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Por Pedro Brieger
Las trampas que hereda Bachelet
La ex presidenta aparece como la candidata del cambio frente al inmovilismo de la derecha reacia a renovarse. Cómo pesa el legado de Pinochet.

Las recientes elecciones en Chile tienen numerosos elementos interesantes para el análisis. En primer lugar, salta a la vista que, cuarenta años después del golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende, su corto gobierno (1970-73) está presente en la escena política de 2013. Es innegable que el golpe y la dictadura que se prolongó hasta 1990 están indisolublemente entrelazados con el presente. De hecho, los tres candidatos a la presidencia que más votos obtuvieron son hijos de figuras relevantes de la década del setenta. Michelle Bachelet es hija de un general leal al gobierno democrático de Allende, Evelyn Matthei de un general que fue miembro de la junta militar y Marco Enríquez Ominami del principal dirigente de la izquierda revolucionaria de la época. Por otra parte, existe un marco jurídico del proceso electoral que fue elaborado durante la dictadura y prácticamente no fue modificado.

Chile es un país que vota siguiendo las pautas establecidas por los asesores de Augusto Pinochet que -entre otras cosas- construyeron un intrincado sistema electoral para impedir en el futuro una eventual mayoría de las izquierdas una vez que los militares tuvieran que abandonar el poder. Efectivamente lo lograron. El futuro ya llegó y desmontar ese sistema es prácticamente imposible respetando las reglas de juego heredadas. Desde ya que toda la clase política chilena es consciente del llamado “sistema binominal” que impide el crecimiento de terceras fuerzas en el Parlamento. La derecha, en gran medida heredera de la propia dictadura, no tiene ningún interés en cambiar ni siquiera una coma. Por su parte, las fuerzas que durante veinte años gobernaron bajo el nombre de “la Concertación” nunca tuvieron la voluntad política de hacerlo en aras de sostener un pragmático discurso de gobernar “lo posible” sin confrontar con la derecha. Es verdad que los diferentes gobiernos de la Concertación realizaron cambios a la Constitución de Pinochet, pero no modificaron lo esencial: un sistema político armado para que la izquierda nunca más pudiera gobernar.

Michelle Bachelet ya fue presidenta durante cuatro años y no realizó modificaciones de fondo durante su mandato. Paradójicamente, en 2013 apareció como la candidata del cambio frente al inmovilismo de una derecha que rechaza cualquier reclamo que tenga un corte progresista.

La Concertación sumó al Partido Comunista a pesar del disgusto de la Democracia Cristiana para ampliar su base de apoyo e incluso cambió de nombre para pasar a llamarse “Nueva Mayoría”. No le sirvió para sumar muchos votos. Habrá que ver si la nueva presidencia de Bachelet es una continuidad de su gobierno anterior o si quiere -y puede- encarnar un verdadero cambio.


Sábado, 7 de diciembre de 2013

   

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