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LAS INDECISIONES DEL PRESIDENTE MEXICANO AGRANDARON EL PODER REAL DEL NARCO FUGADO
Peña Nieto da la cara por el Chapo
Ante la prensa, Peña Nieto recurrió a los mismos lugares comunes que a lo largo de la semana habían repetido sus funcionarios del área de seguridad: para la recaptura del Chapo Guzmán el gobierno aplicará “todo el peso de la ley”.


Cuando el presidente Enrique Peña Nieto mira las imágenes del túnel por el que se escapó el narcotraficante Joaquín Guzmán Loera, lo único que ve es la profundidad de su propia crisis de credibilidad. Autorreferencial, ni siquiera parece darse cuenta del tamaño de la descomposición del sistema de justicia y de seguridad nacional.

El viernes, a su regreso de su viaje a Francia, que inició justo cuando el Chapo se fugaba, Peña Nieto se reunió con el secretario de Gobernación, Miguel Angel Osorio Chong, y la procuradora general de la República, Arely Gómez. Luego dijo que la fuga del Chapo Guzmán es “un hecho que ha indignado, que marca frustración, que ha marcado enojo en amplios sectores de la sociedad”. En realidad, lo que provocaron fue la burla de muchos por la incapacidad gubernamental y la sospecha de los más ante la posible complicidad de las más altas esferas del poder político con el narcotraficante otra vez prófugo. Ese mismo día, el comisionado nacional de Seguridad, Monte Alejandro Rubido García; el comisionado general de la Policía Federal (PF), Enrique Francisco Galindo Ceballos, y el secretario técnico de la Conferencia Nacional de Secretarios de Seguridad Pública, Fernando Schütte Elguero, tuvieron un encuentro con los titulares y representantes de las secretarías de Seguridad Pública de los 31 estados del país y del Distrito Federal para establecer una estrategia común.

Ante la prensa, Peña Nieto recurrió a los mismos lugares comunes que a lo largo de la semana habían repetido el secretario de Gobernación y el comisionado nacional de Seguridad: para la recaptura del Chapo Guzmán el gobierno aplicará “todo el peso de la ley”. En contraste, su gobierno rechazó la propuesta de asistencia táctica, de inteligencia, tecnológica y humana de Estados Unidos para recapturar al criminal, según versiones difundidas por The New York Times el miércoles pasado y que están en sintonía con la negativa de México a extraditar al Chapo, pese a que el propio presidente Barack Obama le dijo a Peña Nieto que ese tema era una prioridad para Estados Unidos. En contraste, no existe ninguna versión pública del proceso penal al que debía estar sujeto antes de su fuga.

La política de indecisiones y ocurrencias de Peña Nieto ha servido no sólo para sobredimensionar el poder real del Chapo Guzmán y la percepción popular que de él existe, convertido en una suerte de leyenda urbana en los territorios controlados por los cárteles de la droga. Ahora es una estrella de las redes sociales desde una cuenta en Twitter que se le atribuye como personal y que al momento de redactar este texto contaba con más de medio millón de seguidores (entre ellos, muchos periodistas).

La cuenta está abierta desde junio de 2012. El tuit del 20 de febrero de 2014, dos días antes de su captura más reciente, parece sacado de un libro de autoayuda: “A mí me gusta lo difícil porque lo fácil lo hace cualquiera”. Luego, silencio. Pero el 4 de abril se reactivan los tuits, que ya no se detienen sino hasta el 13 de julio, tres días antes de una supuesta huelga de hambre de casi un millar de reos organizados por el propio Chapo y por el narco Edgar Valdez Villarreal, “La Barbie”, quien fuera primero su aliado y después su enemigo, al que reencontró en el Penal de Máxima Seguridad del Altiplano: “Los corridos no generan violencia, al contrario, la violencia genera corridos. Los corridos son historias cantadas que nadie se anima a contar”.

