La crisis pone en entredicho el liderazgo mundial de EE UU CRISIS DE EE.UU Los congresistas abandonan el Capitolio tras la votación. El Congreso vota al final de la noche un acuerdo que devuelve por unos pocos meses la tranquilidad presupuestaria, pero eso no despeja las dudas creadas sobre la gobernabilidad de la mayor potencia internacional
La larga y grave crisis presupuestaria, resuelta anoche con un pacto de última hora que solo alarga los plazos hasta el siguiente duelo, ha debilitado el liderazgo internacional de Estados Unidos y ha dado argumentos a quienes apuestan por un mundo multipolar en respuesta al inminente declive norteamericano. Si la potencia que debe garantizar la estabilidad económica mundial tiene en vilo al resto de las naciones cada tres meses, si el líder que debe proveer seguridad a sus aliados está maniatado por sus problemas internos de gobernabilidad, esta crisis puede acabar siendo la señal de alarma sobre la necesidad de cambios más profundos.
Después de varias semanas de tiras y aflojas, votos y más votos, negociaciones y acusaciones de todo tipo entre republicanos y demócratas, entre el Congreso y la Casa Blanca, el Senado y la Cámara de Representantes votaron anoche una ley que permite elevar el techo de deuda solo hasta el 7 de febrero y extender el presupuesto para reabrir la Administración federal hasta el 15 de enero. Eso garantiza un comienzo del próximo año de nuevo envuelto en urgencias y peligros sobre la situación presupuestaria en EE UU. Ya se vivieron angustias similares en el verano de 2011 y en la Navidad de 2012. ¿Hasta cuándo puede esto continuar? ¿Qué solución tiene?
El sistema norteamericano se caracteriza por una estricta división de poderes y por la existencia de numerosos instrumentos de contrapeso para evitar los abusos. El Congreso tiene el control de la elevación del límite de deuda para asegurarse de que el Gobierno gasta exactamente lo presupuestado. Su aprobación ha sido durante décadas oportunidad para que cada partido plantease sus demandas y cada cual dejara oír su voz. Cuando era senador, Barack Obama votó en contra de elevarle el techo de deuda a George W. Bush, aunque más tarde confesó su arrepentimiento.
Esas negociaciones, que solían afectar a asuntos menores, se han ido resolviendo siempre sin mayores tensiones y sin que siquiera trascendieran a la opinión pública. Hasta que el Tea Party mandó parar. Hasta que el Tea Party llegó a Washington con la voluntad de aprovechar cada ocasión para impulsar su radical programa de reformas. En esta ocasión, lo que pedía para evitar la suspensión de pagos era nada menos que acabar con la reforma sanitaria de Obama, el programa emblemático de su presidencia.
El modelo de crear contrapesos de poderes y de favorecer a las minorías ha funcionado mientras esos poderes y esas minorías compartían un visión similar sobre sus responsabilidades institucionales. Pero ha quedado en entredicho cuando el futuro del país quedaba pendiente de que un solo senador del Tea Party decidiera si bloqueaba la votación del acuerdo alcanzado por la inmensa mayoría o cuando la influencia y la capacidad de intimidación de la minoría del Tea Party en la Cámara de Representes anulaba las funciones del propio presidente de ese órgano.
Esas anomalías, que tienen explicaciones históricas y se corresponden con una determinada evolución de la sociedad norteamericana y de su sistema político, han confluido en esta crisis para llevar a EE UU a las puertas de la catástrofe económica y del ridículo internacional. Las consecuencias económicas han sido largamente enumeradas y son obvias: si una gran nación amenaza con no pagar sus deudas solo puede provocar desconfianza y turbulencias de similares proporciones.
Pero son aún peores y más profundas las consecuencias políticas. Durante este periodo de crisis, Obama tuvo que ausentarse de una cumbre, donde cedió el protagonismo a China, y cancelar viajes a cuatro países de Asia, un territorio vital para la seguridad y la expansión económica de EE UU, probablemente el espacio en el que se disputa el liderazgo de la segunda mitad de este siglo.
Aunque comenzó el deshielo con Irán, esta crisis con el Congreso ha servido para recordar los obstáculos que el presidente va a encontrar cuando necesite la aprobación parlamentaria para uno de los pasos imprescindibles de cara a la plena normalización con el régimen islámico: el levantamiento de las sanciones.
La crisis presupuestaria ha relegado a un segundo plano una apuesta tan fundamental de Obama como la reforma migratoria, que ya había sido aprobada en el Senado con la inclusión de una vía para la legalización de más de 11 millones de inmigrantes indocumentados, y ha dejado tan exhausta a la clase política que se hace casi imposible pensar en una agenda relativamente ambiciosa de cambios en todo lo que queda de presidencia.
En las situaciones límite se obtienen, en ocasiones, los resultados que se resistían en condiciones de tranquilidad. No se puede descartar que esta crisis actúe como catalizador del amplio acuerdo presupuestario que ha sido imposible durante años. Todo indica que el Tea Party saldrá derrotado y que el Partido Republicano tendrá que poner orden en sus filas para recuperar el papel que ha tenido siempre en este país. El partido de Lincoln no puede convertirse en el partido de Ted Cruz.
Pero todo eso sería obvio si el Tea Party fuese una fuerza política convencional y si existiese en el Partido Republicano una cabeza capaz de convocar a las mayorías, lo que en ningún caso ocurre. El Tea Party no es de este mundo. El Tea Party celebró el pasado fin de semana una concentración en la que le pedía a Obama que “pliegue su Corán y se largue de aquí”. Si alguien lo controla, ese alguien no tiene un escaño en Washington. John McCain, un representante del viejo orden en el Partido Republicano, confesaba ayer con dolor: “Los republicanos tenemos que admitir que hemos perdido esta batalla”. Pero hasta ahí llega McCain. Es útil como voz discrepante, como referencia moral, incluso, pero ya perdió unas elecciones y ha perdido casi toda influencia dentro de su partido desde entonces.
El final de esta crisis puede ser solo el comienzo de otra aún más difícil de resolver.
Por Antonio Caño | Washington.
Jueves, 17 de octubre de 2013
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