POR ALBERTO GALEANO Barack Obama y la enfermedad de la guerra La decisión de Barack Obama de combatir a la milicia del Estado Islámico (EI) en Irak y en Siria, donde los enemigos de ayer pueden ser los aliados de mañana, renueva la discusión sobre el rol que cumple Estados Unidos en el mundo.
Para bien o para mal, la guerra siempre fue una opción para los presidentes estadounidenses, y Obama no podía ser la excepción a una regla que ha regido la política exterior de Washington en las últimas décadas.
Es cierto que el Premio Nobel de la Paz quiso escapar a esa pesadilla que corrieron otros mandatarios norteamericanos como John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson con la Guerra de Vietnam, y el republicano George W. Bush en Irak y Afganistán.
Ahora, sin embargo, Obama ha declarado la guerra al EI, que controla un extenso territorio entre Damasco y Bagdad, poniendo en riesgo su presente político y el futuro de su probable sucesor en la Casa Blanca.
Aun así, el mandatario prometió no enviar soldados a combatir a las milicias sunnitas, estrategia que fue puesta en duda por algunos republicanos para quienes no existe ninguna certeza de que el plan de Obama pueda funcionar a la perfección.
Es obvio que la decisión del mandatario demócrata genera nuevos desafíos para la Casa Blanca, ya que Rusia advirtió que tomará como un "acto de agresión" cualquier ataque aéreo estadounidense que no tenga el consentimiento de Siria o del Consejo de Seguridad de la ONU.
"A mí no me parece mal (que Estados Unidos ataque al EI)", dijo a Télam el secretario de Cultura del Centro Islámico de Buenos Aires, Ricardo Elía.
Para este analista, "Al Qaeda, Boko Haram, el EI, son armados de inteligencia. Yo no sé por quién ni para quién. Lo que está claro es que esta gente no tiene nada que ver con el islam ni con los musulmanes. Son exactamente lo contrario".
Ante la posibilidad de que Washington repita errores del pasado, como ocurrió con la invasión de Irak en 2003, Obama llamó a formar una coalición internacional para combatir a los yihadistas, con el fin de darle una cuota de legitimidad a sus operaciones aéreas.
Hasta el momento, la Casa Blanca ya obtuvo el respaldo de por lo menos diez países árabes, entre ellos Arabia Saudita, Bahrein, Emiratos Arabes Unidos, Kuwait, Qatar, Omán y Egipto.
Otros aliados, sin embargo, se mostraron más cautelosos, como el caso de Turquía que solo ofreció apoyó logístico para luchar contra los yihadistas, pero se negó a que se lancen ataques desde una base aérea en su territorio.
Los asesinatos de los periodistas norteamericanos James Foley y Steven Sotloff, cuya decapitación por parte del EI fue difundida a través de videos, fueron fundamentales para que Obama decidiera atacar a los yihadistas, luego de retirar las tropas estadounidenses de Irak en diciembre de 2011.
Lo paradójico es que Estados Unidos enviará tropas a combatir al EI en Siria, donde Washington estuvo a punto de intervenir militarmente contra el gobierno de Bachar al Assad, a quien pidió que abandonase el poder tras responsabilizarlo por el uso de armas químicas.
Finalmente Obama y el presidente ruso, Vladimir Putin, acordaron destruir los almacenes químicos de Damasco, uno de los mayores de Medio Oriente, a mediados de septiembre de 2013.
A pesar de que dijo que Washington debe coordinar sus ataques con Siria, el vicecanciller de ese país, Faisal Mekdad, opinó que la Casa Blanca "es un aliado natural" en la lucha contra el terrorismo.
Para lanzar una guerra contra los fundamentalistas islámicos, Obama ha tenido en cuenta también la opinión de los estadounidenses, ya que nueve de cada diez creen que la milicia sunnita es una amenaza seria para los intereses de Estados Unidos, según una encuesta de los diarios The Washington Post y ABC News.
De acuerdo a este informe, el 71% de los norteamericanos apoya los bombardeos de Washington en Irak y Siria, donde el EI creó un califato para aplicar la versión más primitiva de la sharia (ley islámica).
Sin duda, los asesinatos de Foley y Sotloff resultaron decisivos para que ocurriera un cambio de opinión entre los norteamericanos, luego de que Estados Unidos culpara al ex primer ministro iraquí, Nuri al Maliqui, por su política discriminatoria de las minorías en su país.
Para el gobierno de Obama, esa situación contribuyó de algún modo al crecimiento de la milicia sunnita que esclaviza a la minoría yazidi y a los cristianos kurdos en el norte de Irak.
Alarmado por las políticas de al Maliqui, Washington pidió al nuevo ministro iraquí, el también chiita Haider Al Abadi, la formación de un gobierno de unidad a cambio de que Washington asista militarmente a Bagdad para combatir a los yihadistas. La lucha contra el EI parece ser una nueva etapa de la "guerra contra el terrorismo" lanzada por Bush, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. Pero a pesar de sus esfuerzos, y del apoyo de otros países, Estados Unidos demoró más de diez años en diezmar las actividades de Al Qaeda, cuyo líder Osama Ben Laden fue ultimado el 2 de mayo de 2011 en Abbottabab, Pakistán.
Por eso nadie sabe cuánto tiempo tardará la Casa Blanca en desmantelar al EI, que según la Agencia Central de Inteligencia cuenta con entre 20.000 y 31.500 combatientes, aunque algunos analistas vaticinan que demorará por lo menos tres años.
Por ahora, lo único cierto es que el Premio Nobel de la Paz finalizará su mandato en enero de 2017, con un nuevo conflicto bélico que involucra a Estados Unidos.
Extraña paradoja: así como Obama acusaba a Bush de iniciar una "guerra tonta" en Irak, su sucesor en la Casa Blanca podría recibir una pesada herencia en política exterior.
Lunes, 15 de septiembre de 2014
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