PANORAMA POLITICO Miami Todos los golpes antidemocráticos dicen que se producen para defender a la democracia. Y todos deponen a gobiernos elegidos democráticamente para instalar otros de facto. Por eso las excusas no son importantes, sino las consecuencias. Para Estados Unidos, cualquier gobierno que no acepte sus políticas para la región es comunista, populista o cualquier otro ista que se pueda inventar. O sea: para Washington no es democrático estar en desacuerdo con sus intereses y en consecuencia cualquier ataque que se le infiera al desobediente estará justificado. No es una elaboración teórica o ideológica sino la historia de América latina. Se sabe que Washington financió la huelga de los camioneros contra Salvador Allende en Chile, y al ejército de los contras en Nicaragua contra los sandinistas. La lista es mucho más larga en esa historia de guerras provocadas, de invasiones y de golpes militares y hasta de asesinatos de dirigentes populares, promovidos, protagonizados o financiados desde Estados Unidos. Con sus diferencias, los gobiernos que surgieron tras el repliegue del neoliberalismo en la región iniciaron un proceso independiente de integración e intercambio. Son gobiernos que protagonizan a su manera fenómenos masivos de inclusión, desde la Argentina, hasta Ecuador, Uruguay, Bolivia o Brasil y Venezuela. Venezuela era el peor de todos. Con una riqueza petrolera infinita, los venezolanos pobres eran más pobres que los de Arabia Saudita, un país feudal. Los contrastes en los demás países, aunque fuertes, no se comparaban con los de Venezuela. De allí salió el chavismo. Donde más profunda fuera la desigualdad, la polarización necesariamente iba a ser mayor en un proceso que tratara de revertirla.
Hay una regla de hierro en la historia de la región. Cuanto más pujan los gobiernos por la distribución de la riqueza, más lejos los pone Estados Unidos. En cambio, cuanto más hicieran por la concentración de la riqueza, o sea por favorecer a los ricos locales y las grandes empresas, más cerca estaban del poderoso vecino del Norte. La administración menemista fue un ejemplo en Argentina de lo que debe hacer un gobierno para que Estados Unidos lo considere su aliado. Es muy difícil ser amigo de los Estados Unidos si no se trata de un gobierno que favorece a los ricos. Se supone que una cosa es la política interna y otra diferente las relaciones internacionales. Sin embargo, es evidente que hay una ligazón porque varios de los nuevos gobiernos han tratado de concordar con Washington, pero a lo sumo pudieron lograr una relación más bien fría.
La propuesta de los Tratados de Libre Comercio es que cada país de la región comercie de manera unívoca con Estados Unidos. Una especie de embudo. La idea del Mercosur, la Unasur y la Celac es hacer horizontal esas relaciones como una trama y no un embudo y también para que la negociación con las grandes economías no sea tan desigual. Son estrategias que se contradicen y por lo tanto hay una contradicción entre estos procesos de integración y las estrategias de Estados Unidos.
Esas contradicciones tienen puntos de fricción y el más ríspido de todos ellos ha sido Venezuela desde que asumió Hugo Chávez. Estados Unidos importa gran parte del petróleo que consume. Venezuela tiene las reservas de petróleo más importantes del planeta y es el tercer proveedor de los Estados Unidos que, a su vez, es el principal comprador de Venezuela. Esa cantidad de energía –que tiene una proyección mínima de cien años de productividad– puede aportar a los procesos de integración o alimentar a la economía más grande del mundo. En realidad tiene tanto que puede hacer ambas cosas, como sucede ahora. Pero además, el proceso chavista ha sido el más crítico y desafiante para los gobiernos norteamericanos. Todos esos condimentos confluyen en el corazón de un proceso político interno muy polarizado y crispado.
