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POR EMIR SADER
Del régimen de excepción al estado de excepción
La continuidad democrática en Brasil se rompió con el golpe del 2016, que sacó del gobierno, de forma espuria, sin ningún argumento jurídico, una presidenta recién reelegida por el voto popular, bajo la mirada complaciente y cómplice del Judiciario. En ese momento empezaba a imponerse un régimen de excepción en Brasil, bajo el argumento de que pasaba a combatir el mal mas grande del país, la corrupción, protagonizada por personajes tan poderosos, que era necesario utilizar métodos de excepción, para tener éxito en ese combate. Es lo que ha hecho la operación Lava Jato, cometiendo todo tipo de arbitrariedades, ya naturalizadas como forma sistemática de persecución política en contra de la izquierda, por la judicialización de la política o lawfare, por las acciones arbitrarias de la policía y del ministerio público, por la condena y prisión sin pruebas ni fundamento jurídico.


Estos mecanismos han caracterizado la nueva forma de golpe - promovida por la guerra híbrida, la nueva estrategia da la derecha -, centrada en un Congreso elegido por el poder del dinero, en el monopolio privado de los medios –que reivindican el derecho de destruir públicamente reputaciones–, y de un Judiciario activo en la persecución política y pasivo en la protección del Estado de derecho y de la democracia. Como un elemento de fuerza, esa nueva forma de golpe mantiene la apariencia de institucionalidad bajo la cobertura cómplice del Judiciario. Pero su debilidad es que para mantener la apariencia de legalidad institucional, debe permitir elecciones.

Las elecciones se han vuelto un martirio para los regímenes políticos en los que el modelo neoliberal se ha generalizado, desde la derecha tradicional hasta la extrema derecha, pasando por la vieja izquierda del siglo XX, en particular la social democracia. Ese consenso condena a esos gobiernos a una rápida perdida de apoyo popular, al pánico cada vez que se acercan las elecciones. Porque, de una u otra forma, esos son momentos en los que ya no tienen vigencia los consensos restringidos entre las elites, entre los formadores de opinión mediante los medios monopólicos. Es un momento en el que la población pasa a dar su palabra, a decidir si el gobierno seguirá dirigiendo el país o será sustituido por otro.

Las elecciones de este año en Brasil son paradigmáticas de las formas de acción a la que la derecha echa mano para impedir que el consenso antineoliberal se imponga o se vuelva a imponer. Durante la campaña el programa de prioridades de las políticas sociales colocó en riesgo la victoria de la derecha, aún después de la exclusión de Lula de la disputa electoral. En ese momento se desató una gigantesca y escandalosa campaña de fake news, difundidas por millones de robots, para desplazar los temas sociales, que ocupaban el centro de la campaña, para instalar los temas de la corrupción, la inseguridad y la agenda moralizadora, forjada mediante imágenes falsas en contra de las movilizaciones de las mujeres y en contra del mandato de Haddad como ministro de educación. (Una de las mas difundidas era la foto de un biberón con el órgano sexual masculino, como si el ministerio de educación lo hubiera distribuido en las escuelas para los niños.) La combinación de esos dos factores –la agenda de la derecha y sus formas de implementación– han llevado a la derrota de la izquierda y a la victoria de un candidato de ultra derecha.

Esa victoria no surge simplemente como el cambio de un gobierno antineoliberal hacia un gobierno neoliberal, como fue el paso del gobierno de Dilma hacia el gobierno de Temer, sino la formalización de un nuevo régimen, que venía esbozándose desde el golpe del 2016. Es una trasformación que es más que una simple instauración de un régimen de excepción. La derecha necesita blindar al Estado, de forma que la izquierda no pueda volver a gobernar a Brasil. Sacan lecciones de cómo la victoria de la izquierda, en 2001, introduce un gobierno que rápidamente gana apoyo popular, tendiendo a vencer sucesivamente en las elecciones, como sucedió cuatro veces seguidas en Brasil.

Es necesario, para la derecha, evitar que ello vuelva a ocurrir. En primer lugar, tomando preso, condenando y sacando de la campana electoral a Lula. Es que Lula representa, de forma más directa, presente en la memoria y la conciencia del pueblo, a gobiernos que priorizan las políticas sociales y a los derechos de toda la población, empezando por el derecho al empleo, al salario, a la educación, a la salud.

En segundo lugar, la derecha debe sistematizar la persecución política de la izquierda y sus líderes, de sus partidos, de los movimientos sociales. Sin su eliminación, o por lo menos su neutralización, la derecha no puede perpetuarse en el gobierno. Pero los gobiernos que existen para perpetuar el modelo neoliberal, tienden a perder rápidamente el apoyo popular, como ha ocurrido con los gobiernos de Temer y de Macri, y tenderá a ocurrir con el próximo gobierno en Brasil liderado por Jair Bolsonaro (foto). Por ello necesitan blindar al gobierno y al Estado, haciendo imposible el acceso de la izquierda.

Para ello, tratarán de controlar al sistema político, con medidas como el fin del voto obligatorio, el voto distrital, eventualmente formas de parlamentarismo, medidas que dificulten o impidan la actuación parlamentaria de la oposición, criminalizando a los movimiento sociales bajo el pretexto de que atentan en contra del derecho de propiedad, además de la sistematización de la judicialización de la política y de la persecución jurídica, instalada en el centro del accionar de gobierno, penetrada por los métodos y el personal de la causa Lava Jato

La izquierda tardó en valorar la cuestión democrática. Tuvo que hacerlo, a la fuerza, con la instauración de la dictadura militar, y más aún todavía cuando el camino insurreccional se ha vuelto inviable. Aunque limitados, los espacios democráticos han permitido que la izquierda los ampliara y finalmente triunfara, con un programa antineoliberal, en el caso de Brasil, en cuatro elecciones presidenciales sucesivas. Ahora la derecha pretende cerrar esa posibilidad, desmoralizando a la democracia, haciendo que la izquierda no se pueda constituir como alternativa de gobierno.

Aún en esas condiciones, un abandono de la lucha democrática sería un suicidio para la izquierda. Por pequeños que sean esos espacios, hay que valerse de ellos, para ensancharlos, darles consistencia, porque la vía de la izquierda es la vía democrática. De ahí la necesidad de una lucha intensa, permanente, para impedir que se instale un Estado de excepción y para que retroceda el régimen de excepción. Si no, de nada sirve tener un programa antineoliberal, que rápidamente vuelva a sensibilizar a la masa de la población, si ese programa no se transforma en alternativa política con posibilidad de volver a conquistar el gobierno.

Combinar la lucha por los derechos sociales de todos y la resistencia democrática, encontrar, de forma creativa las modalidades para articular las dos, luchas para impedir el cierre de todos los espacios para la lucha popular y democrática, es la clave para impedir que un Estado de excepción se instale en Brasil y bloquee todos los caminos para que la lucha popular y de masas permita retomar la vía de nuevas victorias de la izquierda y del movimiento popular en Brasil.


Miércoles, 12 de diciembre de 2018

   

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