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Por Sami Naïr
EE UU usa la información para proteger su economía y el éxito depende de la pasividad de sus víctimas
El espionaje mundial que EE UU perpetra estos últimos años no debe tomarse a la ligera: es una estrategia de una gravedad excepcional, puesto que considera no solo a los adversarios del Estado americano, sino también a sus aliados, como enemigos. El hecho de que este espionaje se extienda —más allá de la tradicional colecta de información sobre datos estratégicos, armamentos, responsables de las principales fuentes del poder y los recursos tecnológicos y económicos— a los ciudadanos, a la vida privada de los jefes de Estado, revela una visión del mundo bien demencial, bien totalitaria.

Demencial si tomamos en serio el discurso del poder estadounidense, que se habría vuelto paranoico como consecuencia de los atentados del 11 de septiembre y que habría dado carta blanca a los servicios de seguridad para vigilar no solo sus ciudadanos, sino también a todo el planeta. Es decir, la Patriot Act de Bush extendido al mundo entero.

Totalitaria, puesto que el sueño de un poder que lo sabe todo sobre todos, capaz de amenazar y de manipular a cada uno, ha sido siempre el de los Estados despóticos, de los cuales los especímenes más temibles han sido los fascismos en Europa occidental y los estalinismos de los países del Este y en Rusia. Con sus medios tecnológicos ultramodernos, EE UU lleva a cabo este sueño mejor que los Estados dictatoriales del siglo XX. Se han convertido en los representantes de un imperio de tipo nuevo, cuyo objetivo no consiste tanto en ejercer una dominación directa como en proveerse de los medios para paralizar a quienquiera que parezca peligroso; en hacer chantaje a millones de individuos; en provocar conflictos entre naciones o fuerzas económicas; y, por último, en enfrentarse a todo poder que se les oponga en las instancias internacionales.

Es así como Barack Obama ha viajado a Alemania con informaciones confidenciales sobre la señora Merkel; como las líneas del Palacio del Elíseo francés estaban intervenidas antes de que él llegara; como el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero era escuchado con asiduidad; y como los negociadores norteamericanos en el Consejo de Seguridad de la ONU estaban informados en tiempo real sobre las directrices que los representantes de otros países recibían de sus Gobiernos. Y, por si fuera poco, las decenas de millones de escuchas a ciudadanos en todo el mundo.

Lo que sobre todo merece la pena plantear aquí es la pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué semejante obsesión estratégica y política por parte de EE UU?

La respuesta no puede ser psicológica ni, como dice Obama, un simple "error": es histórica y económica. En realidad, el poder desmesurado que EE UU se arroga, junto con las capacidades de espionaje de la NSA, es la consecuencia directa de la situación en la que se encuentra la potencia americana hoy, más de veinte años después del derrumbe de la Unión Soviética: la de un Estado económicamente en crisis, en quiebra en el plano fiscal, que, al mismo tiempo, debe hacer frente al ascenso de potencias emergentes (China, India, Brasil) y al retorno de la potencia alemana al centro del poder mundial.

EE UU busca, a través del control de la información mundial, invertir este ineluctable declive empleando el arma económica central del futuro (tan poderosa como el átomo o el petróleo): la información, ya que la economía mundial del futuro estará cada vez más centrada en torno a grandes potencias como Internet y operadores mundiales como Google, Apple o Microsoft. Y nacerán otras que tendrán poderes coercitivos más grandes aún. Es este desafío histórico el que EE UU quiere afrontar, aunque deba para ello pisotear las leyes más elementales de la democracia. Quien posea la mayor parte del monopolio de la información ostentará el poder mundial. Espiar al mundo entero, hacer un seguimiento preciso del estado de ánimo de las poblaciones, se vuelve un recurso económico de primera importancia en la competencia global. El imperio americano utiliza el saber electrónico moderno para proteger su poder económico ineluctablemente debilitado e intentar invertir esta tendencia. El éxito de esta estrategia dependerá, en primer lugar, del consentimiento pasivo de sus víctimas. Dadas las reacciones pusilánimes, retorcidas y cómplices de la Unión Europea —el Consejo Europeo se negó el 24 y 25 de octubre a tomar una posición firme sobre este tema—, Washington tiene todavía días de gloria por delante.


Sábado, 2 de noviembre de 2013

   

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