que reemplazaba a Florida-Blanca. Al leer la nota le dijo a Somers que la suerte de Brown no estaba en sus manos sino en las del consejo de guerra que, según sabía, se inclinaba por condenarlo a la horca. Somers se adelantó a los deseos de Bouchard y le contestó que si eso ocurría iban a adornar la Halcón con los cuerpos del duque y la condesa colgados en el palo mayor. El jefe español le “advirtió” que una armada al mando del capitán Toledo venía desde El Callao a capturar a los “insurgentes de Buenos Aires”.

Somers le mandó sus cordiales saludos a Toledo y dio por terminada la entrevista. Volvió a la Halcón e informó las novedades a su jefe. Bouchard volvió a reunirse con Florida-Blanca y le comunicó su decisión: rescatar a Brown como sea.

El plan se puso en ejecución por la noche. Trescientos hombres embarcados en diez botes, con el propio capitán a la cabeza, desembarcaron en Punta de las Piedras para reunirse con las tropas de Insúa.
Guayaquil descansaba tranquila, convencida de que los argentinos no se atreverían a atacarla por temor a las represalias que pudieran tomarse en las personas de Brown y sus compañeros que acababan de ser condenados oficialmente a la horca. Esa misma noche el teniente de gobernador daba una fiesta en su residencia para festejar el triunfo sobre los corsarios argentinos. Pero pronto se le iba a atragantar la paella.

Bouchard formó a sus hombres en dos columnas, guiadas por indios que adherían a la causa patriota. En unas horas el palacio fue rodeado y Bouchard intimó a las autoridades a rendirse. El teniente, envalentonado por los vapores del alcohol, le contestó que tenían suficiente pólvora para resistir. Fue la señal que esperaban los corsarios para entrar en acción. En pocos minutos no quedó un vidrio sano en toda la fortaleza y los balazos argentinos pasaban cada vez más cerca de las pelucas de las señoras y señores de Guayaquil, que optaron por rendirse pero “exigían” algo que ellos nunca habían cumplido con sus prisioneros y esclavos: “ser tratados como gente”. Bouchard les contestó que no estaban en condiciones de exigir nada y que abrieran la puerta o la demolería a tiros.

Ante tan gentil invitación, el teniente de gobernador abrió el enorme portal de madera tallada y la fiesta cambió de dueños. Los marinos argentinos festejaban la toma de Guayaquil a cuenta de la Corona española. Bouchard exigió la inmediata libertad de Brown, sus hombres, de todos los patriotas ecuatorianos detenidos en las mazmorras de Guayaquil y el pago de un “impuesto revolucionario” de 50.000 onzas de oro para respetar sus vidas y haciendas. Todas las demandas fueron cumplidas.

San Martín no ocultaba su alegría por la acción de sus compañeros en el mar: “Mucho daño están haciendo nuestros corsarios al comercio español, ¿quién les habría de decir a los maturrangos 3 semejante cosa?”. 4
Referencias:
1 Las naves capturadas fueron las fragatas Mercedes, Nuestra Señora del Carmen y Gobernadora y el bergantín San Pablo.

1 Nombre que se le da al depósito de pólvora y municiones de los buques.

3 San Martín usaba este término para referirse despectivamente a los españoles. Los criollos llamaban así a los malos jinetes y a los torpes para las tareas rurales. También usaba el término “matungo”, que significa caballo viejo e inservible.

4 Carta de San Martín a Guido, fechada en Mendoza el 20 de octubre de 1816, citada en Patricia Pasquali, San Martín, la fuerza de la misión y la soledad de la gloria, Buenos Aires, Emecé, 2004.


Jueves, 21 de noviembre de 2013

   

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