POR ALEJANDRO HOROWICZ Las nuevas relaciones carnales: Estado y Capital La derecha repite latiguillos que muestran que hace tiempo que no piensa algo diferente a lo que la asamblea de accionistas espera al fin de cada balance.
Hace un rato largo en que la derecha cree que no le hace falta ser inteligente. Antes de la caída del Muro de Berlín pensaba distinto. Sus cuadros intelectuales estudiaban seriamente a Karl Marx para ser capaces de contrarrestarlo. No era su formidable potencia predictiva la que les quitaba el sueño, sino la amenaza de un movimiento obrero referenciado en sus puntos de vista. Mientras el socialismo era una posibilidad la derecha pensaba.
En algunos casos, liberales brillantes –estoy pensando en Max Weber durante la Alemania posterior a la I Guerra Mundial, o Lord Keynes en medio de la crisis del '30– abandonaban su plácido mundo de hipótesis inconducentes para adentrarse en los problemas del capitalismo real. Por cierto, no se trata de confundir pensadores conservadores con dirigentes empresarios. Nunca una cosa resultó homologable a la otra. El presidente de Krupp nunca tuvo ningún inconveniente en adecuar sus puntos de vista a las leyes raciales de Adoph Hitler. Ni la Bayer en aportar la producción del Zyclon B, un poderoso pesticida a base de cianuro, para asesinar millones en Auschwitz y Treblinka. Nunca nada les pareció ni bien ni mal si la tasa de ganancia resultaba la adecuada.
El Tercer Reich desapareció, pocos muy pocos se atreven por ahora a mentar sus trágicas virtudes, pero ni Krupp ni Bayer dejaron de cotizar en bolsa. Una cosa son los "errores" de la política –ese es otro servicio que los políticos prestan a los tenedores del capital – y otra la sobrevivencia de empresas exitosas. Los directivos de Bayer no tuvieron que responder en Nuremberg por su maridaje con los nazis. La baja propensión a cualquier clase de principios es una virtud del management, una aptitud gerencial no un capitis diminutio. Un cínico podría decir, sin faltar a la verdad formal, que a Krupp las opiniones de un cabo prusiano lo tenían sin cuidado. Es un punto de vista, debemos admitir que el ciudadano promedio lo escucha sin inmutarse.
El comportamiento de la Mercedes Benz, en la Argentina, durante los años de plomo, siguió punto por punto este preciso vademécum. La comisión interna desapareció y sus gerentes fueron cómplices, y aun así la crisis de 2001 destruyó el mercado. No hay mercado sin demanda solvente, y si la hiperinflación pudo ser evitada fue gracias a la tardía pero decisiva intervención del Estado. Eso no transforma a los gerentes (ni a los de Mercedes, ni a los demás) en defensores de la regulación pública. Todo lo contrario.
UNA MIRADA EN LOCAL PERO NO SOLO. Importantes hombres de negocios se reunieron en la sede de la Universidad Católica Argentina, en Puerto Madero. Convocados por el Foro de Convergencia Empresarial, que nació a fines del año pasado con seis entidades; hoy son 60 y tienen una mirada sumamente crítica sobre la gestión K. Sin embargo, no hubo ni una sola referencia directa al gobierno en todo el encuentro. Miguel Blanco, director general de Swiss Medical, presidente de IDEA y coordinador del Foro despejó el enigma. "Esta reunión estuvo orientada al futuro; la intención no era polemizar sobre la coyuntura."
Los empresarios empezaron a cerrar la discusión con eventuales sucesores presidenciales. Casi todos estaban: Sergio Massa (Frente Renovador), Mauricio Macri (PRO), Hermes Binner (FAP), Ernesto Sanz y Julio Cobos (UCR). Faltó tan solo Daniel Scioli, acaso para evitar semejante compañía. Aun así Blanco sostuvo: "Estamos seguros de que va a haber un cambio en el próximo gobierno, incluso si triunfa el oficialismo."
