AMÉRICA LATINA De granero a comedor La cumbre de la FAO en Roma trajo como noticia un importante descenso del hambre en América latina en los últimos 25 años. Sin embargo, la desagregación de los números da cuenta de un perfil más preciso: la reducción del hambre se produjo en los países de América del Sur, sobre todo en la última década.
Tal vez se trate de la forma más sencilla de medir la salud del mundo: cuánta gente, todos los días, pasa hambre. La definición de “hambre” de la FAO (Organización para las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) es contundente: se trata de la situación de “subalimentación crónica”, es decir, la población que de forma cotidiana ingiere menos calorías de las necesarias para desarrollar una vida plena.
La noticia comentada por estos días (aunque, como es lógico, apareció de forma muy parcial en los medios hegemónicos) es que América latina logró cumplir las metas que la misma FAO había fijado en sus “objetivos del milenio”. Concretamente, en los últimos 25 años logró reducir a la mitad la cantidad de gente con hambre. Como la población total creció durante este cuarto de siglo, la disminución es mucho más pronunciada en términos proporcionales.
En verdad, el descenso del hambre es un fenómeno global: en 1990 se calculaba que existían unas 1.000 millones de personas pasando hambre todos los días. Hoy, 2015, esa cifra se redujo a 795 millones. Contando el aumento de población, el descenso de la “tasa de hambre” cayó de un 18% de la población mundial al 10,9%. Es decir, todavía pasan hambre 1 de cada 9 personas que habitan hoy el planeta.
En este panorama trágico cabe recordar que el mundo es un lugar gobernado casi por completo por las leyes del capitalismo y el libre mercado. Como ya sucedía hace 25 años. Y cualquier cifra avala que el mundo no tiene un problema de producción de alimentos (hace décadas que eso quedó atrás) sino un grave problema de distribución y acceso a los bienes esenciales. Cristina lo graficó de una manera muy simple, acorde a esas leyes capitalistas: hay hambre porque hay gente que no tiene plata para comprar comida.
Ahora bien, en el informe de la FAO (“El estado de la seguridad alimentaria en el mundo, 2015”) se destaca que la región de América latina tuvo una performance mejor que el promedio mundial. En términos nominales, hace 25 años había unos 66 millones de latinoamericanos con hambre, hoy esa cifra cayó a 34 millones. Crecimiento de la población mediante, el porcentaje pasó de 14% a 5%.
Un cambio tan general tiene que tener una explicación general: las economías de América latina experimentaron un crecimiento importante, así como un aumento de la producción de alimentos, conforme creció la demanda mundial de estos productos.
Hasta allí, datos casi asépticos, que parecen referidos a cierta “fortuna” o “momento de oportunidad” gracias al crecimiento de la economía global y de la demanda extra regional.
Sin embargo, la desagregación de los números muestra algunos datos interesantes que politizan las conclusiones del estudio de las FAO.
En primer lugar, en un aspecto geográfico, dentro del vasto espacio de América latina y el Caribe, la región que tuvo una disminución marcadamente sensible fue América del Sur. Y desde un aspecto temporal, cuando realmente se evidenció un tobogán tanto en la caída nominal como porcentual de las personas con hambre, fue recién a partir de los años 2000, y no durante la década de los 90.
El cruce de las variables geográficas y temporales muestra la intersección donde mayor protagonismo tuvieron los gobiernos progresistas de América del Sur. A grosso modo, entre la asunción de Chávez en Venezuela y de Lula en Brasil, hasta el día de hoy.
Veamos de cerca los números de la FAO. En 1990, cuando las selecciones de Brasil y Argentina jugaban el mundial en Italia, América del Sur tenía unos 45 millones de hambreados. Diez años después, cuando el ciclo neoliberal había pasado de forma pareja por toda la región, el número apenas había tenido una variación a la baja: 40 millones seguían en la misma situación. En porcentaje de la población, menos de un 4% de mejora.
Sin embargo, entre el 2000/2002 y entre 2005/2007, o sea, en menos de una década, pero en medio del corazón de la transformación de los gobiernos posneoliberales, la caída fue en picada, reduciéndose el número en 27 millones de personas.
La reducción del hambre en América del Sur siguió en los años siguientes -años de menor crecimiento económico, lo que relativiza la conexión con el crecimiento-, tanto que ya no se disponen de números absolutos ya que por debajo de cierta cifra es complejo llegar a números reales. Por eso, la FAO estipula el rango de menos de 5% de población con hambre crónica a partir de e2007 para la región. Son los años en que recién comenzaban los gobiernos de Evo Morales y Rafael Correa, por ejemplo, por lo que cabe suponer que la cifra real de personas con hambre en América del Sur, siguió una caída muy pronunciada, en países particularmente pobres como Bolivia y Ecuador.
¿De qué sirve “politizar” estos números de la FAO? Simplemente para poder comprenderlos como parte de un proceso que estuvo ligado a cambios políticos y no a una supuesta mejora “global” que, con la sola comparación con el resto de América latina, se deja ver que no es tal. Desde ya, el “objetivo del milenio” de la FAO es patéticamente modesto: reducir el hambre, aún en niveles tan drásticos, no deja de ser un objetivo modestísimo dentro de un marco general de desigualdad social todavía galopante.
Tal vez, el premio de la FAO a la región y a nuestro país por la reducción del hambre sirva como incentivo para crear los nuevos objetivos para la siguiente década en América del Sur. Menos modestos y pensados desde aquí y no desde una oficina en el Primer Mundo. Con la panza llena se piensa mejor.
Miércoles, 10 de junio de 2015
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