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POR CABIESES DONOSO
Hombrecitos y mujercitas en la historia de Chile
Una minoría gobierna Chile desde hace 200 años, salvo el breve periodo de revolución democrática que encabezó el presidente Salvador Allende.


El 18 de septiembre de 1810 Chile se declaró independiente de la Corona de España. Falso: la independencia solo se declaró el 12 de febrero de 1818, después de varios golpes de Estado, una guerra civil y la guerra patriótica con ayuda argentina contra el Imperio español.

“Las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Artículo 1° de la Constitución Política de Chile (24/10/1980). Falso: los chilenos se dividen entre hombres y mujeres que disfrutan del trabajo ajeno y “hombrecitos” y “mujercitas” que trabajan para ellos. No son iguales en dignidad y derechos.

En la cima de la pirámide de clases están los 85 mil burgueses, los 156 mil cuadros directivos del sistema y los 23 mil funcionarios de la clase dirigente estatal. Esto es menos del dos por ciento de la población.

Luego están las tres millones 470 mil de las clases medias y los tres millones 300 mil de la pequeña burguesía tradicional, los 872 mil funcionarios públicos y los ocho millones 200 mil miembros de la clase obrera, casi un millón de la servidumbre doméstica y 21 mil de la población marginal. (1)

Para las clases altas de la sociedad chilena los “hombrecitos” y “mujercitas” son los que en fiestas patrias bailan cuecas (pero sobre todo cumbias y rancheras), comen empanadas y anticuchos y se emborrachan con chicha y pipeño para celebrar el falso aniversario de la independencia. Un masivo embotamiento para olvidar la triste realidad individual.

Para la burguesía y sus conmilitones en la lucha de clases, “hombrecitos” y “mujercitas” -es la forma paternal en que se refieren a ellos- son los encargados del trabajo asalariado que forja las grandes fortunas. Son los obreros y obreras, los funcionarios de las tareas burocráticas, trabajadoras y trabajadores domésticos, los técnicos de faenas que solucionan los problemas del diario vivir.

Para hombrecitos y mujercitas no alcanzan la dignidad y derechos que la Constitución promete a los chilenos. Ellos son instruidos a medias para someterlos a la ignorancia y a la despolitización. Menos del diez por ciento de los hijos de la clase obrera alcanzan estudios universitarios.

El 58 por ciento de la fuerza de trabajo obrera solo tiene nivel de educación secundaria, en tanto el 50 por ciento de la fuerza de trabajo burguesa posee nivel de educación universitaria. Los cuadros directivos del sistema alcanzan al 65 por ciento de ese nivel de educación.

Cerca de un tercio de la clase obrera se sitúa por debajo de la línea de pobreza aunque los mayores niveles de pauperismo afectan a la pequeña burguesía tradicional y a la servidumbre doméstica. Mientras el ingreso promedio de la burguesía supera los dos millones 400 mil pesos, el de la clase obrera solo llega a los 407 mil y la servidumbre doméstica a la mitad. El economista francés Thomas Piketty se ha sumado recientemente a quienes afirman que Chile es el país más desigual del mundo.

Una minoría gobierna Chile desde hace 200 años, salvo el breve periodo de revolución democrática que encabezó el presidente Salvador Allende. Sus instrumentos son los presidentes, ministros, parlamentarios, jueces, militares y policías. Los amos de Chile, salvo Sebastián Piñera, no aparecen en primer plano. Tienen sus hombrecitos y mujercitas en las instituciones del Estado y estos cumplen su misión con lealtad perruna.

Son los fantoches de la comedia republicana que Chile padece desde hace dos siglos. Es la minoría que gana más de 15 millones de pesos mensuales pero que impone un salario mínimo de 288 mil pesos a los hombrecitos y mujercitas de la plebe.

La tarjeta de crédito y el consumismo no alcanzan a ocultar la tragedia social de la pobreza aunque esta hoy sea con televisión por cable y electrodomésticos.

La explotación irracional de los recursos naturales y de la mano de obra camina arrolladora. Es un huracán que deja a su paso devastación de aire, mar y tierra, y que agrede la salud de la población. Es la experiencia vivida en estos días patrioteros por los habitantes de Quintero, Ventanas y Puchuncaví, afectados por la contaminación del aire que producen las industrias que operan en la región.

Es la realidad que vive Antofagasta con registros mundiales de cáncer producido por la “nube negra” del polvillo minero y por el agua con arsénico. Esa rica región (más grande que la isla de Cuba, que ostenta los más altos índices de salud y educación del mundo), padece la sombría pobreza compañera del desarrollo brutal de la economía neoliberal.

En la minería de Antofagasta están los salarios más altos del país pero también el aire y el agua más contaminados y la vivienda más miserable. En los últimos diez años los campamentos han aumentado de 19 (632 familias) a 60 (6 771 familias). La fundación jesuita Techo-Chile señala que en el 2011 había 27 mil familias en el país viviendo en campamentos. Para el 2018 alcanzan a 43 mil (unas 720 mil personas). (2)

Revisar Chile región por región muestra la misma realidad. Ya se trate de la minería, la industria forestal y celulosa, la pesca y salmonicultura, la energía eléctrica, la fruticultura, etc., la destrucción medioambiental y sus efectos sobre la salud y calidad de vida de las personas dejan al descubierto la brutalidad del modelo económico.

Sin embargo, hombrecitos y mujercitas somos millones. Algún día conquistaremos la verdadera y definitiva independencia que traerá justicia social a nuestra patria. A diferencia de 1818, en que la independencia formal fue una conquista de hacendados, banqueros y comerciantes, esta vez será una conquista de los trabajadores.

De esto no cabe duda, pero no hay que sentarse a esperar que llegue la hora. La independencia política, social, económica y cultural se construye desde ahora, desde abajo, en mil batallas, por millones de hombres y mujeres conscientes de sus derechos.


Miércoles, 19 de septiembre de 2018

   

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