POR OSVALDO BAYER Religión y política Alemania está conmovida. Más que eso, asustada. Y no es para menos. Es por la creación del movimiento Pegida (son las iniciales de un lema que en castellano sería “Patriotas Europeos contra la Islamización de Alemania). En Bonn, el movimiento tiene las sílabas Bogida, con el mismo significado. Este movimiento nace como reacción a la influencia cada vez mayor que tienen los inmigrantes turcos llegados a Alemania como fuerza de trabajo, que suman ya varios millones. Un 29 por ciento de los alemanes están convencidos de que el islamismo tiene cada vez más influencia en la política alemana. Y los que piensan así se han organizado como Pegida y han salido a la calle reuniendo a miles de alemanes en la protesta. Los partidos clásicos que hoy gobiernan Alemania, los demócratas cristianos y los socialdemócratas, han salido a la calle para rechazar este nuevo movimiento nacionalista. Existe el fantasma del nazismo. Así comenzaron los nazis en la década del ’20 del pasado siglo tomando como culpables de la derrota alemana de 1914-18 a los judíos que representaban a una minoría de la población alemana de esos años. De pronto, los judíos pasaron a ser los culpables de todo aquel desastre alemán. Y ahora, el nuevo movimiento nacionalista señala que los turcos intentan islamizar Alemania levantando templos en todas las ciudades, centros culturales y organizaciones de todo tipo.
Los políticos alemanes actualmente tienen el temor de que esta campaña de la derecha germana haga regresar a la mente de los alemanes el nacionalsocialismo de Hitler y, con ello, también el racismo, como sucedió ya en los trágicos años del nazismo.
No es exagerado el temor. Cuando Alemania, en décadas pasadas, necesitaba mano de obra para sostener su proceso industrial, recurrió primero a los trabajadores españoles e italianos y luego a los turcos. Por supuesto que esto tendría sus consecuencias, ya que cada extranjero traía su propia cultura, su religión y sus costumbres. Esto tuvo su impacto en la vida diaria y cultural de los barrios y las calles de las ciudades alemanas. Hay que comprenderlo y no comenzar ahora a perseguir todo lo que sea islamita. O una cosa o la otra. O Alemania se cerraba a sí misma conformándose con la producción de aquel entonces o se abría para dejar que ingresara el extranjero. Claro, eso le haría cambiar el rostro.
No se puede ignorar a los millones de extranjeros que vinieron a ganar su pan aquí y tuvieron hijos y no quisieron ellos tampoco perder su religión y su cultura. Además, existe otro factor: los niños. Los matrimonios alemanes se han “modernizado”, quieren “gozar” de la vida. Gozar de las vacaciones y de todo lo que hoy les ofrece la sociedad. En cambio, los matrimonios turcos siguen con su tradición de siempre: los hijos vienen enviados por Dios y eso es una obligación moral de la vida. Las consecuencias se notan en las escuelas de los barrios humildes: en muchos de ellos ahora la minoría es “rubia” y la mayoría de los niños son “morochos”, como decían antes los porteños.
Ya comenzaron las discusiones en los partidos políticos. Por ejemplo, Simone Peter, del Partido Ecologista Verde, criticó al partido mayoritario, la Democracia Cristiana, conservador y de derecha, sosteniendo que: “Justo el Partido Social Cristiano, que siempre sigue sembrando resentimientos contra los inmigrantes y trata a los turcos de zánganos sociales, ha propuesto la obligación de que en todo hogar turco se hable alemán. Y eso lo hace para ganarse los votos de la población alemana. Con su actitud –continúa– le hace el juego al nuevo grupo racista Pegida”.
Por otra parte, grupos bien democráticos han propuesto que la sigla Pegida, el nombre de la nueva agrupación racista, sea considerado como “la mala palabra del año”. Que es una costumbre alemana, por la cual, el 13 de enero, se vota y se elige como mala palabra del año algún concepto o nombre propio de la realidad germana.
Lo peligroso para el gobierno alemán actual es, como decimos, que con la aparición de este grupo derechista Pegida se desuna del gobierno y tenga que realizar nuevas elecciones en las cuales, sin duda, la derecha ganará por muchos votos y se producirá en Alemania una situación parecida a 1933, donde ganó un partido racista por excelencia. Además, la Alemania presente necesita siempre más obreros, sean turcos, españoles o griegos.
Los argumentos de los diarios alemanes ante esta situación son muy distintos entre sí. Por ejemplo, la periodista Anetta Kahane se atreve a escribir: “Los alemanes que odian al Islam no son otra cosa que expresión de un síntoma de un estado sensible para ponernos contentos: pertenecemos a una sociedad libre”. Y agrega estas peligrosas palabras: “Es cierto. Pegida tiene razón total. Desde hace décadas llegó un gobierno con la mentira de que la sociedad no cambiaría ni tiene que cambiar. Porque la palabra cambio en Alemania no es bien vista, en especial por los votantes. Cambio no trae esperanzas en Alemania sino miedo. Y el miedo alemán fue mellizo siempre de la palabra agresión”.
El escritor y periodista Udo Ulfkotte, orador en el acto de Bogida, dijo que “los extranjeros tienen que someterse a las leyes y costumbres alemanas. Debemos defender nuestros valores contra el Islam”.
Alemania enfrenta un problema muy difícil. Con la llegada de miles de turcos logró mantener bajo el precio de los productos industriales. Pero ese sentimiento de ver que se aumentaba la venta de sus exportaciones trajo el problema o la realidad de que esos obreros son también personas cuya religión y sus formas de vida hay que respetar. La única solución democrática y con futuro es respetar el derecho a la vida de todos.
Sábado, 3 de enero de 2015
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