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MIENTRAS DILMA ES FAVORITA PARA GANAR LA REELECCION, MARINA Y AECIO PELEAN POR UN LUGAR EN EL BALLOTTAGE
Brasil elige entre la continuidad y el cambio
Ayer, víspera de la hora en que 142 millones de brasileños irán a las urnas, los sondeos indicaban que Aécio Neves había superado a Marina Silva y se dirigía, en plena curva ascendente, a disputar la segunda vuelta con Dilma Rousseff.


Los brasileños llegan este domingo a las urnas electorales luego de una caminata que se definió principalmente por las sorpresas. Desde que empezó el año, lo único seguro es que el 5 de octubre habría –como habrá– elecciones. Todo lo demás fue una veloz secuencia de dudas y sorpresas.

Hasta abril, por ejemplo, se sabía a ciencia cierta que la candidata del PT sería la actual presidenta Dilma Rousseff, y que del lado de los más tradicionales adversarios de los petistas el nombre sería Aécio Neves, del neoliberal PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña).

Ya el tercer contrincante, del PSB –Partido Socialista Brasileño–, era una incógnita: tanto podría ser Eduardo Campos, gobernador de Pernambuco, un político joven y hasta entonces leal a Lula da Silva y al PT, como Marina Silva, que luego de haber ido pasando de partido en partido terminó por abrigarse bajo esa ala generosa. Prevaleció la candidatura de Campos, y con una peculiaridad: la candidata a vicepresidenta, la misma Marina, cuando era presentada como postulante principal, obtenía casi el triple de declaraciones de voto en sondeos y encuestas electorales.

Hasta mediados de agosto, el escenario parecía nítido: Dilma era la franca favorita, con posibilidades concretas de reelegirse en la primera vuelta, Aécio Neves era su competidor directo y a Eduardo Campos le tocaba hacerse conocido para lanzarse en las elecciones de 2018. Muchos se preguntaban si poner a Campos como candidato en lugar de su vice no había sido un error estratégico.

Así las cosas, hasta que a mediados de agosto el destino se encargó de dirimir esa duda: Campos murió en un accidente aéreo, Marina asumió la candidatura y el panorama electoral fue sacudido por un inesperado temblor. En pocas semanas, Marina, ambientalista radical y misionera de una de esas sectas evangélicas que brotan como hongos por todo Brasil, irrumpió como un fenómeno formidable. Arrinconó a Aécio Neves con semejante fuerza que hasta sus más fieles aliados dieron el juego por perdido. Amenazó a Dilma Rousseff –hasta entonces franca favorita– a punto de dejar atónitos a sus estrategas de campaña. Era el nacimiento de lo que la misma Marina proclamaba, con aires mesiánicos, “la nueva política”.

En muy poco tiempo ella se acercó a Dilma en los sondeos relacionados a la primera vuelta electoral y logró una ventaja de casi diez puntos en las proyecciones para la segunda y decisiva vuelta. Y fue entonces que el juego empezó en serio, y la vida real se impuso.

El discurso de Marina Silva, palabras vacías girando alrededor de un eje hueco, fue desgastando su imagen santificada. En cuatro semanas –casi el mismo tiempo en que ella había subido a los cielos como un fenómeno–, el mito se desplomó. Dilma logró recuperar terreno, se consolidó como líder de todos los sondeos y encuestas, y vio cómo disminuía el rechazo a su candidatura mientras mejoraba la aprobación a su gobierno.

Ayer, víspera de la hora en que 142 millones de brasileños irán a las urnas, los sondeos indicaban que Aécio Neves había superado a Marina Silva y se dirigía, en plena curva ascendente, a disputar la segunda vuelta con Dilma Rousseff. E indicaban también que la actual mandataria se había consolidado como favorita para la reelección en la disputa final, el domingo 26 de octubre.

Las de hoy son las elecciones más tensas y sorprendentes de los últimos 25 años en Brasil. De junio hasta ahora se vio de todo un poco, y no sólo entre los que disputan la presidencia.

Las alianzas entre los principales partidos que respaldan a Dilma Rousseff se mostraron, y de manera inédita, de una infidelidad a toda prueba. Mientras Marina Silva se disparaba como un cohete imparable, en varias provincias aliados del PT se bandearon de lado sin escrúpulo alguno. Y cuando la candidata mesiánica empezó a deshacerse como polvo, esos mismos aliados volvieron a casa con cara de marido arrepentido, jurando amores eternos.

Del lado de Aécio Neves, se verificó movimiento similar: cuanto más él se hundía en los sondeos, más sus aliados defendían la necesidad de ser realistas y acercarse al fenómeno fulgurante que Marina parecía ser. Cuando se dio la inversa, o sea, cuando Neves empezó a reaccionar y a sorprender inclusive a sus más optimistas seguidores, todo se invirtió: el mismo ex presidente Fernando Henrique Cardoso empezó a convocar a una unión nacional suprapartidaria para derrotar al demonio principal, el PT.

Es demasiado arriesgado prever lo que saldrá de las urnas electorales brasileñas hoy. Puede ocurrir cualquier cosa, hasta una victoria de Dilma Rousseff ya en la primera vuelta. Nadie puede prever, con un margen mínimo de lucidez y seguridad, cuáles serán los porcentajes de votos que Aécio Neves y Marina Silva alcanzarán.

Hay que ver, además, cómo se darán las elecciones provinciales. De esos resultados dependerá el reacomodo de fuerzas no sólo entre los aliados del PT (se considera, hoy por hoy, que Dilma tiene, aunque en una segunda vuelta, una reelección asegurada), como entre las corrientes internas del partido de Lula da Silva.

La misma duda surge cuando se intenta saber cuál será el rol de Marina Silva y su partido si no logra ir a la segunda vuelta. Ella es un organismo extraño dentro del PSB. El partido se encuentra dividido en tres: el grupo de Marina y una doble división entre los socialistas considerados “auténticos”. Nadie se arriesga a decir qué rol tendrá Marina en caso de que quede, como todo indica, fuera de la disputa final. Y con relación a los “auténticos” del PSB, se sabe que existe una firme división entre los que defienden una alianza con Aécio Neves, y los que, a empezar por el actual presidente del partido, Roberto Amaral, defienden una vuelta a los brazos del PT.

Hay que ver, por fin, cuál será la nueva composición del Congreso. Se espera una renovación de al menos 30 por ciento de la Cámara de Diputados, y otro tanto en el Senado. Algunas figuras históricas quedarán fuera del juego, y nadie se arriesga a predecir cómo será el escenario que el próximo gobierno, tanto si gana Dilma como si ocurre la poco probable victoria de su adversaria, tendrá por delante a la hora de establecer la cada vez más difícil negociación para alcanzar esa cosa exótica que llaman gobernabilidad.





Por Eric Nepomuceno

Desde Río de Janeiro



Domingo, 5 de octubre de 2014

   

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