Martes, 26/11/2024   Paso de los libres -  Corrientes - República Argentina
 
POR LUZZANI
Dos caras de América Latina
Las asunciones de AMLO y Bolsonaro plantean acaso un desafío. Mientras Latinoamérica se derechiza a paso firme y decidido, estrenando presidente extremista en su principal economía, el fin del ciclo neoliberal en México despierta la ilusión del progresismo regional.


México y Brasil han dado un giro copernicano en sus políticas y fuerzan a un reordenamiento del tablero regional. De las elecciones presidenciales en esos países surgieron dos fuerzas ideológicas opuestas que conmueven los cimientos de la actual política latinoamericana.

Una corporiza la fuerza regenerativa que cíclicamente renace en la región (eso significa Morena, Movimiento de Regeneración Nacional, el partido del mexicano Andrés Manuel López Obrador). El triunfo de AMLO desplazó el eje progresista de Sudamérica hacia el Norte, hasta el límite con Estados Unidos.

La otra es una construcción nueva que responde a los requerimientos de Occidente en la actual etapa geopolítica del mundo y que se materializó en el gobierno cívico-militar del brasileño Jair Messias Bolsonaro (Partido Social Liberal, de ultraderecha), explícitamente xenófobo y macartista, cuyas primeras medidas de gobierno ponen en cuestión la existencia misma de la democracia, una conquista que, en América del Sur, se creía irreversible.

Como se dijo, esto se produce en el marco de una reconfiguración global que, por estar en marcha, es transitoria y confusa, pero que ya deja ver ciertas pistas. Algunas de las características en Occidente son el agotamiento de la actual fase neoliberal, la desglobalización y el retorno al nacionalismo político y económico. Por otra parte, EE.UU. siente amenazada su hegemonía por dos potencias en alza –Rusia y China, por el momento aliadas–, lo que incrementa su necesidad de fortalecerse en nuestra región, de actuar por encima de las leyes internacionales y de buscar salidas belicistas.

AMLO, que tiene como referentes a los ex presidentes revolucionarios Benito Juárez, Francisco Madero y Lázaro Cárdenas, apuesta a la fuerza transformadora de la historia. Bolsonaro aparece encabezando la derecha regional, hoy hegemónica, en la versión colonizada y dependiente que exige la mencionada recomposición geopolítica a escala global. El actual mandatario de Brasil, lejos de identificarse con el pasado democrático, considera que sus antecesores no militares (José Sarney, Fernando Collor de Mello, Fernando Henrique Cardoso, Lula da Silva y Dilma Rousseff, es decir, todos los presidentes democráticos de los últimos treinta años) son “ateo-comunistas”, y él se propone poner fin a esa etapa de la historia del país.

Por otra parte, tanto Bolsonaro como López Obrador tendrán su primer año de mandato en un 2019 particular, cruzado por comicios presidenciales con posibilidad cierta de giro político en la Argentina, Bolivia, Uruguay y El Salvador.

VENEZUELA DIVIDE LAS AGUAS

¿Puede México, un país desconectado económica y culturalmente del Sur, tutelar un nuevo eje popular latinoamericano? ¿Bolsonaro moldeará a la derecha regional con un ropaje ideológico despojado de los disimulos que usan los presidentes de la Argentina, Mauricio Macri, y Chile, Sebastián Piñera?

Diana Tussie, directora del Área de Relaciones Internacionales en Flacso Argentina, directora de la Red Latinoamericana de Política Comercial e investigadora superior del Conicet, y Alejandro Frenkel, doctor en Ciencias Sociales y profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Nacional de San Martín, analizaron para Caras y Caretas estos cambios sorprendentes.

“El gobierno mexicano seguramente liderará más los movimientos populares regionales que los gobiernos, en el sentido de que fijará un horizonte posible a las fuerzas progresistas”, opinó Tussie. “Digo esto, porque la mayoría de los gobiernos de América del Sur se han derechizado pero, sobre todo, porque México es parte de otro orden geopolítico ya que es una nación conectada en lo comercial con América del Norte y América Central. No veo a México marcando mucha atracción económica en Sudamérica. En los últimos 25 o 30 años el país de López Obrador viene siendo parte de otra unidad geoeconómica. Esto no objeta que ejerza algún tipo de influencia, por ejemplo, sobre el tema Venezuela, donde ya ha demostrado jugar un rol compensador contra la agenda intervencionista de Bolsonaro. Esa determinación es importante en las futuras discusiones que se den sobre el gobierno del presidente Nicolás Maduro. Pero no creo que México vaya a ejercer el tipo de influencia que tuvo, por ejemplo, el Brasil de Lula a inicios del siglo XXI.”

