POR RICARDO ARTURO SALGADO BONILLA Lo que hemos aprendido, lo que debemos aprender y lo que necesitamos desaprender “En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, Bienvenida sea, siempre que ése, nuestro grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo, y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas, y otros hombres se apresten a entonar los cantos luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de victoria”
Ernesto “Che” Guevara
Desde el triunfo de la revolución cubana en 1959, Latinoamérica se convirtió, poco a poco, en un continente de gran creación revolucionaria, y, consecuentemente en el foco de preocupación permanente del mayor imperio producido por el capitalismo, y la más grande y feroz maquinaria asesina de la historia. Mucha sangre corrió regando los campos de nuestro continente, mientras llegábamos al triunfo de la revolución sandinista, lo que dio lugar a más violencia y demencia en el vecino que aún cree que es nuestro dueño.
Aunque el colapso del mundo creado alrededor de la praxis soviética, no tanto de su enriquecimiento de pensamiento, tuvo un impacto tremendo sobre nosotros, nuestros movimientos de izquierda lograron adaptarse, incluso a mimetizarse mientras pasaba la tormenta neoliberal, y luego la experiencia victoriosa de la revolución bolivariana, nos enseñó la importancia de no dejar de luchar nunca, al tiempo que nos mostró la fragilidad teórica que arrastrábamos de aquellos manuales que el mismo Che había desnudado en la década de los 60, y que, sin pretensiones de profeta, había señalado como marcados por una ruta inexorable hacia el fracaso.
Lo más importante del aporte del Che, mas allá de la crítica certera, era la apertura a la producción teórica nuestro americana, nos planteó el reto de pensar, sobre todo de pensar orgánicamente. En esencia se nos planteaba la necesidad de hacer lo mismo que en su momento hicieron Marx, Engels, Lenin, Gramsci y Mariategui, producir heroicamente la filosofía de la praxis necesaria para que nuestros pueblos adquirieran la capacidad de transformar su realidad.
Con los éxitos electorales aprendimos a entender bien (tal vez no tan bien) a ver con seriedad el tema del poder, y a salirnos del marasmo reivindicador que teníamos como pasado y referente inmediato. Pero estas lecciones las aprendimos del corazón mismo del tradicionalismo de la derecha, acostumbrado a la alternancia en el poder, la lógica de la despolitización y los paradigmas y parámetros impuestos por la misma clase burguesa que intentamos desplazar.
En este punto, avanzar se ha vuelto cada vez más complicado, los pasos adelante se cuentan uno a uno, con algunas concesiones, y la izquierda sin alcanzar la capacidad de dejar atrás las causas que motivaron su terrible atomización durante el siglo XX. Si para los partidos en el gobierno esto ha sido un reto mayor, y un constante traspié, para los partidos de izquierda en oposición se ha convertido en un muro insalvable, pues mientras algunos movimientos buscan acumular fuerzas desde la oposición, diez más lo critican sin misericordia recurriendo al expediente cuasi religioso del “revisionismo”.
Por supuesto, una de las grandes desventajas que enfrentamos es que nuestro enemigo nos ve como tales, mientras nosotros, con el ánimo de estar a la altura del modelo sistémico de “civilización” seguimos poniéndolos en la más elegante posición de “adversarios”. Olvidamos muchas veces la posición que ocupamos en una sociedad típicamente capitalista, y, lo que es peor, creemos estar seguros de que es exactamente una sociedad socialista.
Si contamos todos los esfuerzos que hacemos por entrar dentro del campo de medición de las cosas desde la óptica sistémica, nos daremos cuenta, que nos metemos constantemente en una especie de jaula, en la que no podemos más que aceptar como buena la idea de que la justicia y la igualdad (temas en boga desde el liberalismo iluminista) se pueden alcanzar a través del “gasto social”, a cargo del estado, mientras nos acostumbramos a coexistir con una clase que está en permanente y descarada conspiración contra las conquistas de nuestros pueblos y nuestros gobiernos populares. Además, de la ofensiva constante de un enemigo imperial-transnacional que debemos aprender a tratar con pinzas.