Desde entonces, los posteos desde @ElChap0Guzman continúan sin interrupción. El 12 de julio, horas después de la fuga, un tuit celebra: “No hay jaula para este chapo tan grande”, una surte de juego de palabras (chapo significa petizo), con 3491 retuits y 6648 favoritos hasta el día de ayer. El siguiente tuit hace referencia a las supuestas cuentas de sus hijos: @_AlfredoGuz man_ e @lvanArchivaIdo, a quienes insinúa como responsables de su escape de prisión.

Como en un duelo de credibilidad, la supuesta cuenta del Chapo reta al presidente Peña Nieto y le pega no sólo en el orgullo, le restriega la capacidad del crimen organizado para desplazar al Estado, como lo ha hecho en muchas zonas del país: “Y tú @EPN no me vuelvas a llamar delincuente por que yo doy trabajo a la gente no como tú pinche gobierno corriente”, dice uno de los primeros tuits del día después de la fuga, que alcanza 8946 retuits y 21402 favoritos.

La imagen de Peña Nieto no inició su caída hace una semana. En diciembre del año pasado, la revista The New Yorker consideró que el más claro ejemplo de corrupción en México “es el propio presidente de la república”, en alusión a los conflictos de interés que estallaron en escándalo por la propiedad de mansiones multimillonarias regaladas por contratistas favorecidos desde sus tiempos como gobernador del estado de México. El texto de New Yorker se titula “Crisis en México: Una Revolución Infrarrealista”, y resultó premonitorio: es paradójico que el Chapo se fugue de prisión cuatro días antes del duodécimo aniversario de la muerte del escritor chileno Roberto Bolaño, quien junto con el poeta mexicano Mario Santiago hizo resurgir el infrarrealismo aquí en la Ciudad de México, en 1975.

México, el país surrealista que deslumbró a André Bretón, acogió en los 40 al poeta Roberto Matta, expulsado del movimiento surrealista. El chileno fundó en respuesta el infrarrealismo. Cuarenta años después de que Bolaño llegara a México y reavivara esa corriente, este país vive lo que el propio novelista fallecido en Barcelona describió como “realismo visceral”. Aquí, el mercado de la muerte está al alza desde que empezó este siglo y se fermenta en un sistema anquilosado, autoritario, antidemocrático y ajeno, distante de la sociedad a la que no sirve ni protege.

¿Cuántos criminales existen en México? ¿Cuántos Chapos se incuban en este momento a la sombra de la leyenda urbana de un solo criminal capaz de pasar por encima del Estado mexicano, de sus instituciones y de su sociedad? ¿Hasta dónde penetra en el imaginario colectivo la figura del antihéroe en que se ha convertido el Chapo y qué tanto socava la viabilidad misma de México como nación?

Cuando la administración de Peña Nieto califica la fuga del Chapo como una traición desde su propio gobierno –de funcionarios menores, claro está, como a los que ha despedido–, en realidad reconoce los varios niveles de un problema que los rebasó desde siempre: de entrada, es un problema estructural que subraya la debilidad del Estado ante el narcotráfico, en particular, y el crimen organizado, en general. La inexistencia del estado de derecho, expresada en una Justicia que es sólo para muy pocos, ha generado además un problema cultural manifiesto en prácticas sociales arraigadas hasta la tradición, porque es ahí donde encuentran salida a sus aspiraciones de movilidad social.

Pero sobre todo, es un problema de Estado... y el problema es que el Estado es el problema. México es un Estado debilitado, carcomido por la corrupción y en acelerado proceso de descomposición.

Mientras tanto, Peña Nieto gobierna un país de ficción más en sintonía con los aforismos de la seguramente falsa cuenta Twitter del Chapo Guzmán. Por lo menos, corresponde al último trino que alcancé a ver ayer: “Los problemas son como los pendejos, si les haces mucho caso se agrandan”.


Domingo, 19 de julio de 2015

   

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