Tussie se refería a la embestida del llamado “Grupo de Lima” en los primeros días de 2019. Este grupo fue creado a instancias de Washington, en 2017, luego de los reiterados fracasos para destituir al gobierno bolivariano de Nicolás Maduro por la vía de la Organización de Estados Americanos (OEA). Hoy su objetivo es aumentar la presión y declararlo ilegítimo.

¿Cómo nació el Grupo de Lima? Luis Almagro, secretario general de la OEA, que milita abiertamente contra el proceso venezolano, llamó en reiteradas ocasiones al Consejo Permanente del organismo para lograr una sanción contra Caracas. Nunca obtuvo los votos suficientes. Entonces apeló a trucos y a graves irregularidades, como la denunciada el 3 de abril de 2017 por el presidente de Bolivia, Evo Morales. Ese día, Almagro llamó a sesión sin consultar con Bolivia, que tenía nada menos que la presidencia pro tempore de la OEA, y sin invitar a países que votarían en contra. Derrotada la vía OEA, EE.UU. instó a los catorce países bajo su subordinación a crear el Grupo de Lima.

El pasado 4 de enero de 2019, estos países se reunieron para firmar una declaración conjunta donde instaban a Maduro a no asumir, el 10 de enero, un nuevo mandato pues consideran que las elecciones de mayo de 2018 han sido ilegítimas (a pesar de que para los partidos venezolanos opositores y para los delegados internacionales, como el ex presidente español José Luis Rodríguez Zapatero, fueron correctas). Maduro ganó con el 67,84 por ciento de los votos.

La cumbre de Lima marcó el primer sismo entre el nuevo México y el grupo de gobiernos conservadores de derecha de la región. El delegado Maximiliano Reyes Zúñiga informó que AMLO había decidido seguir los principios rectores de la política exterior establecidos en la Constitución mexicana: el respeto a la autodeterminación de los pueblos; la solución pacífica de controversias; el respeto, protección y promoción de los derechos humanos, y la no injerencia en asuntos internos de otros países. A diferencia de lo que acostumbraba a hacer el gobierno anterior de Enrique Peña Nieto, AMLO se abstuvo de opinar sobre la legitimidad del gobierno de Venezuela.

Alejandro Frenkel coincidió con que existe una “valla” geopolítica que separa a México de Sudamérica y auguró que la voz de AMLO será gravitante para contrarrestar la ofensiva contra Venezuela con la que Bolsonaro, seguramente, buscará hacer una marca de liderazgo regional. “López Obrador ha manifestado que la política exterior no es su prioridad. No debemos esperar un presidente mexicano muy activo e inmiscuido en los temas regionales: su perfil diplomático será más bien moderado. Veo, no obstante, a Brasil y México discrepando mucho sobre la cuestión Venezuela. Por empezar, AMLO invitó a Maduro a su asunción, algo que no hizo Bolsonaro. Y de hecho vimos, los primeros días de 2019, en la reunión del Grupo de Lima, que México va a ser muy importante en la región para rechazar la idea de una intervención o de aislar cada vez más a Caracas”, subrayó.

Como advirtió la científica política y profesora de la Universidad Federal de Río de Janeiro, Mónica Bruckmann, una intervención en Venezuela es muy riesgosa para toda la región. “Una aventura política y militar de este tipo significa una potencial desestabilización de magnitudes gigantescas. Puede ocasionar una ruptura del equilibrio regional de consecuencias impredecibles. En mi opinión, es uno de los errores más graves del nuevo gobierno de Brasil.”

¿REFUNDAR O DESTRUIR?

Bolsonaro ha proclamado que quiere refundar Brasil. Para lograrlo va a aplicar un neoliberalismo extremo y a demoler uno de los grandes activos del país: su diplomacia.

La política exterior brasileña, ejercida por Itamaraty –como se denomina a la cancillería, famosa globalmente por su alta profesionalidad–, se caracterizó por el ejercicio de la multilateralidad, un difícil equilibrio para un país con las dimensiones de Brasil y las asimetrías con sus vecinos. Durante la presidencia de Lula da Silva, la diplomacia dio un paso aún más importante al asumir un rol de jugador global sin dejar de ser un motor fundamental para la integración regional.

El ultraderechista Bolsonaro, aun antes de asumir, arrasó con toda esa tradición: menospreció a la Argentina; desinvitó a Cuba, Venezuela y Nicaragua a su asunción; puso en cuestionamiento la participación de Brasil en todo tipo de integración (Mercosur, Unasur y Celac); ofendió a China (principal socio comercial y de los Brics) tratándola de saqueadora y aproximándose a Taiwán, y anunció la mudanza de la embajada brasileña de Tel Aviv a Jerusalén (enojando a los países árabes, importantes importadores de carne brasileña, lo que podría perjudicar a uno de sus grandes contribuyentes y base de apoyo: los potentados del agronegocio).