No es complicado llegar a conclusiones sobre las razones que nos orillan a vivir dentro de sus paradigmas, y aun ser reproductores de algunos de sus vicios más terribles, siendo el más notable el consumismo demencial, que se ve patente en todas nuestras sociedades, donde aún no comenzamos a aprender una forma diferente de vivir, una vía alternativa hacia la felicidad; hacia aquellas cosas, que al decir del presidente Rafael Correa “tienen valor pero no tienen precio”.
Básicamente, no podemos enseñarles a todas las personas en detalle conceptos complejos y abstractos como valor, uso, cambio, dinero, capital, precio, y por ende la formación, incluso a nivel de cuadros es complicadísima. Desmontar la forma en que el sistema funciona para ser una maquina perfecta de desposesión y acumulación de riquezas, no es viable en pequeños panfletos o en programas a través de medios de comunicación.
Menos fácil es explicar la visión geoestratégica imperial, y porque no es cierto que ellos son nuestros amigos (hablando de sus clases dominantes y sus gobiernos) ni que llegan -disfrazados- de ONG por fines puramente filantrópicos. Para poder lograr todo esto necesitamos desaprender todo lo que nos ha llegado por la vía ideológica, en miles de formas, que fomentan el individualismo, que hace que el éxito sea lo mismo que tener mucho dinero, y que nos impone la idea de que la democracia es solamente un asunto electoral.
En este sentido, la política misma, es más bien una herramienta, aunque para muchos es un fin en sí misma (y no su estudio sino su práctica, cada vez más cercana al mal llamado pragmatismo). Una herramienta que nos debe llevar al poder, o más bien a la construcción de él, mediante un proceso constante de acumulación de fuerzas, que no solo debe darse en el ámbito electoral. Como estamos parados hoy, debemos entender que una vez que ganamos un proceso, ya nunca más podremos darnos el lujo de perder; una victoria coyuntural del enemigo tendría efectos desastrosos en nuestras organizaciones y en nuestros pueblos.
Y aquí aparece nuevamente la necesaria sistematización de las ideas, la coordinación continental, la articulación permanente de las nuevas teorías, que son capaces de crear una línea estratégica que oriente un verdadero proyecto integracionista, que considere una visión global, que involucre a todos los partidos políticos de izquierda, que impulse la unidad, que cree un nuevo balance en el planteamiento que establezca las tácticas específicas que han de llevarnos al poder en definitiva y a cambiar de una vez por todas las estructuras de nuestro continente.
Los famosos “Think Tanks” están destinados a crear los planes de corto, mediano y largo plazo, los planteamientos coyunturales, los grandes cambios que llevan a la mutación y reproducción del capitalismo. Esa, que se ha convertido en una actividad fundamental para el sistema, debe ser equiparada por aquellos que buscamos transformar el mundo, los que somos revolucionarios y vemos la lucha más allá de nuestras propias realidades biológicas e individuales, en general para la construcción heroica, sin calcos ni copias que mencionó con mucho acierto José Carlos Mariategui.
Durante la realización del III Congreso del PSUV en julio pasado, el Presidente Nicolás Maduro anunció la iniciativa de la constitución de un “Tanque de Pensamiento” (Ojala le podamos cambiar el nombre!). Este parece ser un paso fundamental y ya está dado, la cuestión es avanzar y encontrar las condiciones para estructurar lo que necesitamos y comenzar a avanzar, dentro de un pensamiento colectivo, latinoamericanista, orgánico. Darle seguimiento a aquella idea del presidente Maduro es trascendental para todo nuestro continente, que debe incluso ser capaz de eliminar las barreras creadas por las asimetrías que nos hacen ser unos menos importantes que otros.
Al final, la lógica debe ser reconocer que nunca es suficiente lo que hacemos, siempre hay que hacer más, y aún siguen siendo válidas aquellas palabras del Che: “Crear uno, dos, tres… muchos Vietnam,…”, aun si somos pacíficos.
Viernes, 21 de noviembre de 2014
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