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Por Alejandro Horowicz
Qué nos depara el 2014 o las angustias de Año Nuevo
Entre los ramalazos de las crisis policial y una crisis política, imposible de desconocer, montada en la crisis global.

La segunda quincena de diciembre, históricamente, nunca es sencilla y menos en horas difíciles. A los inevitables balances que la fecha impone, se suma la ansiedad del porvenir. La pregunta por el año que viene termina inextricablemente atada, a la respuesta por el año que concluye. Una percepción colectiva de manifiesta intranquilidad nos atraviesa, y los ramalazos de la crisis policial colorean una crisis política imposible de desconocer, montada sobre las grupas de una crisis global, cuyo ritmo ha vuelto a empinarse, y cuyas víctimas dan crecientes muestras de indefensión política. Por eso, las decisiones económicas se vuelven cada día más ortodoxas en la vieja Europa, conservadoras diría un liberal a la vieja usanza, y por la misma razón la sociedad global ve que derechos duramente conquistados se licuan a ojos vista hasta volverse letra muerta.

Por eso pocos creen que 2014 será mejor que 2013, y no se trata sólo de paranoia fogoneada por los medios.
No pinta bien; ni en Argentina, ni en el mundo, nadie espera sensibles mejorías, ignorarlo es grave y festejarlo suicida. Las columnas periodísticas que giran en torno a la figura presidencial subrayan con cierto placer sedicente las crecientes dificultades. Joaquín Morales Sola escribe en su columna de ayer en La Nación: “Una sociedad entera desconfía del otro. La convivencia de las villas miseria y los barrios elegantes, separados a veces por pocos metros, pende de un hilo, frágil e inestable. El Estado es una ausencia permanente, como referencia o como límite. La violencia estalló en ese contexto que ya existía”.

Es posible sostener que se trata de desvarío impresionista. No comparto ese abordaje. La intensa desconfianza está a la vista. Ignorarla no ayuda. Ahora bien, ¿desde cuándo se manifiesta esa mancha de descomposición societaria? Desde la semana pasada; desde el comienzo de la gestión de Cristina Fernández; desde antes del 2001. Según fechemos la crisis de descomposición cambia el diagnóstico, y sobre todo las responsabilidades políticas mudan su naturaleza.

He señalado decenas de veces a lo largo de los últimos años que el proceso de descomposición política es de larga data. Desde la muerte del general Perón, 1 de julio de 1974, el bloque de clases dominantes abandonó su condición de clase dirigente, de ahí en más solo se propuso sobrevivir, conservar sus privilegios, en lugar de plantearse un proyecto para el conjunto defiende la multiplicación de su patrimonio; es decir, el destino de este colectivo nacional no forma parte de sus preocupaciones políticas, ya que la política realmente practicada suele ser la continuación de los negociados por otros medios. Para Morales Solá, en cambio, hay una relación de causa y efecto entre crisis y gobierno, ya que sostiene: “Todo sería más fácil para la Presidenta si viera más problemas que conspiraciones y si tuviera más dinero que la insolvencia que administra, después de una década llena de plata inútilmente despilfarrada”.

Vale la pena detenerse a considerar la línea de explicación que descarga sobre el ejecutivo la responsabilidad de casi todo. En la desproporción está la clave, no se trata de construir un buen mapa de los problemas nacionales, sino de responsabilizar al gobierno, de construir un adecuado chivo expiatorio y punto. La eficacia del argumento es de una sencillez escolar: si las cosas realmente estuvieran por lo menos mejor que en el 2001, esta no sería –no debiera ser– la situación actual. Como lo es, todo es un "relato" de un oficialismo descompuesto por las mieles del poder.

Y por tanto se avecina otro estallido, con su secuela de saqueos y violencia; en estas condiciones no aceptar lo que la policía "propone" es simplemente absurdo. No se trata de ejecutar ninguna reforma policial, sino de aceptar el ultimátum de la fuerza. A esa conclusión parecieran haber arribado buena parte de los gobernadores, que no dejan de clamar contra la "extorsión policial", al tiempo que aceptan cada uno de los términos exigidos por los acuartelados.

