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POR STEINSLEGER
Brasil y la derecha de Dios
Neopentecostales y liberales “neo” comparten credo e ideología: la “teología de la prosperidad”. Cuyo mensaje (o “evangelio”), consiste en asegurar que el rico entrará en el reino de los cielos, y el resto tendrá que comulgar (entre otros que preparan su discurso) con “pastores”, como el presidente electo de Brasil, Jair Messias Bolsonaro.


Ahora bien: si el neoliberalismo es a la economía lo que los organismos genéticamente modificados a la biología, cabe reparar en la crítica de líderes evangelicos que sostienen el Consejo Latinoamericano de Iglesias, que en el neopentecostalismo advierten “idolatría”, “irresponsabilidad” y mensajes ajenos a “las Escrituras”.

Una problemática poco liviana y de fuerte espíritu bizantino que empezó hace 501 años, cuando Martín Lutero clavó en las puertas de la iglesia de Wittenberg las 95 tesis que partieron la cristiandad en dos, denunciando a la Iglesia romana por vender pasajes al cielo, entre otras “indulgencias”.

Por ende, nos limitaremos a señalar los cuatro rasgos distintivos del neopentecostalismo, punteados por el investigador y sociólogo Javier Calderón Castillo:

1. Postura ultraconservadora en relación con la familia, y restrictiva de las libertades sociales.

2. Abierto defensor del neoliberalismo y la sociedad de consumo.

3. Gran capacidad económica ligada al “aporte-convicción” de sus feligreses.

4. Despliegue mediático a partir de sus propias emisoras, canales de televisión y redes sociales.

Desde mediados del decenio de 1970, neoliberales y neopentecostales comparten intereses y operan en los países latinoamericanos como vasos comunicantes: los unos, socavando la confianza del pequeño y mediano empresario liberal en las instituciones del Estado, y los otros predicando la referida “teología” o “evangelio de la prosperidad”, en la que la bendición financiera depende de Dios, y que las donaciones a causas religiosas aumentan la riqueza material propia.

Las formas “ultras” del evangelismo recibieron luz verde del presidente Ronald Reagan (1981-89), cuando nombró al popular “telepredicador” Patrick Buchanan en la Dirección de Comunicaciones de la Casa Blanca. Buchanan exhortaba por televisión a los ciudadanos con gritos de “amén” y “vivas al Señor”, mientras Pat Robertson (otra estrella neopentecostal) anunciaba su posible candidatura al Partido Republicano.

A través de la televisión, satélites, cable y videos, la “Iglesia electrónica” (conducida por personajes como Billy Graham y Jimmy Swaggart) reforzó sus ingresos con generosos y abundantes apoyos publicitarios, llegando a 40 millones de hogares que intoxicaban con discursos apocalípticos y rabiosamente anticomunistas. El programa de mayor sintonía fue el Club 700, en el que Robertson pedía a 700 espectadores donar 10 dólares por mes, a cambio de una bendición en su nombre.

Simultáneamente, un grupo de think-tanks alineados con la política conservadora de Reagan, publicaba el primero de los Documentos de Santa Fe (1980), un manojo de análisis geopolíticos que abarcaban el mundo entero, respaldando la cruzada anticomunista de Juan Pablo II en Europa del Este, y contra los “teólogos de la liberación” que en América Latina optaban por los pobres, inspirándose en la encíclica Pacem in Terris, de Juan XXIII, y los grandes debates del Concilio Vaticano II (1962-65).

En ese contexto, el brasileño Edir Macedo (1945, de origen católico), fundó la “Iglesia Universal del Reino de Dios” (IURD, 1977), cuya primera sede funcionó en una antigua funeraria de Río de Janeiro. De origen católico, Macedo empezó su carrera como cajero de la Lotería (1963).

Cuarenta años después, la IURD (o “Universal”) tenía más de 30 millones de fieles, templos en 200 países (en México, los “pare de sufrir”), 50 estaciones de televisión, más de 100 estaciones de radio, dos periódicos, dos imprentas, dos editoriales, un moderno estudio de grabaciones, una agencia de turismo, una compañía de seguros y el semanario Folha Universal, con una tirada de un millón 800 mil ejemplares, distribuidos gratuitamente.

Según el sociólogo Valdemar Figueiredo Filho, de la Escuela Superior de Propaganda y Marketing de Río, “las iglesias evangélicas instauraron una política de comunicación a prueba de todo, utilizando la industria del entretenimiento. […] Al empezar, los pastores tienen un templo, luego una radio, un canal de televisión, una discográfica. Cada actividad alimenta a la otra y su notoriedad aumenta” (Lamia Oualalou, “El poder evangélico a la conquista de Brasil”, en Le Monde Diplomatique, Ed. Cono Sur, octubre de 2014).

Agrega: en 2002, cuando Lula intentó por cuarta vez acceder a la presidencia, eligió al millonario evangelista José Alencar como vicepresidente. Y el 31 de junio de 2014, Dilma Rousseff asistió a la inauguración del faraónico templo de Salomón de la IURD en Sao Paulo, junto con lo más granado del establishment político del país.


Miércoles, 14 de noviembre de 2018

   

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