Con el respaldo que tenía, Chávez pudo haber optado por formas de gobierno más autoritarias pero, con todas sus imperfecciones eligió el camino de la democracia, donde gran parte de los medios de comunicación más importantes estuvieron siempre en manos de la oposición, los partidos opositores tienen libertad para organizarse, expresarse y manifestarse y se han realizado ya numerosas elecciones impecables. En una de ellas incluso perdió el chavismo, que lo reconoció sin dudarlo. Hay un Parlamento pluripartidario y funciona un Poder Judicial, aunque es cierto que está atravesado por la misma polarización que afecta a toda la sociedad. Como expresión de esa polarización, gran parte de la clase rica de Venezuela se marchó a Miami. No son exiliados ni perseguidos políticos. Son personas con la suficiente capacidad adquisitiva como para darse el lujo de vivir en Estados Unidos porque no toleran al gobierno de su país. La base de ese éxodo es la intolerancia, el mismo sentimiento perturbador que sustentó el surgimiento de Leopoldo López como representante de los grupos más recalcitrantes de la oposición.
López fue parte de comandos civiles durante el golpe de Estado del 2002 contra Chávez. Como actor civil del golpismo, con chaleco antibalas y acompañado por una patota de simpatizantes, arrancaba de sus domicilios a funcionarios del gobierno de Chávez. López es un acérrimo anticomunista muy ligado a Miami y acusa al gobierno bolivariano de ser una dictadura comunista. “Vamos a salir a la calle para echar a este gobierno”, “no vamos a parar hasta echar a Maduro” fue la convocatoria de López a las marchas que devinieron en violencia.
Cuando una convocatoria no tiene una reivindicación concreta y se da por tiempo indefinido, está provocando una situación de violencia insurreccional golpista. El presidente Nicolás Maduro ganó las elecciones presidenciales del año pasado por una pequeña diferencia –1,5 por ciento, alrededor de 200 mil votos– al candidato Henrique Capriles, quien aglutinó a toda la oposición. Poco tiempo después esa diferencia se amplió a casi diez puntos y más de un millón de votos, en las elecciones municipales. Tras la muerte de Chávez y con una situación económica difícil, el respaldo a Maduro no sólo no fue en descenso, sino que creció. Convocar a su destitución constituye una declaración de fe golpista. López buscó repetir las condiciones que desembocaron en el fracasado golpe del 2002 del que participó como civil aunque ahora sea presentado por la CNN y los grandes medios de comunicación como una persona democrática.
Al igual que en el golpe de 2002, la CNN pasó a tener un rol militante, que traduce al lenguaje del periodismo el discurso de la crispación golpista. La difusora forma parte del dispositivo ideológico creado durante la Guerra Fría por Washington. Una millonaria inversión convirtió a la ciudad de Berlín occidental en una bella vidriera del capitalismo frente a una eternamente destartalada Berlín oriental. Miami fue el paraíso de plástico y consumo que se levantó frente a Cuba. Misteriosamente surgieron grandes fortunas entre los exiliados cubanos y varios de ellos las volcaron en empresas mediáticas y ONG orientadas a América latina. Tras el fin de la Guerra Fría, Miami se convirtió en la Meca de las capas medias latinoamericanas del deme dos y los nuevos ricos. Las aristocracias, en cambio, prefieren a la capital cosmopolita de Nueva York. Pero con el sustrato ultrarreaccionario de la primera camada del exilio cubano, Miami se ha convertido en un faro ideológico para estas capas medias altas, muchas de las cuales se enriquecieron gracias a los gobiernos de los cuales abominan.
Los alineamientos han sido claros. Mercosur, Celac y la Unasur anunciaron su respaldo a las instituciones venezolanas. La mayoría de los países de la Alianza para el Pacífico que tienen tratados de libre comercio con Estados Unidos cuestionaron al presidente Maduro. En Argentina, el gobierno, el peronismo, los movimientos sociales y los sectores de izquierda y centroizquierda que respaldan al kirchnerismo se expresaron en consonancia con la Unasur. La oposición, desde Sergio Massa y el radicalismo hasta el centroizquierda que alguna vez pudo haber simpatizado con el chavismo se expresaron en el mismo tono que la CNN de Miami. O sea en el mismo tono del voto que buscan representar.
Por Luis Bruschtein.
Sábado, 22 de febrero de 2014
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