LA MIRILLA DE LA SEGURIDAD Y LA CRISIS POLICIAL. De la observación de un robo "clásico", de esos que TN pone al aire durante horas, surgen algunos elementos sistematizables. La casa es tomada por asalto por "deficiencias de seguridad". Una vez ocupada sus habitantes son transformados en rehenes para garantizar la "seguridad" de los atacantes. Una pesadilla interminable, donde se vuelve complejo distinguir las razones prácticas –robar dinero y objetos canjeables por dinero– de las puramente sádicas, donde no queda claro si este "sistema de torturas" que incluye la violencia sexual tiene otro propósito que satisfacer a los caprichos de los torturadores. Al tiempo que esos actos de "violencia irracional" señalan quien tiene el "poder de vida y muerte", y por tanto quien debe ser obedecido sin rechistar. Y por último, satisfacer las demandas no garantiza ni la salud física ni la salud mental de las víctimas.

Hasta aquí los hechos. A casi nadie se le escapa que este modelo delictivo tiene una referencialidad obvia: los operativos de la dictadura del '76, el comportamiento de los grupos de tareas, la lucha "contra la subversión apátrida".

Para evitar, impedir esta horrible experiencia la sociedad construyó una respuesta institucional: la represión policial. Las crecientes pruebas contra sus integrantes, la demostración del estrecho vínculo entre los custodios de la seguridad pública y los responsables del delito privado, pareciera no afectar demasiado el sistema de representaciones; por tanto, más policía y más seguridad siguen siendo pares equivalentes. Pero la ecuación estalla cuando las policías provinciales se amotinan, y su área de influencia se transforma en área de saqueo; será así, o será una nueva fábula de los enemigos históricos del orden. La duda se despeja, los fiscales informan: parte del botín se encuentra en manos de policías, y la lista de responsables muestra la connivencia entre delitos contra la propiedad y las instituciones encargadas de garantizarla.

En este punto no hay más remedio que pensar. La autonomía policial, el autogobierno de la fuerza, es una novedad posterior al año '83. Ningún gobierno militar permitió, facilitó autonomía alguna. El golpe del '55 entregó el control de la Policía Federal a la Marina de Guerra; en el enfrentamiento de azules y colorados, la Marina jugó con los colorados, y la victoria de los azules en 1962 significo que el Ejército se hiciera cargo de la Federal; este organigrama se respetó en desde marzo del 1976 a diciembre del '83.

La victoria electoral de Raúl Alfonsín, el juicio a las Juntas puso en foco la crisis militar, y los levantamientos carapintadas a repetición sólo concluyeron cuando Carlos Saúl Menem los reprimiera con muertos y heridos. La transformación del Ejército, al finalizar el servicio militar obligatorio, y el fin de la impunidad como política sistémica, supuso el restablecimiento de la relación entre las palabras y las cosas, entre política y sociedad, entre los delitos y las penas.

Ahora bien, poner fin a la política de impunidad sistémica no supone poner fin a la crisis militar. Es cierto, las Fuerzas Armadas no están en condiciones de dar un golpe, pero eso es todo. Este desbalance de poder termina favoreciendo a las policías provinciales y facilitando una política errática en la materia. Del autogobierno a la reforma, de la calidad institucional a la brutalidad sin límite. La policía actual es un sobreviviente armado del proceso anterior, creer que la voluntad política tipo León Arslanian –cuyos méritos personales están fuera de debate– alcanza, que la descentralización y la educación del personal policial son suficientes, me parece un lamentable error. Sin reconstruir democráticamente las Fuerzas Armadas, sin modificar su patrón de selección y formación, sin ese contrapeso real las policías provinciales siempre terminarán teniendo el recurso del autoacuartelamiento. Y es preciso poner un límite de Estado, no de partido, a una política tan peligrosa.





Fuente:Infonews.





Martes, 17 de diciembre de 2013

   

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