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LAUTARO
Por Felipe Pigna
Se han ofrecido distintas versiones sobre el nombre de Lautaro en mapudungun (“habla del país” o “de la tierra”, nombre del idioma de los mapuches); para unos sería Lawtraru y para otros, Lewtraru (escritos también con u, v o f, según la trascripción que se haga a lenguas europeas de la semivocal w del mapudungun), que respectivamente significarían “carancho pelado” o “carancho veloz” –traru es el nombre mapuche de esa ave–. Sin embargo, casi todas las fuentes más antiguas interpretan el nombre de este lonco (cabeza o jefe de una comunidad) como “osado”, “emprendedor”, “audaz”, por lo que es probable que su nombre estuviese asociado a la raíz lef-, lew- no en el sentido de “velocidad” en general, sino con la idea más precisa de acometer (leftun) o atacar (lefwetun).

El inspirador del nombre de la Logia que impulsaría la independencia de esta parte de América, nació en 1534. Cuando el conquistador Pedro de Valdivia invadió Chile, lo capturó junto a su familia, lo tomó como “mozo de caballería” y lo bautizó con el nombre de Alonso. Después de tres años de padecimientos y humillaciones, Lautaro logró huir y que se lo reconociera como toki, y organizó militarmente a sus paisanos en un ejército rebelde de más de 8.000 hombres.

Toki, literalmente, “hacha”, era el nombre que recibían quienes reunían bajo su autoridad a varias comunidades para emprender conjuntamente acciones de guerra. (usualmente llamado “cacique” o “caudillo” por los españoles) tenía autoridad solamente mientras duraba la guerra, por elección y delegación de los loncos de las comunidades “confederadas” a ese fin.

Así lo describe Pablo Neruda en su Canto general:

Lautaro era una flecha delgada.
Elástico y azul fue nuestro padre.
Fue su primera edad sólo silencio.
Su adolescencia fue dominio.
Su juventud fue un viento dirigido.
Se preparó como una larga lanza.
Acostumbró los pies en las cascadas.
Educó la cabeza en las espinas.
Ejecutó las pruebas del guanaco.
Vivió en las madrigueras de la nieve.
Acechó las comidas de las águilas.
Arañó los secretos del peñasco.
Entretuvo los pétalos del fuego.
Se amamantó de primavera fría.
Se quemó en las gargantas infernales.
Fue cazador entre las aves crueles.
Se tiñeron sus manos de victorias.
Leyó las agresiones de la noche.
Sostuvo los derrumbes del azufre.
Se hizo velocidad, luz repentina.
Tomó las lentitudes del otoño.
Trabajó en las guaridas invisibles.
Durmió en las sábanas del ventisquero.
Igualó las conductas de las flechas.
Bebió la sangre agreste en los caminos.
Arrebató el tesoro de las olas.
Se hizo amenaza como un dios sombrío.
Comió en cada cocina de su pueblo.
Aprendió el alfabeto del relámpago.
Olfateó las cenizas esparcidas.
Envolvió el corazón con pieles negras.
Descifró el espiral hilo del humo.
Se construyó de fibras taciturnas.
Se aceitó como el alma de la oliva.
Se hizo cristal de transparencia dura.
Estudió para viento huracanado.
Se combatió hasta apagar la sangre.

Sólo entonces fue digno de su pueblo. 1

En diciembre de 1553, junto con sus guerreros atacó y destruyó el fuerte de Tucapel. En diciembre de 1555 atacaron Concepción, donde quedaron sólo 38 españoles con vida. Lograron capturar a Valdivia y lo ajusticiaron dándole de comer polvo de aquel oro que tanto le gustaba. Lautaro murió en combate y según la costumbre de los “civilizadores”, su cabeza fue expuesta en una picota en la Plaza de Armas de Santiago.

Lope de Vega le hace decir al espíritu de Lautaro estos versos dirigidos a su sucesor en la rebelión, el gran Caupolicán:

¿De qué sirve
la vida, Caupolicán,
si es sujeta, esclava y triste?
¿No es mejor la muerte honrosa?
Esto he venido a decirte
para que libres la patria,
pues en tu valor consiste. 2



Sábado, 21 de septiembre de 2013

   

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