En el plan escrito presentado por el nuevo gobierno, en el ítem titulado “El nuevo Itamaraty”, se advierte con el lenguaje anacrónico de la Guerra Fría que Brasil “no alabará dictaduras asesinas y dejará de despreciar o atacar democracias importantes como Estados Unidos, Israel e Italia”. En su discurso de toma de posesión, el presidente insistió en que “Brasil volverá a ser un país libre de las amarras ideológicas” y prometió una “sociedad sin discriminación”; no obstante, traza sus alianzas estratégicas únicamente basado en la ideología e inició su mandato persiguiendo opositores.

“Al expresar su afinidad ideológica con EE.UU., Israel y Chile, Bolsonaro declara su pertenencia a una –llamémosla así– ‘Internacional de la extrema derecha’”, afirmó Adriana Rossi, especialista en geopolítica del narcotráfico y conflictos armados y directora del Observatorio Geopolítico de los Conflictos. “En ese eje ascendente conservador también puede incluirse Hungría, país con el que históricamente Brasil no tuvo ningún tipo de vínculo. Pero, hoy, las coincidencias entre ambos presidentes de extrema derecha están impulsando una relación bilateral, que hasta ayer nomás parecía imposible.” Esto explica la presencia del primer ministro húngaro en la asunción de Bolsonaro.

Para Rossi, “hay un patrón común en estos gobiernos de derecha: en el nuevo esquema de dominación global prima el discurso nacionalista y también coinciden en que las ofensivas militares conjuntas de la naciente ‘internacional conservadora’ deben concentrarse en la zona caribeña latinoamericana y resignar Medio Oriente como teatro de operaciones. En ese esquema intervencionista contra el eje bolivariano, Israel aportaría tecnología de punta en armamento e inteligencia, un nicho donde el Estado ha construido una marca for export”.

Según la especialista, Bolsonaro junto a su hijo Carlos (muy influyente en la administración) y el vicepresidente, el controvertido general Hamilton Mourão, se reunieron con el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, en Brasilia. “No trascendió la conversación, pero al parecer, el deseo conjunto de tramar una ofensiva contra los gobiernos o movimientos populares regionales contrarios a la actual restauración conservadora fue uno de los ejes articuladores de la charla. Esa versión cobra lógica porque está en línea en las proclamas explicitadas contra los gobiernos de Nicaragua, Cuba y Venezuela en la cumbre de dominio público que tuvieron Jair Bolsonaro y el ex director de la CIA y actual secretario de Estado, Mike Pompeo, a mediados de diciembre de 2018 en EE.UU. A su vez, esa estrategia tiene una fecha de elaboración en 2001, la llamada Doctrina Cebrowski, en referencia a un almirante que en tiempos del ex presidente George Bush (hijo) dirigió un plan militar para atacar a los países no alineados con el esquema imperial financiero del siglo XXI. Esa doctrina es hoy reivindicada por Donald Trump porque precisamente ya manifestó su intención de retirar la presencia militar de Siria para poder reforzar el liderazgo de su país en América latina y así detener la influencia de China en la región. En esa cruzada, Trump tiene el acompañamiento de Brasil, Chile e Israel como aliados estratégicos.”

“Una aclaración –advirtieron tanto Adriana Rossi como Mónica Bruckmann–: no todos los integrantes de las Fuerzas Armadas de Brasil adhieren a la sociedad estratégica con Israel o al injerencismo militar contra Venezuela. Ese cortocircuito quizá pueda entorpecer a futuro algunas gestiones diplomáticas y comerciales iniciadas en las mencionadas rees.”

En cuanto a la alianza estratégica con Israel, además del pacto ideológico y “una narrativa común que apela constantemente a un tronco identitario religioso para justificar políticas agresivas en lo social”, Rossi observó “una continuidad en el área de negocios. En su apertura a los capitales extranjeros para promocionar el capítulo agroindustrial, fomentar los cultivos intensivos en zonas áridas o, incluso, promover proyectos para desalinizar agua en el nordeste brasileño, Bolsonaro encuentra en Israel a un socio. A su vez, el nuevo gobierno de Brasil entiende que esa oportunidad de negocios con Tel Aviv se extiende al área de seguridad y equipamiento militar. En ambos segmentos comerciales Israel es un gran competidor internacional”.

COINCIDENCIAS Y ANTINOMIAS

Curiosamente, los nuevos presidentes de las dos mayores economías de América latina, ambos de enorme riqueza étnica y cultural, tienen algunas “coincidencias”.