Cada empresario tiene sus propias preferencias, pero todos parecen estar de acuerdo al menos en un punto: hay que hacer casi todo lo contrario de lo que hizo el kirchnerismo. No sólo son incapaces de considerar matizadamente la marcha de sus propios negocios en la última década, donde se la "llevaron con pala", sino que la crisis global del capitalismo tampoco modifica sus pedestres "opiniones". El éxito de un libro serio –El capitalismo del siglo XXI– tampoco los obliga a nada. En Francia el joven economista Thomas Piketty, 43 años, que estudia el funcionamiento del mercado sostiene: "En este principio del siglo XXI hay un riesgo muy serio de que volvamos a las desigualdades del XIX. Esto ya es una realidad en algunos casos y en otros no. Es cierto, en la teoría de Marx había una salida económica al proceso. Había una contradicción entre el descenso de la tasa de beneficios que iba a conducir a una catástrofe final y al fin de este sistema. Puede que mis conclusiones sean todavía más pesimistas porque, desde un punto de vista estrictamente económico, no hay salida. El rendimiento del capital puede mantenerse a un nivel elevado, en particular porque siempre hay ganancias oriundas de la productividad, de las innovaciones tecnológicas, del crecimiento de la población. A pesar de una acumulación creciente del capital, el rendimiento se mantiene a un nivel superior a la tasa de crecimiento. En todo caso, sería un error pensar que una salida puramente económica –o sea el descenso de los beneficios – va a resolver esta contradicción. Mis conclusiones son pesimistas desde un punto de vista económico pero optimistas desde el punto de vista político."
No nos proponemos discutir con Piketty si en Marx la salida pasaba o no por la catástrofe del capitalismo. En sus términos el incremento de la productividad social del trabajo crece más lentamente que la acumulación de capital. Dicho de otro modo, el capitalismo no sólo confisca el nuevo excedente, sino también un fragmento de lo que antaño había distribuido. Este no es exactamente un "problema económico" sino mas bien político. A juicio de Piketty la propiedad privada, las fuerzas del mercado "deben estar al servicio de la democracia y del interés general. El capitalismo debe volverse el esclavo de la democracia y no lo contrario. Hay que utilizar las potencialidades del mercado para enmarcarlas severamente, radicalmente si es necesario, para ponerlas en la buena dirección. Es perfectamente posible". Suena un poco ingenuo.
Dicho en buen romance: evitar el avance de la privatización, cosa que el economista francés también registra. Señala la privatización de la justicia y pone como ejemplo en fallo del juez Griesa, a favor de los fondos buitre. La observación es adecuada pero incompleta. La desconfianza en la policía hizo ya de la seguridad privada un negocio en continua expansión. La mayoría de las fuerzas estatales en América Latina son consideradas incompetentes, corruptas, o ambas cosas. Un ejército de casi 4 millones de agentes integra una industria que crece un 9% anual.
Para el año 2016 moverá cerca de 30 mil millones de dólares, más que las economías de Paraguay o de El Salvador. En toda la región, el personal de seguridad privada supera a los agentes públicos muy por encima de la media mundial, que es de 2 a 1. En Brasil, la relación es de 4 a 1; en Guatemala, de 5 a 1, y en Honduras, de 7 a 1. Cuanto mayores son las desigualdades sociales, mas importante la privatización de la seguridad.
El caso de los 43 estudiantes mexicanos desaparecidos pone sobre el tapete todo el problema en un solo punto. La presencia del narcotráfico muestra que la soberanía del estado es una teoría sin verificación práctica. Si a esto se suma el brutal incremento de la desigualdad, y sus consecuencias privatistas, la democracia como sistema político queda en entredicho. Si en el enfrentamiento entre el mercado y el poder político el mercado lleva las de ganar, la sobrevivencia del mundo civilizado existente digamos en 1991 deviene imposible. La sociedad mexicana, la movilización de sus sectores dinámicos por fuera del sistema de partidos que la ¿gobierna?, ha dicho basta. No se trata de un argumento puramente local. O la sociedad global toma nota de la respuesta mexicana, o corre el riesgo de mirarse anticipadamente en el espejo de ese terrible país.
Es evidente que la autorregulación del mercado es una hipótesis siniestra, no sólo porque no garantiza nada razonable, sino porque ni siquiera es capaz de asegurar el funcionamiento del propio mercado. En un mundo donde el calentamiento global nos hace saber a que velocidad caminamos hacia el abismo, la derecha pura y dura, repite una vez más los viejos latiguillos; latiguillos que nos demuestran que hace demasiado tiempo que no piensa. En todo caso, no piensa en algo diferente a lo que la asamblea de accionistas espera al fin de cada balance.
Martes, 2 de diciembre de 2014
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