Ambos han surgido de partidos no hegemónicos: Morena (López Obrador) y el Partido Social Liberal (Bolsonaro). En ambos países, con estas elecciones de 2018, quedó en evidencia la descomposición de los partidos tradicionales. Pero la gran diferencia es que Bolsonaro fue elegido en el marco de una enorme ilegalidad (el candidato con mayor preferencia de votos –Lula– fue encarcelado y proscripto y los comicios se realizaron en el contexto de un gobierno de facto, el de Michel Temer), mientras que López Obrador triunfó en elecciones democráticas. Su antecesor, Peña Nieto, encabezó un gobierno democrático fracasado que ha empeorado todos los índices sociales y económicos. Según una investigación reciente, en 2018 hubo más de 28 mil asesinatos, casi 80 diarios, cometidos por el crimen organizado. El año pasado también fueron récord los asesinatos políticos, que aumentaron un 55 por ciento con relación a 2017. Se registraron 914 agresiones contra la integridad física y psicológica de políticos, entre ellas 159 terminaron en muerte, 112 dentro de la campaña electoral.

También convergen en dos de las banderas de su campaña: la lucha contra la corrupción y la preocupación por la migración. La gran diferencia es que mientras AMLO tiene uno de los gabinetes más honestos de México, a Bolsonaro y su gabinete los sobornos los salpican muy cerca. El jefe de gabinete, Onyx Lorenzoni, jefe de la cruzada “despetización” (persiguen y echan de los trabajos a todos quienes están sospechados de simpatizar con el PT de Lula), recibió dinero ilegal de la multinacional brasileña JBS, la mayor productora de carne bovina del mundo, según investiga la Procuraduría General.

Otra similitud es que ambos tienen décadas de trayectoria en la política. Bolsonaro como un legislador mediocre que, en casi treinta años en el Congreso, no logró ninguna acción destacada, salvo en 2017, cuando obtuvo la primera plana de todos los diarios con un exabrupto antidemocrático: jurar por el torturador de la entonces presidenta Dilma Rousseff durante el juicio ilegítimo que la sacó anticipadamente de la presidencia acusada de un delito inexistente (poco tiempo después el mismo Congreso de Brasil admitió que no había habido delito).

AMLO fue un exitoso alcalde de la ciudad de México (2000-2005), probó dos veces llegar a la presidencia y al menos en una ocasión –2006– fue objeto de un escandaloso fraude. Es la primera vez que en México llega a la presidencia de la nación alguien que fue alcalde de la capital.

Por último, Alejandro Frenkel sintetizó qué posturas tendrán los dos presidentes en las agendas hemisféricas más estratégicas. “López Obrador y Bolsonaro representan, en resumen, dos modelos económicos distintos. AMLO ha sido muy crítico sobre el modeloneoliberal, y Bolsonaro, al contrario, propone un programa basado en preceptos aperturistas: reducción del Estado; entrega de la seguridad, la salud y la educación a los privados; reforma jubilatoria, y privatizaciones de empresas estatales.”

“También van a diferir en sus posiciones en relación a EE.UU. en materia política, o de seguridad –continuó Frenkel–. López Obrador objeta el involucramiento de las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad interior. El presidente mexicano, en materia de lucha contra el narcotráfico, propuso crear un cuerpo nuevo, la Guardia Nacional, que tendrá sin embargo un componente castrense; parecería que busca, entonces, un esquema de transición en la guerra contra las drogas. Por su parte, Bolsonaro está mimetizado con la agenda antinarcóticos de Washington. En materia migratoria también los dos presidentes tienen miradas disímiles. El jefe de Estado brasileño posee un discurso más xenófobo. Pero, en ese punto, parten de realidades distintas. México está más permeado por ese tema porque aporta migrantes a los Estados Unidos y, por el contrario, Brasil es un país receptor.”

Difiere también la forma en que ambos llegaron al poder. AMLO, luego de varias tentativas, fue elegido masivamente por conocer muy bien México y ser un internacionalista experimentado. Es un político muy popular que resumió sus intenciones en el lema “Por el bien de todos, primero los pobres” y “Morena, la esperanza de México”.

Bolsonaro ganó con una campaña de diseño, construida con las últimas tecnologías comunicacionales; datos falsos (mentiras) y monumentales inyecciones de dinero provenientes de tres sectores poderosos pero disímiles: el agronegocio, las riquísimas iglesias neopentecostales y las multinacionales y finanzas globales.

Finalmente, la emergencia de estos dos focos antagónicos y potentes en México y Brasil nos llama a la reflexión. Sus propuestas nos demandan, más que nunca, una actitud comprometida y la conciencia de que, en los próximos meses y años, se juega el destino de la Argentina y de la Patria Grande.


Lunes, 11 de febrero de 2019

   

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